“Quería confiar en que podía ganar, y sabía que tenía posibilidades. Pero al final, con los nervios y la presión, es difícil”. Con tan solo 14 años, Egoitz Bijueska habla con la humildad de quien aún no termina de asimilar la magnitud de lo que ha logrado, pero sobre la tabla patina como un veterano. Solo han transcurrido una horas de su gesta y permanece incrédulo. El joven bilbaino ha dejado huella tras proclamarse campeón en la primera prueba de la Copa del Mundo de skate park, celebrada este fin de semana en Ostia, Italia. En una final de vértigo, firmó una ronda dorada de 94,50 puntos, superando a rivales con más edad, trayectoria y experiencia internacional.

Su victoria mundial no es un hecho aislado. Bijueska ya había hecho historia meses atrás al convertirse en el primer skater estatal en completar un 900, el mítico truco con el que Tony Hawk revolucionó el skateboarding en los X Games de 1999. “En el truco de Tony Hawk lo pasé mal. Tenía muchísimo miedo, porque la semana anterior a hacerlo tuve una fractura en el hombro. Estaba con miedo de volver a hacerme daño”, recuerda ahora. Aun así, lo consiguió practicándolo durante solo dos días, a diferencia de la gran estrella de este deporte, que tardó diez años en lograrlo, acompañado por su entrenador y un grupo de amigos. Con ese truco, Egoitz, entró en un exclusivo club al que solo han accedido doce skaters en todo el mundo. Se convirtió, de este modo, en un heredero

Casi por casualidad

Su idilio con el skate comenzó casi por casualidad, como una actividad extraescolar en 2017. “Pensaba que iba a durar dos días”, recuerda su padre, Ibon. Lo compaginaba con natación, pero su talento pronto destacó. “Vimos que se le daba tan bien el skate que tuvimos que quitarle la natación porque le absorbía tiempo”, relata el progenitor. Así comenzó una etapa más seria para Egoitz: “Nos dimos cuenta de que le gustaba y, además, lo hacía bien”.

Desde entonces, su evolución ha sido meteórica. A los 12 años fue invitado al Mundial de Ostia, en Roma, donde conoció al que hoy es su entrenador, el australiano Trevor Ward. “A Trevor le pareció increíble que, entrenando solo una hora diaria, Egoitz pudiera rendir a ese nivel”, explica su padre. Más aún teniendo en cuenta que lo hacía en pistas que poco tienen que ver con las de competición. Aquel campeonato lo terminó en el puesto 23 del mundo.

Poco después, comenzó a ser convocado por la selección española, participó en el preolímpico para los Juegos de París y regresó al Mundial celebrado en Italia en 2024, donde fue quinto. Solo un año más tarde, ha vuelto a Ostia para coronarse campeón. “Su entrenador nos dijo tras el oro que sabía que iba a ser campeón del mundo, pero no tan pronto”, bromea Ibon, todavía con la emoción a flor de piel.

El ascenso de Egoitz ha transformado también la vida de su familia. Su madre ha tenido que pedir una excedencia laboral para acompañarle en los viajes. “No deja de tener 14 años”, apunta Ibon, que agradece el respaldo que están recibiendo desde el Departamento de Educación del Gobierno Vasco, al permitir que Egoitz realice sus estudios de forma online. “Viajaba tanto que se perdía demasiadas clases, y nosotros no queríamos que perdiera el curso”, explica su aita.

Objetivos claros

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Esa modalidad le permite estudiar desde casa y entrenar más, aunque acude presencialmente a realizar los exámenes. Desde pequeño, sus padres establecieron un pacto: “Si sacas buenas notas, te regalo un viaje a un campeonato”. Una fórmula que funcionó y que dio sus frutos. Hoy ya no necesita motivaciones externas: tiene objetivos claros. Estos viajes no solo se dan con motivo de la competición, sino que también se deben a la búsqueda de entrenamientos de calidad. Porque este joven bilbaino necesita pistas que se asemejen a las de los campeonatos internacionales.

Tras el oro en Ostia, Egoitz ya piensa en su próximo gran reto: “Mi objetivo a corto plazo es ganar los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028. A largo plazo, el reto es seguir mejorando e ir a por las competiciones cercanas”, afirma con decisión, consciente por otra parte del esfuerzo que implica a sus padres tantos viajes de largo recorrido.