LA actual ofensiva del general libio oriental Jalifa Haftar contra Trípoli se puede explicar de dos maneras; una, inmediata a lo Pere Grullo, y otra de largo recorrido. La primera es porque él, sí puede y el Gobierno nominalmente nacional y con sede en Trípoli de Fayez Saradch, no.

Dado que este mes se ha de reunir una gran asamblea nacional para tratar por enésima vez (y por enésima vez, con la ayuda de la ONU) de pacificar y unificar el país, Haftar quiere aprovechar su superioridad militar actual así como la mayor cohesión política de las tribus orientales del país para llegar a las negociaciones en una situación privilegiada.

La explicación histórica de la supremacía militar de Haftar se remonta al derrocamiento de Mohamar al Gadafi, hace ocho años. En aquél entonces, las potencias occidentales instigadas por Francia y apoyadas en el brazo armado de la OTAN impulsaron un alzamiento que acabó con el Gobierno de Al Gadafi.

Pero si los occidentales usaron las armas para acabar con Gadafi, se negaron a ocupar el país después del derrocamiento. La consecuencia fue un caos mayúsculo (y que sigue sin resolverse hoy en día) en toda la República; una desbandada de mercenarios del ejército de Gadafi, que estuvo en un tris de acabar con la frágil estabilidad de Malí (dónde Francia está muy implicada); y la transformación de Libia en el escenario bélico permanente de banderías locales y un campo de batalla de casi todos los antagonismos importantes del mundo actual.

El islamismo conservador, encabezado por Arabia Saudí, los Emiratos Árabes (la Aviación de estos últimos ha intervenido directamente en las luchas llevadas a cabo por Haftar) y Egipto apoyan declaradamente a Haftar y las tribus de Libia Oriental. Esta intervención quiere abortar cualquier rebrote de la ideología “socio-islámica” de los Hermanos Musulmanes. Y de paso, pero no menos importante, abortar también los conatos de expansionismo chií del Irán de los ayatolás. Así mismo, están en esta pugna la Turquía de Erdogan y Qatar -pero ambas del lado de los libios occidentales, los de Saradch-, ante todo, para tratar de cortarle las alas al islamismo sumamente conservador. Y, naturalmente, también compiten Rusia y los EE.UU. por el antagonismo de siempre, pero con mucha más parsimonia que nunca por razones económicas.

En este contexto, la guerra civil libia es hoy en día una lucha subrogada de todo el mundo que tiene intereses en el Oriente Medio y Próximo. Y es también una guerra cínica en la que todo el mundo mete baza -algunos con dinero, soldados y armas y otros solo con dinero y maniobras políticas-, pero en la que la sangre derramada es ante todo libia.

Ah, y a todo esto, el petróleo libio sigue vendiéndose casi como siempre, solo que ahora con relativa clandestinidad.