SE entiende por relato todo cuento o narración literaria que en el actual escenario político podría traducirse por fabulación. Su idea se remonta a Maquiavelo, referente de unos líderes para quienes el fin justifica los medios a costa de acrecentar el grado de desafección en la ciudadanía. Se agarra Sánchez al voto útil como herramienta para quebrar el bloqueo aunque para ello recurra al insomnio que le provocaría gobernar junto a Iglesias, desdeñando que quien no concilia el sueño es el parado de turno, joven en precario o persona dependiente. Replica el morado que no fueron sus ansias de sillón sino su intención de rebajar la factura de la luz o regular los precios de los alquileres la que frustró la cooperación con el socialismo de derechas. Contraataca la suma unionista con la inoperancia progre y el afán recentralizador frente a podemitas, batasunos y comandos indepes. Asoma Errejón sin más relato que su currículo de perdedor. Advierte la Justicia de aténgase a la consecuencias si osa desobedecer civilmente a las sentencias construidas a golpe de titular y acumulación de indicios, que no de pruebas. Y hasta el soberanismo se aferra a la operación represora del Estado como pegamento de sus cuitas. Como aquel viejo eslogan de campaña de Bill Clinton, en versión Iván Redondo, “es el relato, estúpidos”. Quizás todos olviden el olfato de la calle para desnudar tamaño juego de trileros y hacerles saber el 10-N que con el relato ni se avanza ni se come.

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