Sudáfrica y Nueva Zelanda se enfrentaron por primera vez en la final de la Copa del Mundo de 1995, en un partido y en un torneo que trascendió por mucho lo meramente deportivo. El reciente final de las políticas de discriminación racial en Sudáfrica había traído consigo la inclusión de los springboks en los torneos mundiales, y no sólo eso, sino que el país tuvo la oportunidad de acoger la tercera edición de esta competición.

El presidente sudafricano, Nelson Mandela, supo convertir su apoyo a la selección de rugby en un símbolo de la nueva etapa de convivencia y democracia que estaba comenzando en el país. El periodista y escritor británico John Carlin relata magistralmente aquellos días en su obra El factor humano, que posteriormente inspiraría la película Invictus. El autor considera que el rugby era en Sudáfrica “un símbolo de la división racial para los negros, y lo fantástico fue cómo Mandela transformó este ejemplo de división, de odio y de racismo en un instrumento de reconciliación. El rugby era el único deporte capaz de dar semejante vuelta, y en cierto modo eso simboliza ese cambio y todo el paso del apartheid a la democracia”.

Carlin explica que “los negros no tenían acceso a la primera división. Tenían sus pequeñas ligas, y un negro no podía jugar en la selección. Además, el rugby es un deporte violento, físico, y en cierto modo ejemplificaba la mano dura contra los negros, que detestaban el rugby y a los springboks. Para los blancos, por el contrario, era casi una religión. Mandela utilizó el rugby y la final del Mundial como herramienta para unir, a pesar de que entre los quince jugadores que disputaron este partido sólo uno no era blanco, y era un mestizo que había sido sargento en el Ejército, con lo cual no era precisamente un activista antiapartheid”.

Con su apoyo a los springboks, Mandela se atrajo las simpatías de un importante sector de la población blanca: “No sólo se ganó a su propia gente, que ya era complicado, sino que se ganó al enemigo. Pienso qué hubiera podido pasar en Sudáfrica sin él y tiemblo”. “Mandela evitó una guerra o, como mínimo un movimiento terrorista blanco. En ese momento había blancos que pensaban tomar las armas contra el régimen democrático, pero, después de la final de la Copa del Mundo, simplemente no se podía, porque vieron que no contarían con el apoyo de nadie”.

El propio Mandela no pudo haber deseado un final mejor para la Copa del Mundo. Sudáfrica, en su primera participación en un mundial, no sólo llegó a la final, sino que fue capaz de batir en la final a la Nueva Zelanda de Jonah Lomu. Y, para añadir aún más épica a este logro, los springboks se hicieron con la victoria con un drop en la prórroga del partido (15-12).

La sociedad sudafricana y la propia selección han evolucionado mucho desde 1995, y la presencia de jugadores negros entre los springboks se ha ido volviendo habitual, y hoy en día ya hay varios que pueden considerarse auténticas leyendas, como el retirado Tendai Mtawarira, el lesionado Makazole Mapimpi, el actual capitán Siya Kolisi o uno de los jugadores más espectaculares del momento, Cheslin Kolbe. También la popularidad de la selección ha crecido entre toda la población, pero ni siquiera los títulos de 2007 y 2019 volvieron a tener la carga simbólica de aquel duelo frente a los All Blacks que se repetirá el sábado.