Gorka Otaduy (Berriz, 1996) sonríe con gesto pícaro y se lleva las manos a la cabeza cuando el cerebro le empieza a dar vueltas por el intrincado laberinto que es la memoria. Abre de repente mucho los ojos. Es un recuerdo, que cuando lo cuenta parece que sucedió ayer, mas, al contrario, lleva macerándose muchos años en su cabeza. Hay cientos de partidos, y los cuenta al dedillo, pero a la anécdota que se refiere tiene que ver con la motocicleta que tenía Aitor Elordi (Mallabia, 1996) en su juventud y en su periplo juntos –como siameses, siempre juntos: en el colegio, en el instituto, como pareja en la pelota…– durante los años dorados de formación, en los que uno es todavía un chaval y empieza a forjar su carácter. Cuando vuelven sobre sus pasos, a Mikel Bereinkua (Iurreta, 1995) le brillan los ojos. Él también fue compañero de fatigas del delantero de Aspe, que este domingo disputa su primera final en profesionales, será la del Campeonato de Parejas junto a José Javier Zabaleta ante Unai Laso y Ander Imaz en el frontón Navarra Arena de Iruñea.
Valentín Calleja (Durango, 1963) charla con los chavales a los que tuteló como presidente del club Olaburu de Iurreta, una familia en la que encontraron gran acomodo. El manista de hoy en día no hubiera sido tal sino se hubiera cruzado con ellos. Los tres hurgan en el pasado para despiezar a un muchacho que se ha construido a sí mismo, a base de “constancia”.
Al echar un vistazo al retrovisor, el propio Elordi explica que “no sé qué consejo le daría al Aitor de entonces. Le diría lo mismo que a todos: que disfrute. Cuando yo estaba en Iurreta hacía un deporte que me gustaba. Gozaba mucho en el frontón y eso es lo que me ha hecho llegar a esta final. Le diría a mi yo de entonces que disfrutara y lo pasara lo mejor posible”. Ese es el único mensaje que lanza el manista a las puertas de una oportunidad única. Calleja, que lleva casi veinte años en el club y más de una década de presidente, explica que “ha conseguido un gran logro, que es un premio a la constancia. Recuerdo que en el último año de aficionados le llovieron mariposas de un lado y de otro. En una empresa no le veían y Aspe se fijó en él. Debutó con mucha ilusión. No pensábamos que iba a llegar tan lejos, pero estos dos años ha dado un subidón tremendo. Estamos muy ilusionados”. Bereinkua coincide: “Desde que debutó ha ido creciendo progresivamente, todo mediante trabajo. Siempre ha sabido terminar el tanto; sin embargo, ha tenido un cambio físico bastante considerable”. Otaduy reafirma que “ha dado con la clave desde que entrena con Gontzal Urionabarrenetxea. Siempre ha rematado, pero en profesionales le costaba defender. Desde que empezó con él, ha mejorado y dado un salto terrible. Además, también se lo ha creído”.
“Aitor Elordi es un chaval noble y sigue teniendo relación con la gente del club. Seguimos contando con él”
El 3 de enero de 2016, el vizcaino inició su aventura profesional con Aspe. Tenía 19 años. “Estaba muy verde. Al final, ni siquiera había jugado en aficionados, ya que en nuestro último año juntos pasó tres meses parado con el hombro mal. Debutó sin rodaje y le costó. Sinceramente, en profesionales sí le veíamos, pero no en una final en Primera. Ha ido poco a poco”, afirma Otaduy. Aitor ha sido un pelotari de cocción lenta. Necesitaba su tiempo. “Lo dijo Altuna III en el Cuatro y Medio: hay que dejar a los jóvenes que maduren. No es lo mismo el campo aficionado que Primera”, reseña Calleja. “Una vez que vimos el gran Cuatro y Medio que hizo y que iba a entrar con Zabaleta en el Parejas, sí que soñábamos con esto. Quizás hace dos temporadas ni lo imaginabas, pero ahora… Les vi favoritos desde el inicio”, apostilla Bereinkua.
“Desde que empezó a trabajar con Gontzal Uriona el apartado físico, ha dado un salto terrible”
Respecto al partido de este domingo, lo tienen claro: van con Elordi-Zabaleta. “Si la derrota del Labrit ante Laso-Imaz en semifinales le sirve a Aitor para darse cuenta de que tiene que terminar y ser él mismo, es partido de ganar”, confirma Otaduy. “Es esencial que juegue como siempre”, agrega Calleja. Mikel asiente con la cabeza. “Vamos a tope con él. El Navarra Arena es rápido y a Ander Imaz se le puede hacer cuesta arriba”, reflexiona, aunque admiten que Laso y el zaguero de Oiartzun no son de los que se rinden. “Se vienen arriba en las finales”, dicen.
