Al Parque Natural de los Valles Occidentales, en el oeste de la provincia de Huesca y en plenos Pirineos, se la ha considerado como una de las zonas más inaccesibles de España, aunque la mejora de carreteras y caminos lo ha convertido en un atractivo destino para aquellos que disfrutan de las actividades al aire libre.

Haciendo frontera con Francia por el norte y con Navarra por el oeste, el origen glaciar de estos valles ha dado un conjunto profuso en picos, circos, profundos valles en forma de U, formaciones kársticas o ibones. Así se pueden visitar los ibones de Estanés y Acherito, los valles de Zuriza, Hecho, Ansó o Aguas Tuertas, la Selva de Oza o subir a las cimas del Bisaurín, el Castillo de Acher, Aspe, la Mesa de los Tres Reyes (que comparte también con Navarra y Francia) o Peña Forca. Toda la zona se encuentra surcada por una amplia red de senderos articulados por lo general en torno al GR-11, transpirenaico.

Una calle empedrada de Fago. Lozano Manzanedo

Fago, el más pequeño

La primera localidad de esta ruta, que se puede hacer cuatro veces al año, una por estación, y cada vez será algo nuevo, es Fago, el pueblo más pequeño de Huesca y el más cercano a la muga con Navarra. De calles empedradas y viviendas adaptadas a un entorno cambiante, en él se mezcla con la familiaridad que da la convivencia naturaleza y lo humano, dando lugar a eso que llamamos tradicional.

Próximo a la foz que lleva su nombre y de fuerte atractivo para los barranquistas cuando lleva agua, Fago se muestra como el tradicional pueblo de la montaña pirenaica con la piedra como protagonista y las casas adaptadas a la dureza del invierno en esta zona. Caminar por sus calles, que no son demasiadas, lleva a poder admirar, además de la monumental iglesia de San Andrés, el antiguo lavadero y la tejería. Alejándose un poco del núcleo urbano, la ermita de San Cristóbal se descubre como un mirador tanto sobre el pueblo como sobre el propio valle.

Además, seguir el curso del río, que resulta ser un paseo para todas las edades y la mayoría de las formas físicas, permite visitar rincones abandonados que en su momento formaron parte de la vida del valle, como molinos o antiguas bordas de pastores y ganado.

Ansó, la fronteriza

Por la carretera que remonta el barranco de Fago, se cambia de valle para entrar en el que forma el río Veral, que se debe cruzar para entrar en la localidad de Ansó por su viejo cementerio. A orillas de este río, Ansó ha sido declarado Bien de Interés Cultural (BIC), siendo un ejemplo de la arquitectura local, y que, al igual que otros pueblos de alrededor, su histórico aislamiento ha permitido conservar el habla local, una rama del casi desaparecido aragonés, así como sus particulares trajes tradicionales.

La historia de esta villa no ha sido ajena a los vaivenes políticos y las disputas fronterizas medievales entre el reino de Pamplona primero y Navarra después con la corona de Aragón. El primer monarca aragonés, Ramiro I, desvinculó Ansó de la diócesis de Pamplona para ligarla a la de Jaca, entonces capital. En el siglo XIII, Jaime I el Conquistador le otorgó ciertos privilegios como lugar fronterizo, y poco después los navarros invadieron el Valle de Ansó en un intento de reincorporarlo a su reino, pero fracasaron. Con el tiempo, las relaciones fronterizas con los navarros de Roncal mejoraron y los ansotanos se convirtieron en los árbitros que acabaron con el enfrentamiento entre los navarros y los pastores francos de Issor, dando lugar al Tributo de las Tres Vacas, el acuerdo de paz en vigor más antiguo de Europa.

El casco urbano de Ansó es un atractivo en sí mismo con sus calles estrechas, sus fachadas de piedra y sus anchas chimeneas rematadas con sus peculiares espantabrujas, figuras de piedra con distintas formas que se ponen sobre la salida de humos. Entre los edificios destacan la iglesia de San Pedro, la Casa Morené, sede del Museo Etnográfico, y el Torreón Medieval, del siglo XIV.

Hecho, paso histórico obligado

Dejando Ansó y en dirección este, el viajero vuelve a cambiar de valle y se adentra en el de Hecho, vertebrado por el río Aragón Subordán. En su orilla se alza el pueblo de Hecho, que da nombre al valle.

La localidad de Hechos se clava profundamente en el valle al que da nombre. Rowanwindwhistler

De imagen similar a los anteriores en cuanto a arquitectura, en el centro del pueblo, y sólidamente asentada sobre una enorme estructura de roca natural, se alza imponente la iglesia de San Martín, de entre los siglos XI y XII, aunque sometida a ampliaciones en el siglo XVII y reconstrucciones tras la Guerra de la Independencia a principios del XIX.

Pero su historia humana se remonta bastante atrás en el tiempo, como demuestran los abundantes monumentos megalíticos que se pueden encontrar en sus alrededores, especialmente en la Selva de Oza. El Centro de Interpretación del Megalitismo Pirenaico pone sobre la pista de todos ellos, además de organizar visitas a la calzada romana que llega hasta el puerto de Palo y sigue al otro lado de la cordillera pirenaica.

Además, en el propio Hecho se puede visitar un Museo de Arte Contemporáneo al aire libre y otro etnológico en Casa Mazo, una tradicional vivienda chesa de este valle.

Siresa, la monacal

Siguiendo la carretera, paralela al Aragón Subordán, que sale de Hecho hacia el norte, el siguiente y último hito de esta ruta es Siresa. Esta localidad nació a los pies del Monasterio de San Pedro de Siresa.

El monasterio de San Pedro de Siresa, el centro del pueblo. McBodes

En esta localidad, la piedra vuelve a ser la protagonista de la estética y el estilo arquitectónico, y son ellas las que, a través de las estrechas calles características, llevan hasta el protagonista del pueblo, el monasterio, uno de los más importantes no solo de Huesca, sino de todo Aragón. Esta joya románica se remonta al siglo XI y es una de las joyas del románico del Pirineo, un entorno en el que este estilo abunda y es de gran belleza.

Pero además de su valor patrimonial, también estuvo muy ligado a la historia de Aragón, ya que aquí se educó el que después sería el rey Alfonso el Batallador, que extendió el pequeño reino con capital en Jaca hasta conquistar Zaragoza. Con el tiempo perdió influencia en favor de San Juan de la Peña.

Una vez visitados estos significativos pueblos, solo queda elegir uno de ellos para convertirlo en campamento base y adentrarse en los múltiples caminos y sendas que llevan a las cumbres de las montañas, a cruzar andando o en bicicleta bosques y prados o tratar de observar la rica flora y fauna que los pueblan. Durante estos recorridos saldrán al paso restos de una actividad humana muy ligada al entorno.