En estos tiempos en los que se buscan estímulos breves, mensajes cortos y no demasiado profundos, muchos deportes, incluido el propio tenis, discuten sobre la manera de hacerlos más atractivos, más ligeros, para los consumidores más jóvenes, que en teoría no son capaces de mantener la atención durante muchos tiempos. Sin embargo, Carlos Alcaraz y Jannik Sinner demostraron que cuando lo que se ofrece es brillante, por largo que sea, no es necesario desviar la atención. La final del pasado domingo en Roland Garros pasará a la historia como uno de los mejores espectáculos de siempre en cualquier deporte y atrapó, pese a su duración, por su calidad y su emoción.
Los dos mejores del mundo rindieron a su mejor nivel justo en el momento en que se discute si la nueva generación será capaz de atrapar a los aficionados como lo hicieron las leyendas que están en retirada, a excepción de Novak Djokovic. Alcaraz y Sinner protagonizaron en 5 horas y 29 minutos la segunda final más larga de un Grand Slam por detrás de la que disputaron Djokovic y Nadal en el Abierto de Australia de 2012 y que se prolongó durante 5 horas y 53 minutos. Incluso fue más larga que la final de Wimbledon de 2008 entre Nadal y Federer que duró 4 horas y 48 minutos y que está considerado como el partido del siglo.
La final más larga de Roland Garros hasta el domingo la habían disputado en 1982 Mats Wilander y Guillermo Vilas. Las 4 horas y 42 minutos que el sueco y el argentino estuvieron sobre la tierra de París se entendieron como algo propio del tenis sobre arcilla, donde los intercambios eran más largos y había que trabajar mucho los puntos. Esa final (1-6, 7-6, 6-0 y 6-4) se resolvió con 36 juegos y un tie-break, lo que da idea de lo laborioso, o aburrido según el gusto de cada uno, que resultaba todo: el promedio por juego fue de 7,8 minutos. Alcaraz y Sinner tuvieron que disputar 59 juegos y tres desempates, el último a diez puntos, en solo 45 minutos más, a una media de 5,5 minutos por juego, y eso que el primero de todo duró doce.
Esto quiere decir que ahora todo va mucho más rápido, sobre todo con dos jugadores que aún eran capaces de imprimir una gran velocidad a la bola y correr de lado a lado después de cinco horas de partido. El murciano y el italiano anuncian otra rivalidad histórica, quizás a la altura de quienes les precedieron, sin que nadie de momento se atisbe a nadie que pueda hacerles sombra en las grandes citas. Ambos se manejan con exquisita deportividad en la pista, aunque tienen personalidades diferentes, algo que también ayuda cuando se trata de vender el producto.