“Tras ver su gran Cuatro y Medio y saber que iba a jugar el Parejas con Zabaleta, sí que soñábamos con esto”
El valls de los recuerdos
Cuenta Valentín Calleja que el delantero llegó al club Olaburu de Iurreta en la temporada 2011/12. Tenía quince años y “no había gente” en Mallabia. De pequeño jugó como zaguero y por eso “tiene posturas de abajo”. Otaduy llegó un año antes. “Nosotros andábamos juntos en clase, porque los mallabitarras vienen a Berriz al colegio, así que nos conocíamos de toda la vida”, analiza Gorka. “Entró muy bien en el club. Sus padres también se involucraron. Son gente sencilla y muy maja. Hicieron un buen grupo. Aitor es un chaval noble y sigue teniendo relación con todos. Seguimos contando con él. En Iurreta se le quiere”, admite Calleja.
“Fíjese si pasábamos tiempo juntos que, cuando estábamos en el instituto, veníamos los lunes, miércoles y viernes al frontón –ahora lleva el nombre de Kepa Arroitajauregi– a comer con la tartera para entrenar después. Pasábamos desde las ocho de la mañana hasta las siete de la tarde juntos todos los días. Íbamos juntos hasta al baño”, evoca entre risas Otaduy. “En Iurreta teníamos mucha suerte, porque, aparte de la buena generación que teníamos, el grupo de entrenamiento de Asegarce estaba aquí. Entrenábamos con Berasaluze, Urrutikoetxea, Aretxabaleta, Ibai Zabala, Elezkano II… Eso era un lujo. Era un entorno privilegiado”, explica Mikel. “Únicamente éramos conscientes de que eran estrellas cuando íbamos a algún frontón y les empezaban a pedir autógrafos y fotos. A nosotros nos trataban como iguales”, cuenta Otaduy.
En aquellos años, Elordi, Gorka, Bereinkua y compañía entrenaban bajo gran exigencia. A veces subían a Goiuria corriendo con la supervisión de Josetxu Areitio. En una ocasión, les mandaron calentar haciendo carrera continua por los alrededores del frontón. “Hacía mucho calor, así que nos quedamos sentados, escondidos, haciendo tiempo”, esgrime travieso Bereinkua. “Pasó Berasaluze con el coche y nos pillaron. Tocó el claxon y a Elordi no se le ocurrió otra cosa que saludar”, se ríe Otaduy. El resultado: cuando volvieron a la cancha, los técnicos les mandaron a todos a casa, castigados. “Fíjese, Aitor es un buen chico, no tiene malicia”, recita Calleja. “Bueno, también hay que reconocer que nos llevábamos unas palizas enormes”, afirma Gorka. Actualmente, hay más de una sesentena de pelotaris en el club iurretarra. Bereinkua sigue de blanco; además, ayuda en algunas labores técnicas y está dentro de la junta directiva.
La moto de Elordi
Fueron años increíbles. “Pasábamos tanto tiempo juntos que si Aitor levantaba una ceja, yo sabía si tenía mal día. Con él es fácil llevarse bien. En clase compartíamos hasta el pupitre”, describe el zaguero berriztarra, que ahora juega a trinkete y da clases en la escuela de Berriz y en Lagun Onak de Amorebieta.
Una de las cosas que recuerdan todos es la moto de Elordi. Doce kilómetros separan Mallabia de Iurreta; pues bien, en verano, el delantero de Aspe cogía el ciclomotor y pasaba a recoger a Otaduy por Berriz para ir al frontón. “Me ponía el casco de hormiga atómica, cogía un mochilón con cada brazo y nos veníamos hasta Iurreta. Imagínese qué imagen”, rememora Gorka. “Hacía equilibrios. Al principio pasaba mucho miedo, pero luego le pillé el callo. Las primeras veces, en las curvas, como no tenía ni idea, le hacía la contra y él me echaba la bronca. Luego cogí el truco”, sostiene.
Hicieron cientos, miles, de kilómetros juntos. Aitor, Gorka, Bereinkua, Calleja y muchos más. Y crecieron. En los recodos del cerebro siempre quedará un hueco para aquellos años dulces, para las subidas a Goiuria, los baños de hielo, los viajes, el ascenso a profesionales y las juergas en Santo Tomás. La vida sigue y Elordi apura los días para llegar a la final del Parejas. Los recuerdos van sobre ruedas.