LOS pitos al capitán Koke cuatro días antes, durante el partido de Champions ante el Bayer Leverkusen, la falta de gol y, en general, la crítica generalizada hacia el deficiente juego del Atlético de Madrid e incluso a su técnico, el intocable Diego Pablo Simeone, dieron paso a un acto de reconciliación absoluta. La química entre equipo y afición regresó espléndida al Wanda Metropolitano y quien más quien menos se acordó de lo ocurrido el año pasado, con el gol del cojo que anotó Godín culminando aquella singular remontada. Definitivamente, la visita del Athletic al campo del barrio de San Blas se ha convertido en un auténtico bálsamo de Fierabrás. También, como el año pasado y otros anteriores, se volvió a repetir otra historia. La falta de consistencia. Lo bien que sale el Athletic para luego desmoronarse irremediablemente. “El 2-2 ya me parecía demasiado castigo”, lamentó entonces Eduardo Berizzo, y lo que pudo ser un golpe de moral en tiempo de zozobra acabó en franca depresión. Y ya no levantó cabeza, el hombre.

El partido de marras se jugó el 10 de noviembre y no mucho después, el 4 de diciembre, a Josu Urrutia se le acabó definitivamente la paciencia, asumió el fracaso de su proyecto y cambió a Gaizka Garitano por el técnico chileno. Claro que para entonces el Athletic había encadenado trece jornadas consecutivas sin conocer la victoria y ahora tan solo lleva cinco, luego no hay lugar para el pánico. Lo digo por Ander Capa, que en vísperas consideró este encuentro como “un buen momento para dar la campanada” y tras la derrota calificó de “final” el próximo compromiso, el miércoles frente al Espanyol, que ayer ganó al Levante y dejó el puesto de colista.

Lo que son las malditas coincidencias. Berizzo confió entonces en Unai Núñez, que anuló por completo a Diego Costa. Eso sí. Unai tuvo la mala suerte de cometer la falta, a todas luces injusta, que desencadenó el famoso gol del cojo y ayer tuvo la mala suerte de tener de rival en la refriega a un tipo como Ángel Correa.

Qué lástima lo de este chico, pues no termina de aclarar su renovación, se le intuye un futuro espléndido pero él reclama presente, porque lo tiene, y ahora que Garitano le brinda una segunda oportunidad se encuentra con otra calamidad. Tiene retranca la sutil visión de Simeone, que en vez de confiar en tipos grandes como Diego Costa y Morata apostó por una delantera híbrida, es decir, por el escurridizo Correa, a quien suele colocarlo pegado a la banda derecha. Pero el sábado no lo hizo y fue precisamente el escurridizo Correa quien ganó el partido, no sin antes poner en evidencia a la zaga rojiblanca y constatar lúgubres presagios. Lo que hizo Oblak nada más arrancar el partido desviando el balón con la punta de los dedos tras el magnífico remate de Iñigo Martínez obedece a las leyes de la nigromancia. No era el día. Otra vez no era el día, maldita sea. Pero una cosa es apelar a la taumaturgia y otra bien distinta recomponer la situación tarde y a destiempo, y me estoy refiriendo a su majestad el gol y la necesidad de invocarlo aunque sea con la ouija.

Resulta curiosa la situación de Aritz Aduriz. Garitano recurrió al veterano goleador cuando el partido ya estaba perdido, y encima lo hizo en lugar de Williams (¡a eso se le llama arriesgar!) porque con un 2-0 a favor al Atlético del Cholo no le hace sangre ni el mismísimo conde Drácula. Y tampoco Aduriz, que prácticamente no tuvo la oportunidad ni de tocar un balón, y menos de rematarlo. Luego el problema va más allá, es de concepción del juego.

Aduriz se ha convertido en una especie de venerable santón. Ha jugado todos los partidos, sí, pero solo a ratitos, los ratitos finales, y salvo aquella fantasía frente al Barça que ya forma parte de los anales su paso por el equipo ha sido intrascendente. ¿Qué tal si un día juega de titular?, porque algo hay que hacer para remediar la alarmante sequía goleadora (la eventualidad de otorgarle una oportunidad a Villalibre a ver si por un casual ya ni la sugiero).

Hubo dos jugadores que merecen consideración. Muniain, que cumplió nada menos que 300 partidos ligueros con el Athletic, estuvo bullicioso pero se quedó literalmente parado y quejumbroso en la jugada del segundo gol, dando pista libre a la subida por su banda de Trippier. Un fallo de concentración imperdonable. De su paisano Raúl García hay que decir que ya no se pone ñoño cuando regresa al estadio de su ex y estuvo bravo. También que salió perjudicado en sus cuitas con Hermoso. Los árbitros, si dudan, ya no le creen.