El domingo 9 de junio está a la vuelta de la esquina. La mayoría de la gente considera esta fecha como una opción del calendario en la que disfrutar del merecido ocio prevacacional. De ahí que la preocupación generalizada para tal día estribe para muchos en la climatología que hará de cara a gozar de una oportunidad inmejorable para desarrollar actividades lúdicas.

La encrucijada europea

Casi nadie piensa que en tal jornada se celebrarán, en nuestro caso, las elecciones europeas. Una consulta en las urnas para determinar la nueva configuración del Parlamento Europeo, una cámara legislativa cada vez más importante en la toda de decisiones que nos afectan en el día a día, y que servirá para establecer el marco y el futuro por el que deberá transitar este viejo continente.

Pocos piensan hoy en las elecciones de pasado mañana. Pero el sufragio al que nos enfrentamos nos presenta una relevancia inusitada. Relevancia porque, aunque no nos demos cuenta, la seguridad de todos nosotros está en juego. Porque del futuro inmediato depende igualmente el desarrollo económico y humano ante la crisis climática y la transición energética. Y, porque, además, está en juego el modelo de libertades y de justicia social que disfrutamos.

La actual encrucijada europea parte de una incertidumbre geoestratégica como jamás había soportado desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Fue Donald Tusk, el primer ministro polaco, quien recientemente afirmó con rotundidad que “Europa ha entrado en una situación prebélica”.

Polonia es uno de los socios europeos amenazados por Putin, que en su conflicto bélico contra Ucrania acaba de disponer la movilización de tropas y armas nucleares tácticas a lo largo y ancho de la frontera rusa con la Unión Europea. Los países nórdicos, las repúblicas bálticas, los gobiernos centroeuropeos –con la notable preocupación e inquietud de Alemania– se han tomado en serio la amenaza de Putin y se aprestan a asumir medidas de seguridad y defensa insólitas en el tiempo. Pero el tablero mundial tiene, por desgracia, más escenarios cuyo peligro de propagación siguen estando muy presentes.

El foco de Oriente Medio con la masacre provocada por Israel contra la población civil de la Franja de Gaza tras la acción terrorista de Hamás, desestabiliza el panorama en esta zona del mundo. La condenable en sí misma intervención militar indiscriminada contra la población gazatí y el riesgo real de propagación del conflicto hacia Irán traerían consecuencias devastadoras para el conjunto de la comunidad internacional.

En ambos focos de grave riesgo, la posición europea se encuentra bajo el paraguas protector de los Estados Unidos, cuyo apoyo logístico, económico y tecnológico resulta crucial para el sostenimiento de una política exterior y de seguridad común para todos los europeos.

Pero esa alianza “americana” también está gravemente en cuestión. Las elecciones presidenciales de noviembre, el desgaste interno de Joe Biden por su respaldo al incontrolable gobierno de Netanyahu, la desafección de una parte importante de su electorado y el peligro del retorno de Donald Trump con su proteccionismo ultraliberal y aislacionista, pueden dejar a la Unión Europea en una posición irrelevante en el concierto internacional. Sola y fácil presa de la voracidad expansionista del Kremlin.

Por si esto fuera poco, hay un tercer escenario soterrado pero igualmente preocupante para los países que conformamos la Unión Europea, el Sahel. En solo tres años se han sucedido siete golpes de Estado en los países que componen la franja del Sahel. Son el resultado de un caos provocado por corrupción, yihadismo y, también, por la lucha geopolítica entre poderes en declive y otros en auge. Es en esa zona de África donde las anteriores potencias coloniales –occidentales– están sufriendo un repliegue, siendo relevadas en liderazgo por Rusia y China. Occidente trataba de abrirse paso en África con “ayuda al desarrollo”. Por el contrario, Rusia y China lo hacen hoy con inyecciones económicas a los gobiernos a los que llenan los bolsillos con contratos de infraestructuras a cambio de recursos naturales y compra de voluntades en las votaciones de organismos internacionales.

