EL Athletic se había acostumbrado a vivir desahogado con Gaizka Garitano al timón. Convertido en un modelo de regularidad, llevaba un año entero emitiendo síntomas positivos hasta que la Copa se cruzó en su camino y le alteró el paso. Hoy, cuando se halla en la antesala que da acceso a la final, se puede afirmar que la planificación de la temporada no incluía compatibilizar ambos frentes con garantías. El trabajo extra que supone negociar seis rondas del torneo del K.O. concentradas en dos meses ha repercutido en el rendimiento del equipo, que ha ido paulatinamente perdiendo su pujanza física. Desprovisto de su principal argumento competitivo, el Athletic enlaza nueve jornadas sin catar la victoria y ha bajado cinco posiciones en la tabla.

Garitano podría alegar que la fortuna les ha dado la espalda y no le faltaría razón si se analizan varios de los partidos recientes, sin ir más lejos el derbi con Osasuna. Hasta sería legítimo lamentar, por pírrico, el triunfo sobre el Granada en la ida de la semifinal. Sin embargo, dicho argumento por sí solo no explica una serie tan larga de marcadores adversos. Está claro que la sobrecarga de compromisos se ha revelado excesiva, pero detrás de esta constatación tan elemental asoma un cálculo erróneo en la gestión de recursos.

A nadie se le escapa que el entrenador hizo una apuesta muy fuerte que se demostró válida para negociar exclusivamente la liga. Montó un bloque potente al que ha exprimido al máximo. Sobre la marcha introdujo algún retoque, la utilización de tres centrales y antes la reubicación de las piezas ofensivas, pero siempre girando en torno a los fijos en sus preferencias, sin desmarcarse de la idea de perpetuar un reparto de minutos que con el paso de las semanas ha ido estableciendo una división casi insalvable en la plantilla. Titulares por un lado y suplentes por el otro, todos perfectamente identificados. Ahí están las estadísticas para corroborarlo.

Esta reflexión no pretende cargar las tintas sobre la figura de Garitano, pero parece razonable afirmar que la sucesión de acontecimientos le ha desbordado. De alguna manera, se ha pillado los dedos a causa de la vorágine de partidos y la consecuencia más obvia es el cansancio físico y mental que arrastran la mayoría de los habituales en su pizarra, así como la dificultad del resto para suplir adecuadamente a los anteriores por carecer de ritmo y confianza.

Los defensores a ultranza del técnico o de los actuales rectores del club aluden al nivel de la plantilla, en su opinión insuficiente para pelear por todo. Sostienen que no hay fondo de armario, lo que sería discutible. Y, desde luego, muy difícil de probar, pues en realidad semejante apreciación juzga gratuitamente a futbolistas sin la debida continuidad y que por tanto no están en las mejores condiciones para cuestionar la omnipresencia de los compañeros que si están disponibles lo juegan todo o casi.

Hay gente que no ha contado en absoluto hasta transcurridos tres o más meses del calendario y ahora, por pura necesidad, participan y tampoco cabe decir que estén desentonando. Y hay gente que ha desaparecido del mapa o ha sido aparcada con una frecuencia desconcertante. Entre estos abundan los jóvenes, justo quienes más precisan de rodaje para ir enseñando su talla. En este apartado se puede meter al propio Vencedor, el último de la fila y del que nadie osaría decir que defraudó en su estreno.

El Athletic posee jugadores para digerir un tute como el vigente, sucede que no se han fomentado las prestaciones de bastantes de ellos al limitar su presencia, mientras se atiborraba de minutos a los más contrastados. El asunto no estriba en transigir o dar por bueno lo que actualmente pasa si se alcanza la final de Copa, tampoco en pedir cabezas en la hipótesis contraria. Garitano ha podido tomar nota para que la historia no se repita y el equipo dé en el futuro su medida real.