Y As-Salt no decepciona. Sus construcciones aprovechando las laderas de sus tres colinas convierten el paisaje urbano en algo único. Estamos en la terraza del museo de Salt, donde la vista es única; si el museo merece una vista por sus contenidos antropológicos, la guinda del pastel sería esta terraza que nos da otra dimensión de la ciudad.

Del museo, este viajero se queda con el tamaño que tenían los vestidos tradicionales que vestían las mujeres. Su tamaño era tres veces mayor que la persona. Así, las mujeres se cubrían con tres capas de ropa. Nos contaron que de esta manera podían esconder entre sus ropajes armas para defenderse del enemigo. Y es que no podemos olvidar que se trata de una tierra que ha sobrevivido a muchas invasiones, y casi ninguna pacífica. La leyenda de su fundación nos lleva a tiempos de Alejandro Magno; fueron los macedonios los que levantaron la ciudad.

Frutas frescas en el mercado de As-Salt. Alberto Arizkorreta/Chiloé

El mercado de Salt, Hammam, es precioso, es un mercado real donde los jordanos compran cada día lo que necesitan, como fruta fresca y verduras recogidas el mismo día. También venden gallinas vivas, y si al comprador le interesa alguna, el vendedor convertido en matarife la sacrifica. No hay nada más kilómetro cero, sostenible y todo lo demás que esto.

La orografía en cuesta de la que fue primera capital de Jordania hace que la visita sea pausada. Pasamos por una calle situada detrás del mercado. El gremio de los zapateros está instalado en unas pocas tiendas y nos encontramos con una iglesia muy, muy especial. Es la iglesia de San Jorge, de rito ortodoxo griego. La leyenda cuenta que san Jorge pisó el suelo de este lugar donde se levantó después la iglesia. Hay una huella en el suelo que así lo atestigua.

A este turista con salacot lo que más le impresionó es que dentro de la pequeña iglesia cristiana había otro espacio abierto que funcionaba como mezquita para los musulmanes. El interior es como un único espacio, pero lo curioso es que la entrada a la sala de oración de cada confesión se hace por puertas diferentes, de modo que utilizan el mismo patio de acceso, y a la izquierda se encuentra la puerta de la mezquita, y a la derecha la entrada a la iglesia cristiana. Realmente sorprendente que este lugar funcione así desde hace al menos 400 años.

Por la GR1

Cae la tarde, refresca, y mañana toca caminar por la GR1 de Jordania. ¡Sí, en Jordania hay GRs! y muchas más cosas además de Petra...

Aboud Hijazi es nuestro guía y confesor para este periplo por Jordania. Previstos de agua encaramos nuestro pequeño test de la GR 1 que cruza todo el reino y en los alrededores de A-Salt toca el antiguo camino que llevaba a Jerusalén. Camino pedregoso que se adentra entre bosques, maleza y espinos, también entre olivares y trigo. El camino no está muy bien marcado, así que hay que ir atentos al guía. Al rato aparecen la marcas blancas y rojas sobre unas rocas de la GR, vamos bien. La ruta dura apenas dos horas y es muy bonita. 

Aquí, esa imagen árida que se suele tener de Jordania se cae por completo. 

El panadero de Gherbal. Alberto Arizkorreta/Chiloé

Con hambre y sed llegamos al Gherbal, un restaurante que elabora su propio pan todos los días del año. El olor es exquisito, toca comer. El hummus esta de escándalo y las brochetas de cordero acompañadas de un fresquísimo perejil únicas. Para beber, agua con limón, menta y azúcar; nana es su nombre. No se puede pedir más.

Bajo tierra

Las cuevas siempre han sido un refugio, un hogar para los humanos. Y en Iraq al-Amir, están las cuevas del mismo nombre, también conocidas como las grutas del príncipe. A principios del siglo XX, en tiempos de la colonia, el lugar ya fue visitado por el rey Jorge V del Reino Unido, así como por la famosa viajera y arqueóloga inglesa Gertrude Bell. 

Las de mayor tamaño funcionaban como establos. Están talladas en su interior y en algunas zonas el suelo está labrado y se apredian como caminos para el agua. Algunos expertos opinan que eran lugares de sacrificio y que los surcos horadados en la piedra eran para que los líquidos de las bestias sacrificadas fluyeran por ellos. 

A lo lejos se ve en una ladera el palacio de Qasr al-Abd, una joya del arte helenístico. Hay una leyenda muy romántica alrededor de la construcción de este palacio, historias de amores imposibles que a día de hoy, se repiten en las teleseries turcas.

