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Una superviviente del bombardeo de Otxandio rompe su silencio a los 93 años

El bombardeo de Otxandio de 1936 revive en el testimonio de Anttoni Urrejola, que rompe su silencio a los 93 años

Una superviviente del bombardeo de Otxandio rompe su silencio a los 93 añosIban Gorriti

Hoy, a sus 93 años, habla por primera vez. Hace colectivo su testimonio en DEIA como una de las últimas personas supervivientes del histórico bombardeo contra Otxandio del 22 de julio de 1936.Anttoni Urrejola Irasuegi tenía aquel aciago día cuatro años y medio. El pueblo fronterizo con Araba, aunque recién dado el golpe de Estado, disfrutaba de sus fiestas. Su callejero estaba repleto de civiles, milicianos y soldados.

Sobre las nueve de la mañana, dos aviones pequeños Breguet XIX comenzaron a sobrevolar el casco. No levantaron expectación porque portaban banderas republicanas. Sin embargo, eran lo contrario. Eran, como algunos demócratas de hoy en día, fascistas camuflados. “Ni siquiera dieron importancia al hecho de que las avionetas empezaran a arrojar objetos”, contextualizan desde el ayuntamiento de la villa. Prosiguen: “No se movieron pensando que serían panfletos, caramelos o algo similar. Sin embargo, la tragedia iba a comenzar porque lo que estaban lanzando eran bombas de tres o cuatro kilos. En la plaza de Andikona, hubo 57 muertos y numerosos heridos, de ellos la mayoría eran niños”.

Sus dos maquiavélicos pilotos fueron Ángel Salas Larrazábal y José Muñoz Jiménez, a quienes el enemigo general Mola les felicitó la matanza calificando el cobarde ataque como “brava acción”.

Anttoni, en el silencio de su hogar, se acomoda las gafas y levanta un dedo: “¡Era el Día de la Magdalena! Mi madre estaba lavando la ropa y cayeron las primeras bombas. Entonces tomó a mi hermano Vicente y un miliciano le dijo a mi madre: ‘Señora retírese’. Yo, por mi cuenta, salí caminando hacia Uribarrena, en la parte de detrás de la iglesia. Mi madre se metió debajo del puente de Arrabal”, detalla y va más allá: “En un momento, unos soldados me cogieron y me echaron por encima de los sacos terreros al grito de ‘¡ahí va!’, con el objeto de salvarme”. Antes del ataque, su padre había salido a por hierba junto a su tío, jardinero. “Aita tiró el cesto y la guadaña y se fue a Zelaieta, al caserío Lupetza. Al volver, junto a su cesto se encontró con un soldado muerto”.

Ese día se cumplían de tan solo cuatro jornadas de guerra tras el golpe de Estado del 18 de julio. “Yo no vi la plaza de Andikona, que es donde más muertos hubo. Un pariente nuestro entre ellos o una madre que tenía a su hija debajo de su cuerpo y le cortaron un brazo. La niña, herida, le gritaba a la mujer muerta: ‘Ama, levántate’”.

Días antes de esta suelta de bombas por parte de los dos aviadores, soldados republicanos de Garellano habían llegado a Otxandio y se decidió darles refugio en las casas de la villa. “A la nuestra vinieron dos militares asturianos. Eran dos chicos muy buenos”.De Bilbao, les llevaron ropa y juguetes. “A mí me trajeron una muñeca. Recuerdo que iban al frente y venían mojados. Hacíamos fuego bajo para secar su indumentaria”.

Anttoni Urrejola

Anttoni era hija del txistulari y fliscornista en la banda municipal Anjel Urrejola Urrejola, ‘Sagu’, de la empresa Omega; y de la ama de casa Mari Cruz Irasuegi Zelaiaran. “Aita fue detenido dos años antes, en octubre de 1934. (era republicano y en la fábrica Omega debieron de participar en la huelga de octubre de 1934, tengo constancia que había militantes de UGT y varios eran militantes del PCE (viene recogido en un libro de Gerediaga Elkartea. Aguantó en Otxandio hasta el último momento de la ofensiva del 31 de marzo de 1937”. “Mi padre era republicano y mi madre votaba al PNV, porque entonces les compraban los votos y les venía bien ese dinero. Mi padre decía que la izquierda le pagaría más”, se ríe.

El último día que estuvieron en Otxandio, empezada la ofensiva anunciada por Mola para el 31 de marzo de 1937, ya durmieron en otra casa. Durante un nuevo bombardeo fascista, cayeron contraventanas sobre la cama de la pequeña Anttoni y sobre la de su abuela. Eran las seis de la mañana, hora en que su madre estaba ordeñando”.

