Ahora, los machos alfa de la derecha se retan mirándose a los ojos. En ausencia del debate de ideas, siempre encuentran espacio suficiente para las ocurrencias, las torpezas y la testosterona. Un cuadro del diván perfecto para los intereses del PSOE al que se ven abocados especialmente Albert Rivera -sin brújula desde la moción de censura- y Pablo Casado -temeroso ante un patético debut electoral- por las bravatas legionarias de Vox y las previsiones escalofriantes de los sondeos. El Ibex se desespera porque en la Corte no salen las cuentas para repetir el gobierno de Andalucía y de ahí que irrumpa -solo es el comienzo- una intencionada cascada de encuestas para advertir de la entrega de España al secesionismo y de la economía, a Pablo Iglesias, en el caso de que se disperse el voto integrista.

A Pedro Sánchez le cuadran los cálculos sin moverse del sitio. Le basta con rentabilizar cada viernes social. Ahora acaba de elegir para mayor gloria la creación de una sustancia oferta de empleo público, curiosamente a un mes de las urnas. Que ladren, se oye decir a Ivan Redondo al fondo del pasillo de La Moncloa. Apenas el locuaz Miquel Iceta ha podido incomodar agitando en las últimas horas el avispero del conflicto catalán, pero el presidente salta ese charco sin salpicarse porque sabe que lo dicho hoy tampoco tendrá vigencia mañana. De hecho, le ha bastado presentar 110 medidas sin comprometerse lo más mínimo con el nudo gordiano territorial, con ese auténtico reto que marcará la posible formación del nuevo gobierno y, desde luego, buena parte de la próxima legislatura. Ha salido ileso de las contadas críticas, excepción lógica de las de Quim Torra que esas van de serie.

En el PSOE se están acostumbrando a jugar a favor de la corriente fundamentalmente por la incompetencia del contrario. El trabajo sucio se lo hacen las puñaladas del vídeo del PP contra Abascal, los cambios de rasante de Rivera o las meteduras de pata del inefable Suárez Illana. La gresca alcanza tales decibelios entre algunos unionistas intrépidos que ni siquiera la desafiante voz autoritaria de José María Aznar amilana a sus propios ahijados ideológicos. Hasta la neófita Nerea Azola, criada a los pechos del PP más resistente a la acometida de ETA, es capaz de mirar a los ojos al expresidente para soltarle a la cara qué quieren decir los fascistas cuando hablan de la derechita cobarde. Aznar hacía lo mismo cuando dinamitaba a Rajoy desde las trincheras de FAES porque no se detenía a los nacionalistas en su destrucción de España.

Esta fragmentación desquicia a la derecha de alcanfor porque van asumiendo con el paso de los días que se quedan sin gobierno y sin la mayoría en el Senado para castigar con el 155 al independentismo catalán. Bien es cierto que a este supuesto desastre contribuyen candidatos insufribles como Adolfo Suárez Illana, a quien su padre en vida hubiera aconsejado con resignación ver los toros de la política desde la barrera para evitar el ridículo y su proverbial propensión al fracaso electoral. Todavía se recuerdan las risas de José Bono cuando ambos compitieron por la presidencia de Castilla La Mancha.

En el caso de Rivera, lo suyo es puro despropósito. Un político ungido por el poder económico y mediático como alternativa al PP de la corrupción es ahora el saco de los golpes. El líder de Ciudadanos se sigue buscando entre tumbos desde la inesperada despedida de Rajoy. Ha bastado que el táctico Ábalos en dos días le ponga el cebo diciendo que el PSOE estaría a gusto pactando con él -y es verdad- para que se desmarque rápidamente de cualquier atisbo de sospecha y se eche en brazos de un pacto a Casado cuando ya no había tiempo.

Paso a paso, Sánchez, cada vez más alérgico a responder a los periodistas, también rentabiliza la interminable fragmentación de la izquierda podemita, donde Madrid asoma como el escaparate interminable de los horrores. Esta flagelación generará, de entrada, miles de votos socialistas y abstenciones. Pero también aniquilará fatídicamente para mucho tiempo aquella esperanza regeneradora al calor de aquel combativo 15-M. Por todo eso, el actual presidente emergerá como el ganador incontestable dentro y fuera de su partido. Llegará entonces el desconsuelo para bastante tiempo de barones felipistas, susanistas, la derecha y esa legión de tertulianos, empresarios y medios de comunicación que temen por los efectos de su temeridad ya conocida y de su vacuidad. Entonces, ya no podrán mirar a los ojos desafiando al nuevo dios.