Más de una vez he incidido en esta cuestión. Casi me es una obsesión. En fin. Pero sinceramente considero interesante esta disquisición política-ideológica. ¿Interesante o necesaria? No es oportunismo; es, entiendo, reflexión necesaria. La nación ha ido unida muchas veces con el progreso pero también con la marcha atrás. El nacionalismo ha sido responsable de logros magníficos, también de crímenes terroríficos, y ello por la capacidad que tiene el sentimiento de pertenencia a la nación de actuar como factor de simplificación. Siempre ha sido una fuerza muy poderosa que ha impulsado la historia. La nación es plural en significados, es cambiante, no tiene por qué ser un concepto ni una realidad periclitada, irracional, ni contraria al modo en que vivimos, ni opuesto a los derechos de las personas, ni reaccionario o caduco.
El “estado-nación” nos aparece a comienzos del siglo XXI pequeño para los grandes problemas y grande para los problemas aparentemente minúsculos pero que afectan a la vida cotidiana de los ciudadanos. Da la sensación de que al mismo tiempo que una virtualmente incontestada globalización económica existe, crece un sentimiento de tareas compartidas en una sociedad compleja en la que la ciudadanía necesita puntos de referencia para saber cómo situar su relación con el resto. Y, obviamente, se trata de apostar, quede claro, por la versión democrática del sentimiento nacional. Hablo de apostar para que la causa de la comunidad converja con la de los valores de la persona. Hablo de que el debate por la afirmación de la nación sin estado, sin estado sí, vaya de la mano de la defensa de las libertades públicas y ciudadanas.
Para una mayoría de español@s España es un estado y nación, la única, sí, única, en su devoción ideológica y política particular. Pero, a los datos me refiero, resulta también, que para importantes “minorías” periféricas de la piel de toro digamos, vasc@s, catalan@s y galleg@s es solo lo primero, un estado más o menos centralizado pero un estado, no “la” nación. Veamos, España: estado-nación, nación de naciones, patria común, estado plurinacional, invención, artificio, realidad, capricho y/o sociedad forjada por la historia. Incluso para, todavía demasiad@s, España sería desde los reyes católicos una “unidad de destino en lo universal”, ansia divina de Don Pelayo y del Cid Campeador. Lugar donde no caben veleidades conceptuales o realidades diferenciadas. Disquisición conceptual, debate y/o polémica, la realidad es cruda y la historia es la que es. Lo cierto es que un 25 de octubre de 1839, finalizó la primera guerra carlista por fuerza de las armas, con el llamado Abrazo (militar) de Bergara: “Se confirman los Fueros de las Provincias Vascongadas y Navarra, sin perjuicio de la Unidad Constitucional de la Monarquía Española”.
Sus derivadas políticas-ideológicas llegan hasta nuestros días, año 2023. Quien lea estas líneas saque sus consecuencias actualizadas, obsérvese: “España se rompe”, “España una” (lo de grande y libre viene en el pack). Además al finalizar, y perder, la segunda guerra carlista se proclama la abolición definitiva, y total, de los Fueros: “Hay que abolir el Régimen Foral Vasco, que ellos aprovechan para organizar rebeliones de signo reaccionario y antiliberal”.
Y así, el sistema de fueros o “libertad antigua”, como lo llamó Cánovas, fue abolido por la razón de la fuerza, no por fuerza de la razón. Que no es lo mismo. Se inauguró en su crudeza histórica, hasta hoy, el desencaje entre “lo” vasco y “lo” español. Sima que se agrandó con la aparición a finales del siglo XIX de un nuevo factor político-ideológico: el nacionalismo vasco de la mano de Sabino Arana que fructificó y tomó cuerpo en unas tierras vascas magulladas por el martillo de la frustración social, el resentimiento político y la amargura de las derrotas políticas y militares.
Resultó que en estas tierras vascas existía la firme voluntad de ser y seguir siendo. Proclamada la República en 1931, el nacionalismo vasco enarboló el Proyecto de Estatuto de Autonomía (conocido por el de “Estella”). El ataque al autonomismo fue inmediato: “No autorizaremos jamás la existencia de un Gibraltar vaticanista en el norte de España”.
En el alzamiento del 18 de julio del 36, el nacionalismo vasco defendió la legalidad republicana y cuando ya solamente Bizkaia y unos pocos municipios de Gipuzkoa y de Araba estaban fuera del dominio de las tropas golpistas de Franco se logró el Estatuto de Autonomía, el del “36”. La Autonomía fue en realidad un Gobierno vasco de guerra que finiquitó al ser ocupada militarmente (de nuevo) Bizkaia en junio del 37.
Se volvió a aplicar parecida doctrina que en ocasiones anteriores: Bizkaia y Gipuzkoa, “traidoras”. Antes por reaccionario y luego por republicano, el autogobierno vasco, el sentimiento de pertenencia a la nación vasca, era pagano, víctima propiciatoria y trofeo (“domuit vascones”) de las periódicas y cainitas contiendas civiles y militares en España.
Mi apuesta política y de recorrido pasa por el pragmatismo eficaz e irreductible, pasa por construir Euskadi y el autogobierno vasco poco a poco, solidariamente, con los pies en la tierra, corazón caliente y cabeza fría, sin dejación a ningún principio ideológico ni programático pero con la flexibilidad e inteligencia suficiente como para adecuarnos a los nuevos tiempos, retos plurales y necesidades que van surgiendo en la Euskadi moderna, plural, compleja, adulta y madura de 2023. Sea.