SI Karl Marx llegó a China con la revolución comunista, triunfante en 1949 y liderada por Mao, Adam Smith parece haberse hecho un hueco en el país asiático a partir de las profundas reformas iniciadas en 1978 por Deng Xiaoping, el sucesor de facto de Mao al frente de la República Popular, que han acabado por transformar al imperio del dragón en una superpotencia global y en la segunda economía del planeta. No sorprende por ello que el economista italiano Giovanni Arrighi, que culminó su carrera académica en Estados Unidos hasta su muerte en 2009, eligiera para su última obra el título que yo he tomado prestado como encabezamiento de este artículo. Con todo, que Adam Smith "se encuentre en Pekín" tiene significados que van más allá de la apertura china a la sociedad de Mercado.

El libro de Arrighi, publicado originalmente en 2007 en inglés como Adam Smith in Beijing: Lineages of the Twenty-first Century y del que hay traducción en castellano, explora efectivamente el ascenso de China en la última parte del siglo XX y establece también una comparación entre los modos de desarrollo asiático y occidental a través de los siglos. Y enlaza directamente con las preocupaciones intelectuales del autor en una obra anterior, The Long Twentieth Century (El largo siglo XX), en la que se postulaba que la naturaleza y orígenes del capitalismo han de buscarse no en las configuraciones institucionales o en las relaciones de propiedad, sino en las relaciones cambiantes entre las empresas capitalistas y el poder político desde la emergencia del sistema de Estados europeos hacia el siglo XIII.

El texto de Arrighi es relevante como interpretación profunda de las tres últimas décadas de desarrollo chino y también como reinterpretación de La riqueza de las naciones a la luz de ese desarrollo reciente. En el modelo de Adam Smith, la riqueza de las naciones se produce mediante especialización en las tareas productivas y es resultado de la división del trabajo entre unidades productivas y de la extensión del mercado. Por ello, el modelo clásico de Smith sirve de matriz para una variedad de modelos de desarrollo económico. Y así se podría establecer una distinción entre desarrollo de una economía de mercado y desarrollo capitalista propiamente dicho. Esta distinción es central en la obra de Arrighi.

Según el autor, a pesar de la expansión de los mecanismos de mercado en la búsqueda de ganancias, la naturaleza del desarrollo en China no sería necesariamente capitalista y el resurgimiento económico del este asiático, tras siglos de hegemonía de Occidente, no vendría como resultado de la convergencia con el patrón occidental de desarrollo, sino de la fusión entre ese patrón y el asiático. Si China continúa desarrollándose con éxito, el resultado puede ser la materialización de una sociedad mundial de mercado basada en una mayor igualdad entre naciones, dando así la razón a Smith en La riqueza de las naciones.

La aproximación de Arrighi es, pues, global, y no exenta de una cierta idealización respecto al devenir chino. Pero el argumento es más complejo pues el autor insiste en que para entender a China hoy hay que detenerse en un análisis de las turbulencias globales precedentes, de las que responsabiliza a Occidente y en particular a Estados Unidos. Según Arrighi, la evolución de la economía política estadounidense desde la guerra de Vietnam muestra claramente la crisis de hegemonía norteamericana, con un Estado en profunda crisis fiscal y serias presiones inflacionarias. Como es sabido, los Estados Unidos respondieron a la crisis de hegemonía en los años 1980 compitiendo agresivamente por capital en los mercados financieros globales y con una escalada en la carrera armamentista.

Y, así, la esencia de la contrarrevolución neoliberal iniciada por Reagan fue, como observa Javier Amadeo en su crítica al libro de Arrighi, un cambio en la acción del Estado norteamericano desde el lado de la oferta al de la demanda en el proceso de expansión financiera. Por medio de este cambio, el Gobierno norteamericano "dejó de competir con la oferta privada de liquidez" y al mismo tiempo "creó las condiciones de demanda para un futuro proceso financiero de acumulación". Para Arrighi, a pesar de que la respuesta pudo haber sido exitosa en cuanto a revivir la fortuna de los Estados Unidos, también tuvo consecuencias no deseadas en el agravamiento de la turbulencia de la economía política mundial, e hizo que "la riqueza y el poder de los Estados Unidos fueran más dependientes del ahorro, capital y crédito extranjeros". Con el neoliberalismo, el capitalismo global entró en la fase de financialización en la que se encuentra ahora.

