Hay planes en su vida del cariz de con quién compartirla o cómo desarrollar su faceta profesional que le costarán menos esfuerzo que planificar a qué concierto puede asistir con su poco tiempo libre y menor poder adquisitivo. Por de pronto, porque la banda o artista de renombre que encaja en sus preferencias agendará el aterrizaje en su ciudad o en la más próxima a un año vista, si no más, cuando resulta que no sabe usted ni lo que hará mañana y es probable que por el camino sus circunstancias cambien un buen puñado de veces.

Súmele a eso la estrategia con tintes fraudulentos en que se ha convertido la adquisición de entradas, principalmente en saraos de grandes estrellas, caso reciente de Lady Gaga. Si quiere que la suerte le acompañe le obligarán primero a hacerse con una tarjeta bancaria exclusiva para hacerse con los tiques en una preventa que tampoco le asegura ser agraciado. Pero si decide esperar al método tradicional de taquilla on line dese por vencido porque el intento solo le hará perder tiempo y paciencia. La vía Ticketmaster, y su legión de bots perfectamente organizada, no es más que una táctica destinada a fomentar la reventa, oficializada hasta por organizadores como ventas entre fans, para convertir el evento en objeto de deseo y fijar precios abusivos. Se resolvería si Consumo implantara la venta nominativa. Pero es más rentable dar el cante. Eso sí que es un conciertazo.