 Llegamos con curiosidad hasta la puerta de acceso al palacio. Los tamaños de las piedras que levantan la estructura son colosales. Además, están talladas para encajar una con otra sin apenas mortero ni otro elemento, solo piedra contra piedra. Una elegante escultura de una leona y otra de un león destacan en sus muros. Viendo la fachada uno se imagina un palacio suntuoso, sofisticado, rodeado de una laguna con agua. ¿Las mil y una noches?

No sabemos si celebraban fastuosas fiestas, pero comer seguro que comían. Al lado del templo está la cooperativa de mujeres Iraq al-Amir. Nos preparan Maqluba, un exquisito guiso a base de pollo, coliflor y arroz. 

Hacia el mar muerto

Nos dirigimos al mar Muerto por la autovía que unen Aman y Aqaba. La bruma lo invade todo y apenas vemos el azul del mar.

Imagen del mar Muerto. Alberto Arizkorreta/Chiloé

Tomamos un desvío a la izquierda y nos adentramos en tierras ya del desierto jordano. Nos detenemos en un puente, levantado por la cooperación japonesa. Aboud, nuestro guía y centinela, nos dice que éste es el lugar. Le seguimos, cruzamos la carretera asfaltada y comenzamos a descender por un camino apenas marcado lleno de piedras. Poco a poco la carretera y el puente desaparecen, comenzamos a escuchar el rumor del agua, aparecen palmeras, arbustos y flores, nos encontramos descendiendo por el cañón Himara, uno de los muchos cañones que sirven de cauce para que las aguas que surgen montaña arriba, acaben regando las orillas del mar Muerto. 

El agua está fresca, limpísima. Seguimos descendiendo por el cañón y aparecen unas pozas de agua. El paisaje es fantástico. 

Entre rocas y pequeñas caídas de agua surge en el horizonte el azul del mar Muerto, al fondo en tonos marrones, las colinas de Jerusalén, Palestina dirá Abdud. Preciosa la caminata. Para regresar sin perdernos, Adoud ha marcado con montículos de piedras el sendero de regreso. 

Amman

Regresamos a Amman, queremos conocer la otra capital, la que queda un poquito más alejada de lo convencional. Nos acompaña Lana Amarneh, una guía que vive en el barrio palestino y que trabaja en el centro. Tiene una pequeña empresa que ofrece unos tours diferentes, se llama Through Local Eyes y su objetivo es mostrarnos la ciudad a través de su experiencia vital.

Nos lleva al barrio más cool, Al Weibdeh. Hay tiendas con encanto, mucha gente joven y rincones estupendos donde tomar un café, comer algo y tener buena conexión, un buen lugar es el café-librería Janda.

Arte urbano en Amman. Alberto Arizkorreta/Chiloé

Seguimos cuesta arriba y nos encontramos con unos grafitis donde se reflejan en unos retratos las diferentes culturas que hay en el mundo. Cerca, más trabajos del artista urbano Suhaib Attar. Nos encontramos en el corazón del Makan Art Space o Darat al Funun.

Un palacete destaca en el paisaje, un palacete que durante un tiempo fue la casa de Lawrence de Arabia. Al lado hay otra mansión, ésta rodeada de un frondoso jardín, pero ahora está cerrada, fue la casa oficial de Yasser Arafat.

Y aún no hemos visitado el archiconocido anfiteatro romano ni la ciudadela, pero cae la tarde y tenemos que escoger. Como venimos de hacer un cañón en el mar muerto nos crecemos y nos planteamos ir caminando hasta lo alto de la Ciudadela. Craso error, el tráfico y el calor convierten las cuestas en montañas inaccesibles. 

Sin embargo el esfuerzo merece la pena. Desde la Edad de Hierro todo el mundo ha pasado y pisado esta pequeña montaña. Como curiosidad decir que el lugar se llamó Filadelfia, luego surgió la fundación de Amán. Uno se marea entre los siglos de historia y la magnífica vista. Además, hemos tenido suerte, cae la tarde, pronto serán las seis, comienza a levantarse un fresco y fino viento que es delicioso, las visitas van a menos, solo quedan los niños y adultos de la zona que vienen a ver la caída del sol.

En frente las columnas del templo dedicado a Hércules, detrás la iglesia bizantina, a la derecha los restos de la mezquita y delante, el skyline de Amán, los minaretes de las mezquitas se iluminan con un color verde fosforito, comienza a escucharse la oración de vísperas por los altavoces. Su sonido lo inunda todo, el tráfico apenas se escucha, solamente los ecos de los versículos del Corán que se mezclan con el suave y elegante viento jordano.