China surge como contraposición a este devenir occidental, no solamente por el mero hecho de conseguir trasladar el epicentro del poder económico de Occidente a Asia, sino fundamentalmente porque el desarrollo asiático no sería generador potencial de las turbulencias ocasionadas por Occidente durante décadas. Más aún, si Japón fue el gran beneficiario de la Guerra Fría, China es claramente la ganadora de la Guerra contra el Terror que lleva a cabo Estados Unidos y, por extensión, Occidente. Arrighi, pues, nos invita a contemplar y analizar el futuro desarrollo chino no a la luz de la experiencia pasada, sino como un nuevo marco de relaciones económico-políticas que marcaría el advenimiento de un período de mayor estabilidad en el que la lógica del largo plazo en el desarrollo de los pueblos se impondría sobre la temida visión occidental a corto plazo que ha prevalecido hasta ahora. China, según el autor, traerá una hibridación entre el viejo sistema asiático de desarrollo que prevaleció hasta el ascenso de Occidente y parte del legado del sistema de Estados occidental.

A pesar de su brillantez, el análisis de Arrighi, que sigue en algunos aspectos a otros autores -como Andre Gunder Frank- que indicaron hace años el cambio tectónico en el centro de gravedad de la economía política global de Occidente al Este asiático, no convence en lo que se refiere al establecimiento de una sociedad de mercado mundial, de la mano de China, que pondría fin a muchos de los desequilibrios tradicionalmente asociados con el capitalismo. No parece haber dudas de que el futuro de la globalización será conducido desde Asia en detrimento de Europa y hasta cierto punto Estados Unidos, pero no está claro que el devenir de la humanidad vaya a mejorar simplemente por ello.

En cualquier caso, no deja de ser sorprendente que este mensaje de esperanza en relación con el ascenso de China haya resultado una "verdad inconveniente" para Arrighi, como muestran algunas reacciones al libro por parte de académicos y líderes públicos, que olvidan el análisis histórico del autor y se centran en el mensaje político. Me refiero a los comentarios de George Walden y Gregory Clark, entre otros, que no ven en el libro más que una diatriba anticapitalista y anti-occidental y temen que la obra se convierta en la nueva ortodoxia sobre China. Reacciones como estas muestran que la intensidad del debate es indiscutible ahora que una nueva era en la historia de la globalización parece haber comenzado. Sin embargo, el libro de Arrighi es profundamente académico, entronca con una tradición intelectual específica y se detiene en detalladas y largas discusiones con titanes del análisis capitalista como David Harvey o Robert Brenner. Por ello, no es aventurado predecir que Adam Smith en Pekín quizá no reciba la atención que merecería fuera de los círculos especializados.

Es una obra que enriquece el debate actual sobre el ascenso chino con postulados atrevidos y brillantes. Las diferencias que el autor observa entre el Este y Occidente en lo que se refiere al predominio del comercio a larga distancia, la lógica expansionista en la formación del Estado o la estructuración de las relaciones entre los diferentes participantes en el desarrollo del mercado requieren un análisis académico pormenorizado, que sin duda se producirá en los próximos años, para determinar si de verdad existen variaciones cualitativas que permitan identificar a Occidente con el capitalismo y al Este asiático con una sociedad de mercado que promete un futuro de mayor armonía entre los pueblos. Por el momento, nos quedamos con el enfoque acertado y con la invitación a realizar preguntas certeras a las que nos lleva el riguroso análisis de Giovanni Arrighi.