Hace un tiempo se respetaba a las víctimas de ETA. Se respetaba su dolor, se medían las palabras y se hacía un ejercicio de pedagogía para entender las declaraciones de quienes eran sus portavoces aún cuando estas eran duras o, a oídos de quien podía escucharlas, inadecuadas. “Yo a las víctimas de ETA les entiendo y les respeto todo” respondía siempre Idoia Mendia siendo portavoz del Gobierno vasco cuando los plumillas le preguntábamos ante tal o cual afirmación del corte que fuera. Eran tiempos de dolor y sufrimiento y era un modo más de protegerlas y arroparlas. Hoy, siento decirlo, hay quien ya no respeta a las víctimas de ETA. El discurso político surgido en tiempos de polarización en el Congreso de los Diputados (y Diputadas) se ha olvidado de ellas para convertirlas en un arma arrojadiza. La polémica surgida en torno a la reforma para acortar el cumplimiento de penas a más de cuarenta presos de la organización terrorista (que viene de Europa) ha capitalizado un debate donde la palabra dignidad se ha vuelto indigna por su manoseo. Hace 13 años la organización terrorista desapareció pero hoy está más presente que nunca. Sus víctimas, a través de las asociaciones que las representan, deben luchar porque la memoria no se desmemorie y no se pase página de manera insolente a uno de los capítulos más negros de nuestra historia. Y es la clase política la que debe articular cómo proceder. El lamentable espectáculo protagonizado especialmente por el PP esta semana solo ahonda en la revictimización de quienes sufrieron el zarpazo de ETA. Decía esta semana en esta misma columna mi muy querido compañero Javier Vizcaíno que, visto lo visto y escuchado lo escuchado, “a Génova le pirra el ridículo”. Buen resumen para tratar de explicar que la dignidad, lamentablemente, se haya vuelto hoy indigna.
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