Se cumplen 10 años del proyecto BRI (Beijing’s Road), concebido como mucho más que un corredor transcontinental, transcendiendo de una vía de comunicación, como motor de desarrollo e integración pluriregional entre Beijing y el Atlántico-Mediterráneo, zonas próximas intermedias y su posterior traslación a lo largo de América y África, interconectando corredores “parciales” por desarrollar en dichos continentes, China ha impulsado un amplio proyecto asociado, vinculado a su política exterior, como estrategia de colaboración “dominante a la vez que aliada” a lo largo del mundo, facilitando financiación, intercambio comercial y tecnológico y, supuestamente, promotor del desarrollo. Una nueva “Ruta de la Seda”, motor de transformación económica, fuente tractora de la internacionalización china y base de su renovada “diplomacia económica y geoestratégica”.
La amplísima extensión de este proyecto entendible si se supera la óptica de un “simple objetivo de infraestructura tractora” cuya rentabilidad parecería escasamente alcanzable, China ha logrado convertirse en un “socio preferente” en los países implicados. Costos ocultos del beneficio compartido pasarían por el excesivo incremento de la deuda externa (en especial con el Estado chino y sus empresas), la dependencia generada con la “entrega” de materias primas e inputs a larguísimo plazo, una determinada cogobernanza no suficientemente explicitada y un claro nuevo escenario geoestratégico y geopolítico presente y, sobre todo, futuro.
Sin género de dudas, las apuestas por dotarse de infraestructuras tractoras del desarrollo regional resultan no solo deseables, sino imprescindibles para unas economías y sociedades con vocación y necesidad de apertura hacia terceros, una conectividad física e inteligente exigible para transitar hacia el futuro y, por supuesto, aceleradores de unos tiempos que el desarrollo y bienestar inmediatos exigen. Un territorio debidamente conectado transforma la vida de sus habitantes y empresas, favorece sus ambiciones de futuro y transforma su propia sociología interna. Si adicionalmente conlleva, durante su ejecución, algún tipo de aprendizaje, transferencia de conocimiento y tecnología, participación real de las empresas, talento, mano de obra locales, con bases sólidas de empleabilidad para ganar ventajas competitivas diferenciadas, y responden a una aspiración estratégica real del territorio y área base, supondría una clara y valiosísima aportación. Cabe asumir, también, el enorme beneficio que recibirán todos los nodos, regiones y espacios interconectados a lo largo del trayecto de este ambicioso cinturón, además verde, al servicio del mundo y su desarrollo.
Comprada la idea inicial, cabe preguntarse si estamos asistiendo a un verdadero proyecto de co-creación de valor compartido o tan solo se trata de un proyecto beneficiario de parte.
Al hilo de estas consideraciones, merece la pena recordar otros muchos corredores y ejes de desarrollo que se han venido generando en el mundo a lo largo del tiempo, de la mano de infraestructura que, las más de las veces, fueron desechadas en sus múltiples proyectos alternativos ante una aparente falta de rentabilidad económica, financiera y/o social cuando la óptica se limitaba en fijar el ojo en su carácter de infraestructura aislada (una carretera, un puente, un puerto, un ferrocarril de trazado X..., un museo o centro de exposiciones por ejemplo). Canalizadas de manera aislada, fuera de contexto estratégico, no generaban ni generan apoyo suficiente para su implementación. Situadas en un marco de coherencia estratégica, el análisis y evaluación son otra cosa. Así, más de 300 años de conflicto entre las regiones suecas de Malmö y danesas del gran Copenhague con idas y venidas para construir un macro puente que los uniera, solo pudo vencer las resistencias cuando saltó del puente físico a un espacio de innovación y futuro. Øresund es hoy mucho más que un puente para la comunicación por carretera y ferrocarril. Hoy, Øresund es un gran espacio innovador y compartido, base de ecosistemas y clústers biotecnológicos y de salud, distrito universitario único, “mercado” laboral integrado, base de cientos de empresas y generación de riqueza, empleo y bienestar, compartiendo culturas distintas, a la vez que manteniendo su propia identidad, sus propias instituciones diferenciadas y fuentes de futuro. Suecia-Dinamarca más y mejor comunicadas, aliadas e “integradas” desde su propio espacio único.
