cASI nada". Con esas dos palabras y uno de esos ademanes, tan suyos, tan bilbainos, de andar sobre la acera, definió Iñaki Azkuna, hace un año y setenta días, el reconocimiento de The City Mayors Foundation como mejor alcalde del mundo. Azkuna, el alcalde Azkuna, el hijo de vecino Azkuna, que diría él, superaba ya los catorce años al frente del consistorio bilbaino, diez conviviendo con el cáncer que ayer le impidió culminar, como hubiese querido, el esfuerzo de ésta que sabía su última legislatura al frente de la ciudad que culmina una transformación impensable, histórica, universal en su repercusión. Antes recibió la Legión de Honor francesa, quizás la distinción más querida por él, reminiscencias de sus tiempos parisinos, después, claro, de la del reconocimiento de los bilbainos que, no es casualidad en un país de cuatro esquinas políticas, le dieron la última mayoría absoluta.

Es notorio el modo en que ha fundido Azkuna el talante, al mismo tiempo campechano que autoritario, y la gestión, metódica y exigente -también como presidente del Consejo de Administración de Editorial Iparragirre, editora de DEIA- como si trasladara sus especialidades de radiólogo y cirujano al análisis y la actividad políticos hasta el punto de personalizar, con su manera peculiar, dos de las evoluciones más relevantes del último medio siglo en Euskadi: como en Bilbao, a Azkuna, director general de Osakidetza de 1983 a 1987 y consejero de Sanidad de 1991 a 1999, cabe achacarle también buena parte de la responsabilidad en la transformación a la modernidad de la Sanidad pública vasca, convertida asimismo en orgullo y referencia de quienes vivimos en Euskadi.

Y, sin embargo, el legado -y el éxito- más visible de Iñaki Azkuna ha sido Bilbao, dotar a Bilbao de un estilo reconocido urbi et orbi, en Bilbao y en el mundo; desde Londres a Shanghai, contribuyendo personalmente, con sus modos cosmopolitas, a la internacionalización de esa transformación de la villa que él deja preparada ya en su próxima extensión a Zorrotzaurre. Todo ello, como el propio Azkuna, sin que la ciudad pierda un ápice de su personalidad. Quizás también el legado -y el éxito- de ser capaz de aglutinar el reconocimiento y apoyo de quienes no se lo daban allá por 1999, cuando alcanzó por primera vez -ganaría luego con el PNV las municipales de 2003, 2007 y 2011 de manera sucesiva- la alcaldía bilbaina con la coalición EAJ/PNV y gracias a los votos de los concejales de Euskal Herritarrok. Porque, tantas veces señalado como político temperamental, ha sellado sin embargo acuerdos también con ICV, con EB, con el PSE y el PP.

Esa competencia para la entente desde la diferencia, incluso desde diferencias notables, quizás porque los acuerdos no le han impedido ni limitado la claridad a la hora de expresar las discrepancias es también parte de lo que Iñaki Azkuna deja a Bilbao y a una Euskadi que, como él siempre ha deseado, acaricia la paz y el horizonte de desarrollo en todos los ámbitos que esa paz ofrece. De comprender la diversidad tal y como Azkuna la ha comprendido y hasta encarnado, en ocasiones incluso con severos contrastes ideológicos, de seguir exportando ese talante tan peculiar y sin embargo aglutinador que Azkuna ha convertido en espejo de Bilbao y, con la villa, de nuestro país; dependerá también en gran parte que seamos capaces de mantener y expandir el legado -y el éxito- que nos deja.