a actual crisis del Kazajistán tiene -como la inmensa mayoría de las crisis- muchas causas y una de estas es que el Gobierno hizo lo económicamente correcto tan a destiempo que le salió el tiro por la culata.

Políticamente, el país padeció desde su independencia de la URSS, a finales del siglo pasado, de lo que se podría llamar el "mal sirio" : el poder y las riquezas se iban concentrando en tan pocas manos que el descontento no ha parado de crecer a lo largo y ancho de la sociedad kazaja hasta que ha estallado ahora.

Y, paradójicamente, ha estallado ahora por una de las medidas económicas más acertadas del Gobierno kazajo : la liberalización del sector de hidrocarburos. Esta medida -junto con otras muchas recomendadas apremiantemente por el FMI (Fondo Monetario Internacional) y encaminadas a acabar de realizar el paso de una economía dirigida a una de mercado- la fue retrasando el gobierno kazajo excesivamente. En vez de suprimir las subvenciones a los compradores de gas y petróleo en un momento de precios bajos de estos productos (cuando el impacto en el precio de venta al público es pequeño), el Gobierno de Astaná lo hizo en plena coyuntura alcista.

La consecuencia fue que se disparó el precio de los combustibles, lo que repercutió sobre todos los costos ya que Kazajistán es el 9º país más extenso del Globo y la inmensa mayoría de los transportes se hace por carretera. Así se encareció mucho y rápidamente el coste de la vida, cogiendo a contrapié a una población acostumbrada a la economía dirigida, donde el consumo ciudadano era aparentemente privilegiado aunque la economía nacional fuera a pique.

Dado que llovía sobre mojado -la población llevaba años irritada por los abusos del poder, que privilegiaba a una ínfima minoría de políticos y empresarios-, las protestas estallaron ahora. Y la oposición -es decir, los que habían sido expulsados de esa minoría- las azuzaron a más y mejor. Tanto, que el presidente Kasym Shomart Tokayev temió por su cargo, eventualmente incluso por su vida. Y como su vida le importa más que el futuro del país, apeló a Rusia y demás miembros del Tratado del Pacto de Seguridad Mutua (Armenia, Bielorrusia, Kirguistán y Tadchikstán) para que le sacasen las castañas del fuego.

Para Putin, en pleno forcejeo con la OTAN a fin de asegurar su zona de influencia en el mundo, la solicitud resultaba inoportuna. Pero no podía dejar de intervenir en un territorio clave para su ambición de reconstruir un imperio ruso (Kazajistán es la más rica en recursos naturales de las ex repúblicas soviéticas). No sólo existía el peligro de que derrocamiento de un Gobierno por la protesta popular hiciera escuela en Bielorrusia y la propia Rusia, sino también el riesgo de que un nuevo Gobierno surgido de la revuelta popular adoptase una política mucho más nacionalista que la seguida hasta ahora por los presidentes Nazarbayev y su sucesor, Tokayev.

Estos dos habían apoyado la política exterior rusa, pero en el Kazajistán, nación de etnia mayoritariamente turca, hicieron casi lo contrario : sustituyieron el alfabeto cirílico por el latino, trasladaron la capital a Astaná, en el este de la República -lo más lejos posible de Rusia- y fomentaron el idioma, la cultura y los núcleos de población turca. Nazarbayev y Tokayev se alejaron de Moscú todo lo que el Kremlin era capaz de tolerar a pesar de no gustarle. Pero un Gobierno revolucionario podría ir por este sendero mucho más allá de la tolerancia rusa.

Y para evitar este riesgo (y el del mal ejemplo a los disidentes domésticos), Putin se precipitó a mandar sus tropas en ayuda del Gobierno kazajo, pese a lo inoportuno del momento para sus forcejeos con Occidente.