PACTAD, pactad, malditos. Tras años de desencuentro, confrontación y bronca continua (-"Eso no lo me dices en la calle". -"Donde quieras y cuando quieras"), la política española está volviendo a experimentar su falta de cultura del pacto. El acuerdo entre el PSOE y el PP sobre el Tribunal Constitucional es el mejor ejemplo de lo que es un mal -pésimo- pacto, con unos y otros tragándose los sapos del rival y todos los demás teniendo que asumir que nos pongan batracio en el menú. Si esto es el pacto de Estado que tanto se invocaba para la renovación y regeneración de las altas instituciones, que vengan Maquiavelo y Montesquieu y lo vean.

El problema quizá radique en que la gresca no está situada solo entre partidos adversarios, sino que habita en el interior de los mismos. Suele decirse que en los partidos hay diferentes almas. Podría haberlas a nada que esas formaciones fomentasen el debate político real. Pero hoy en los grandes partidos españoles no hay almas porque solo hay cuerpos sin espíritu, sin esencia más allá de la proclama y el eslogan. Ni en los recientes 40º Congreso del PSOE y la Convención del PP -ambos celebrados bajo la luna de Valencia- ha habido debate y propuestas reales más allá de posicionamientos tácticos y asuntos de liderazgo. Puro marketing.

¿Alguien cree que Isabel Díaz Ayuso representa un proyecto diferente, renovado y de futuro dentro del PP? Lo que busca la presidenta madrileña con su pulso a Casado es poder. Más poder. Y sí, tiene un plan, un cálculo electoral para que el PP gobierne España con Vox. Al final, Casado pactará con Ayuso como ha pactado con el PSOE los nombres para el TC: tragando sapos y haciéndoselos tragar a ella. Evitará así una guerra civil en el partido y -piensa él- salvará su cabeza. La duda sobre quién logrará la victoria -pírrica, en cualquier caso- es quién, además, colará un sapo venenoso. Bien mirado, probablemente ambos. Abascal, inmune a los venenos y ponzoñas ajenos, ya está a la mesa.