Otros muchos “corredores” explican sus propias sinergias y pretenden el logro de nuevas iniciativas con objetivos de elevado valor multi beneficio. Así, recientemente, México se prepara para poner en marcha su ferrocarril del Tehuantepec que aspira a unir los océanos Atlántico y Pacífico, conectando los puertos de Salina Cruz en Oaxaca y Coatzacoalcos en Veracruz. Recuperar un viejo trazado obsoleto y de muy mala calidad, reconstruir puertos marítimos y sus correspondientes puertos secos a lo largo del trazado, crear nuevos parques industriales y logísticos, y generando en su entorno un tejido económico-empresarial de desarrollo en una de las zonas más deprimidas del país, como alternativa competidora del Canal de Panamá, parecería una idea no solo compleja, sino irreal. Si contemplamos la potencial de una peligrosa saturación en el Canal de Panamá, agravado en estos días por la persistente sequía que inutiliza la mayor parte de su superficie, limita su capacidad de comunicación interoceánica y la relevante previsión de futuribles incrementos del comercio internacional, la imperiosa necesidad de contener las masas migratorias de la región (básicamente hacia Estados Unidos de América) con los enormes problemas y consecuencias sociales, económicas y políticas que supone, podrían cambiar el panorama. Es verdad que ya hace muchos años, el Plan Puebla Panamá pretendió tejer grandes acuerdos interregionales con todos los países de Latam, especialmente desde Caribe-Centro América hasta Estados Unidos con el objetivo último de ofrecer riqueza y empleo “en casa” para evitar la voluntad y deseo emigrante. ¿Es recuperable un macroproyecto y apuesta de estas características?
Y, a la vez, surgen a lo largo del mundo nuevos espacios y conceptos de corredor que persiguen la configuración de distritos en torno a ecosistemas y cadenas de valor en territorio concreto para abordar multiproyectos que exigen diversidad de disciplinas, actores y gobernanza competitivas a la búsqueda de un desarrollo futuro.
Nuevas consideraciones bajo nuevas ópticas.
El gobierno Biden, por ejemplo, ha solicitado al Congreso ingentes fondos especiales para financiar la atención a los principales desafíos mundiales que ponen en peligro la estabilidad de los “americanos”: 120.000 millones de dólares más para atender los gastos derivados del conflicto bélico en Oriente Medio, la invasión de Ucrania, potenciales ataques a Taiwán y, finalmente, la inmigración que colapsa la frontera sur de los Estados Unidos. Recursos extraordinarios recomponiendo espacios y nuevos mapas geoestratégicos.
¿Cabría pensar en un plan migratorio de máxima incidencia para actuar en las fronteras binacionales México-USA desde la intervención real en el desarrollo económico fiscal de los países origen de esos movimientos migratorios? Si uno de los ataques al corredor chino es la “generación excesiva de deuda para los países aliados”, ¿qué tal facilitar un programa internacional compartido de quita de la pesada deuda externa de los países en desarrollo a cambio de su aplicación a las “determinantes sociales y económicos de la salud” en sus propios territorios origen, dirigidos e implementadas por sus propios gobiernos democráticos, unos verdaderos programas de cooperación compartida, co-creando valor, favoreciendo la co-gobernanza democrática, transfiriendo tecnologías, favoreciendo la innovación y transformación económica y migrando claramente el nivel de salud, bienestar y desarrollo inclusivo en el conjunto (en este caso) de LATAM?
Un discurso dominante hoy en el mundo de la salud y de los diferentes gobiernos para el diseño de políticas públicas asociadas pasa por el acento en los “determinantes sociales y económicos de la salud” que para muchos se resumen en la frase mágica: “el distrito postal del individuo explica mejor su salud que su código genético”, apelando a todo aquello ex sanidad que influye en la salud e la población. Invertir en desarrollo económico, en empleo formal y sostenible de máxima calidad, en infraestructuras (físicas, inteligentes, sociales), vivienda, alimentación, bio-tecnología... es, también, hacer salud. Llevar estas políticas esenciales al derecho subjetivo y obligatorio en el ámbito de las responsabilidades de gobiernos (sobre todo en países en desarrollo) exige esfuerzos fiscales, de ordenamiento y de asignación prioritaria en planes de desarrollo regional, no es algo al alcance de todos, demanda planes viables de largo plazo y, sin duda, fondos externos que permitan su implementación. A la vez, en la medida que los movimientos migratorios respondan a la búsqueda de oportunidades para un proyecto de vida inalcanzable en los países de origen, generando flujos incontrolables hacia las fronteras de los países desarrollados (en este caso desde Latam hacia USA), aconsejaría una estrategia de grandes dimensiones e impacto en beneficio compartible.
En definitiva, corredores e infraestructuras de conectividad y asentamiento poblacional, generador de riqueza y bienestar para sus poblaciones a la vez que, para su empresa y principales actores económicos, exige repensar verdaderos espacios de actividad económica, adecuados a los tejidos económicos-tecnológico-industriales que posibilitan un desarrollo diferencial. Los procesos de transformación de las diferentes economías (por ejemplo, hacia la economía verde), generarán el declive y/o resurgir de diferentes zonas, ciudades y distritos a lo largo del mundo. Nuevos corredores y espacios habrán de reconstruirse.
¿Buscando corredores, cinturones de conectividad y desarrollo? ¿Reinventar distritos industriales y zonas de oportunidad anticipando un nuevo futuro? ¿Quizás sea un buen momento para poner el ojo en un pensamiento disruptivo?