A pesar de migrar a otros pueblos como Dima, el padre siempre regresaba a Otxandio. Él mismo, transmitió a la familia que llegó un momento en el que la situación era insostenible y que el pueblo daba miedo. “Estaba oscuro, casas bombardeadas, sin gente”. La familia emprendió la marcha una mañana en una camioneta de soldados hasta el pueblo de Arratia, donde su padre era muy conocido como txistulari y su madre aportaba laiando los campos. “Un día vinieron avionetas. Y nos echamos al suelo. Y ametrallando. Todo el santo día nos pasamos levantar aquí y tumbar allí. Estar tumbados para parecer que estábamos muertos”.

El próximo destino fue Bilbao. En el camino hacia la capital, de nuevo apareció la aviación y tuvieron que esconderse en un maizal durante todo el día. A continuación, viajaron en tren desde Ariz hasta Atxuri, y fueron acogidos como refugiados en Deusto. “No se me olvida que allí me dieron arroz con pimentón y no me gustó nada”, evoca.

Fue entonces cuando su madre decidió acercarse a la casa de una familia que conocía, a la del fundador del PNV, Sabino Arana. “Ama, de soltera, había estado sirviendo mucho tiempo donde su única sobrina: María Concepción Alonso Arana, que se había criado con Sabino, porque de joven se quedó huérfana, casada con un abogado apellidado Saralegi. Y como tenían que acoger a refugiados, nos invitó a ir. Yo no le conocí a Sabino. Sí a las hijas de su sobrina: Lucila, Maritxu, Concha y Mercedes”.

Con la llegada de los ya franquistas a la villa capitalina, la familia llegó a Ortuella. “Unos familiares nos dejaron un tipo chalecito y allí también sufrimos algún bombardeo. Recuerdo que vi cómo iban los moros con sus bayonetas hacia Santander. Al poco, nos cayó un obús en la casa, pero a nosotros, que estábamos en la planta baja, no nos pasó nada”. Para alimentarse acudía a Sanfuentes (Abanto-Zierbena) a por leche, sabedores que allí estaban algunos vecinos de Otxandio, de Mekoleta, que habían huido con el ganado en el arranque de la guerra.

Cuando las tropas fascistas ya habían tomado Bizkaia, y la familia optó por volver a Otxandio, su padre se enteró que uno de los soldados que habían tenido refugiados en su casa estaba preso y fue a visitarlo a una cárcel. “A él le preguntó por el compañero, y le dijo que esos días estuvo en el puesto del campanario de la torre de Otxandio y que no sabía nada de él, por lo que podía haber muerto. Mi padre lo sintió muchísimo”.

Él, aun siendo hombre, pasó desapercibido. “Aita no se metía en nada y no sabían que era republicano. No hacía el mal a nadie. En una ocasión, eso sí, una mujer me dijo que habían venido preguntando por un Urrejola Urrejola. Me preguntó a ver quién se apellidaba así y le dije que mi padre”. Aquel hombre, Anjel Urrejola, murió y desde la guerra nunca quiso volver a tocar el txistu ni el fliscornio en la banda de Otxandio.

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Volviendo a cuando retornaron a la villa, se toparon con la sorpresa de que su casa había sido ocupada. Vivían en ella unos carlistas que, a su vez, también habían perdido la suya: bombardeada. “Estaban en las mismas que nosotros”, apostilla. La guerra continuaba y Anttoni retrocede a las primeras órdenes del movimiento franquista. “Cuando tomaron Teruel, Belchite y todo aquello, que ahora estoy aprendiendo yo de aquello, a todos nos sacaron en Otxandio, del cole a la calle y teníamos que gritar: Rusia no; España sí. Y nos hacían cantar: ‘Carlistas con banderas…’ Obligaban a la ciudadanía ir a la manifestación”.

Ante la herida de no tener un hogar, un republicano apellidado Marzana les posibilitó vivir en su casa de la calle Carnicería. “Tiempo después ya compramos la nuestra”, acota aliviada con una sonrisa. Y los calendarios se iban sucediendo. “Con 17 años fui tres veranos a trabajar al Hotel Internacional de Donostia. Mi padre entonces, con una úlcera, estaba ya muy enfermo. Y con 22 años fui al mismo hotel en Madrid hasta los 32. Diez años”, concreta. De hecho, esta mujer que casó con el leonés Miguel Castrillo y tuvieron dos hijos, Mikel y Joseba, en la actualidad, reside una temporada del año en la capital estatal y otra en Otxandio. Va y viene contenta de -concluye- “haber salido de la miseria que vivimos en la guerra y haber salido vivos en muchas ocasiones” que tuvieron a la muerte a su lado.