El caso más reciente de esta dinámica reside en Níger, país que ha decidido romper los acuerdos militares con Washington –base aérea incluida– y abrir un nuevo camino de “cooperación” con la Rusia de Putin. Cooperación extensiva con Irán cuyo régimen teocrático suspira por el uranio existente en este país africano.

Las consecuencias de esta nueva “colonización” las paga, como siempre, la población civil que, atrapada por los regímenes dictatoriales propios, sufre la presión de movimientos islamistas que han encontrado en el Sahel un acomodo perfecto para su actividad terrorista. Conflicto, hambruna, terrorismo. La ecuación perfecta para desplazamientos migratorios masivos que buscan una oportunidad de vivir dignamente. En ese drama humanitario, varios millones de desplazados, sin nada que perder, se trasladan hacia el norte –Europa– en un flujo que será imparable en poco tiempo.

La segunda amenaza que pende sobre Europa como una espada lacerante está vinculada a toda esta incertidumbre internacional. Se trata del estancamiento económico. Desde años la economía europea se ha dejado llevar, en el ámbito de la globalización, por la descapitalización de su tejido industrial cediendo el protagonismo a los mercados emergentes que en el libre comercio se establecían como destino atractivo para la deslocalización de productos y tecnologías. La crisis climática, la pandemia, el recorte energético, la búsqueda de nuevas alternativas han provocado la necesidad de reformular una vuelta al esquema tradicional de integración económica.

La Unión Europea necesita recuperar su competitividad mundial a partir de la descabornización de su sistema productivo y de la digitalización. Solo así podrá fijar una verdadera soberanía estratégica europea y, al mismo tiempo, solo así estaremos en disposición de seguir disponiendo del mejor modelo de bienestar, de cohesión y de justicia social del mundo.

La tercera nota de desasosiego que debiera motivarnos ante el futuro inmediato de la Unión Europea es la innegable tendencia hacia la derechización de la representación política. Débiles ante el exterior, rodeados de incertidumbres y desafíos, la opinión pública de nuestro entorno ha comenzado a replegarse hacia posiciones ultraconservadoras, populistas. El caldo de cultivo perfecto para la derecha extrema.

Según una macroencuesta realizada por IPSOS para Euronews, la extrema derecha ganaría terreno en Europa en las próximas elecciones comunitarias ya que las dos familias ultraconservadoras existentes sumarían por primera vez una quinta parte de la representación en el Parlamento Europeo y, aunando sus respectivos escaños, se erigirían como segunda fuerza después del Partido Popular Europeo (PPE).

Las formaciones de ultraderecha saldrían de las elecciones europeas como primera fuerza en cuatro de los miembros fundadores de la UE: Francia, Italia, Bélgica y Países Bajos. Pero en el Estado español, Alemania, Portugal, Polonia y otros ocho países del bloque, se impondrían las fuerzas conservadoras de la familia política del PPE, que deberían repetir la actual “gran coalición” con el Grupo de la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas, y los liberal-demócratas de Renovar Europa (Renew Europe) para alcanzar una mayoría estable que evite unos pactos con la extrema derecha.

El Grupo de la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas obtendría el segundo mayor número de eurodiputados después del PPE si los resultados de las dos familias políticas de ultraderecha se analizan por separado (Identidad y Democracia, por un lado, y Conservadores y Reformistas Europeos, por otro). Pero la combinación de ambos grupos desplazaría a la tercera posición a los socialdemócratas, que serían la fuerza más votada en Suecia, Dinamarca, Lituania y Malta.

Bajo toda esta sombría perspectiva nos acercamos a las urnas el próximo día 9 de junio. Los vascos tendremos la opción de votar en dos estados diferentes que, además, distribuirán su representación mediante circunscripción única, lo que dificultará notablemente la consecución de un acta parlamentaria. Pero defender los intereses de Euskadi ante la nueva Europa en ciernes se plantea como un ejercicio irrenunciable para una sociedad como la nuestra cuya vocación es crecer y mejorar en calidad de vida, seguridad y justicia social.

Quien no aspire a tales conceptos puede seguir pensando en la climatología, en el ocio y en el fin de semana.

Miembro del Euzkadi Buru Batzar del PNV