podemos oírlo en prácticamente todos los idiomas porque aunque no pertenezcan al ámbito cristiano, este ha sabido y podido a través de sus imperios, coloniales antes y económicos ahora, copar el solsticio de invierno como si fuera propio, bautizándolo ad hoc y haciendo de la felicitación oficial de Belén o árbol navideño un rito mundial. Ni tan siquiera nuestros entrañables paganos Olentzero y Mari Domingi se salvan de este bautismo felicitador de dominio cristiano. En todo caso, bienvenido sea si sirve para desear felicidad a los demás, porque casi nadie (esto creo) reconoce como modelo a seguir, al menos en público, al huraño Scrooge dickensiano.

Si nos dejamos arrobar por la visión trepidante de las colas navideñas para comprar y consumir en tiendas, supermercados y por los datos de ventas on line, seguramente la imagen de aparente felicidad social podría edulcorarnos la realidad.

Digo aparente felicidad, pero si hablamos de poseer y comprar cosas materiales para muchos la felicidad es muy real y tangible. Al menos esto se deduce del informe anual de Bain & Company sobre el mercado mundial del lujo que ha crecido este año un 4%, alcanzando los 1,26 billones de euros. Todo parece marchar sobre ruedas en el mercado del arte y de las joyas, relojería, belleza, coches de alta gama, alojamientos de lujo, bebidas y vinos de alta categoría, cruceros de lujo? con Estados Unidos a la cabeza, pero en crecimiento exponencial en China, Brasil o India; también aquí entre nosotros la industria del lujo (no sabría decir si porque se produzca mucho, se robe más o se defraude mucho más en B) goza de excelente salud y mejor porvenir, porque los jóvenes de las generaciones Y y Z están entrando en tromba en el mercado del lujo y de lo exclusivo. A estos epulones, sean viejos o jóvenes, no creo que haga falta desearles felicidad, al menos material.

Al mismo tiempo y compartiendo época y hasta físicamente la misma Tierra, pero no las mismas oportunidades, tenemos en el Estado más de 3,2 millones de parados, con la mitad de la población con dificultades para llegar a final de mes, doce millones en riesgo de pobreza y exclusión social y seis millones al borde de la pobreza con 2,5 millones (el 5,4% de la población) en pobreza severa, mejor conocida como miseria. Poner la calefacción, comer carne o pescado dos veces al día o comprar un televisor normal? se hace muy, muy cuesta arriba o directamente imposible. ¿Qué pensarían si les enviara una tarjeta de Navidad con mis deseos de felicidad?

La crisis, seguramente, no generó la pobreza, solo la expandió e intensificó; pero ahora la mejoría económica no llega a todos por igual, ¿dónde está la clave?, ¿en las tarjetas de felicitación navideñas?

Si la pobreza o la injusticia entra por la puerta, seguramente la felicidad saltará por la ventana. En esta tesitura, podemos desear a muchos la felicidad de postal, pero es probable que nos quedemos atrapados viviendo con nuestros deseos en las tarjetas de felicitación navideñas. La realidad es otra cosa.