Hace 19 años Koikili Lertxundi, ahora con 33 diciembres, jugaba su primera y única temporada en el Vulcano, el equipo del pueblo, el club de Otxandio, su hogar. Fue su iniciación en el fútbol. Por aquel entonces Koi era “la pieza del pueblo, Chupa-Chups” para la cuadrilla, “solo tenía cabeza”. “Era súper pequeño, delgado, no tenía ni media hostia y bueno, pues la cabeza había desarrollado antes que otras cosas”, dice, jocoso. No alzaría demasiado sobre el césped, era cadete de último año en categoría de juveniles, pero el bisoño, sin vello en las piernas, que en sus primeros entrenamientos “desde fuera del área no llegaba con el balón a la portería”, se desenvolvía en la delantera como Gulliver en la tierra de los liliputienses. Firmó 25 goles y generó el interés de su próximo club, el Aurrera de Vitoria, en ese camino que le conduciría el día de mañana hasta la élite. “Recuerdo ese año muy bien porque de todos los que he practicado el fútbol es el que más he disfrutado”. Pura diversión. En paralelo al césped, se alzaba sobre los tatamis con el título de campeón de España de lucha grecorromana, galardón que obtendría hasta en tres ocasiones.

El fútbol era un juego entre amigos, compañeros de clase, además, “éramos bastante buenos”. El campo de Zelaieta era la prolongación del patio del colegio. Allí se daba rienda suelta a la afición. Siguieron años de escalada, días de barro en las botas, sonrisas, mudanzas de vestuarios, clases de universidad en la facultad de historia para terminar siendo licenciado, el plan A, el vitalicio. El fútbol eran sensaciones, emociones, ocio y salud; el concepto de profesionalismo brotaría como consecuencia de sus aptitudes y su competitividad, no de una obsesión. Aurrera de Vitoria, Osasuna B, Gernika, Beasain y Sestao River fueron sus moradas pasajeras antes de recibir la llamada de Joaquín Caparrós en 2007 para taponar las aguas del flanco izquierdo del Athletic, donde permaneció cinco temporadas y disputó 98 partidos con la zamarra rojiblanca para poner punto final a su recorrido profesional en el Mirandés, en Segunda División, el pasado mes de junio. No atendió a posibles ofertas de continuidad. Colgó las botas. “No quería hacer más esfuerzos por seguir en el fútbol profesional”, atestigua.

Con colgar las botas quería decir que “aparcaba el profesionalismo, no el fútbol”. Abandonaba esa rutina de exigencia y presión que degeneraba su concepto de deporte, porque lo que Koikili siempre ha pretendido del fútbol, del deporte en general -practica el frontenis, el ciclismo, la montaña...-, es ocio y salud. Lo demás, las exigencias, las obligaciones, los esfuerzos, los salarios, etc., fue llegando por añadidura. El día de su despedida se celebró en Otxandio, en Zelaieta, un partido-homenaje entre sus ex compañeros y el club Vulcano, equipo local, el que le vio nacer como futbolista. Entre vecinos y colegas saltó la chispa. “Me estuvieron picando”, reconoce. Le ganaron. Koikili decidió renacer.

Esta presente campaña, 19 años después de aquel glorioso curso de los 25 goles, un día inesperado, Koi regresó al vestuario del Vulcano. Los compañeros, ojipláticos, eran incrédulos sobre lo que acontecería hasta que le vieron superar el reconocimiento médico. Sí, jugará con nosotros, pensaron. Efectivamente. Koikili emprendía sin un DeLorian un viaje de retorno al pasado, a sus modestos orígenes. Se reencontraba consigo mismo. “Pensaba que un día jugaría en el Vulcano, pero no tan pronto”, asegura. Anhelaba un lapso de relax y tiempo para la atención de sus tres negocios, una consultoría (Itzarri Consulting), un albergue (Itzarri Aisia-Koikili Aterpetxea) y una empresa de venta de madera y asuntos relacionados a la biomasa (Itzarri Natura). Toda ellas asociadas a valores como el deporte, la naturaleza, el euskera y el desarrollo personal.

Aunque por otra parte, “estaba deseando que llegara el día en que pudiera practicar el deporte de esta manera”, un modo que, como dice, es el concepto que guarda del deporte, “esa esencia de hacerlo en tu tiempo de ocio y para tu salud física y mental para gozar de equilibrio como persona”, alejado de los cánones del profesionalismo, donde precisamente “el ocio y la salud brillan por su ausencia”. “El deporte profesional no da pie a eso porque siempre haces lo que otros han pensado, lo tomas como trabajo, no lo haces cuando quieres, entonces esos temas de ocio y salud quedan en segundo plano. Hace que después de tantos años me reencuentre conmigo mismo”, incide. Es la razón por la que sigue jugando, por la que está de nuevo en el Vulcano, ahora en la Primera Regional alavesa, persiguiendo la purista esencia y el amor al arte.

“Siempre he entendido el deporte desde las motivaciones del ocio y la salud. Luego, si eres habilidoso y competitivo, te puedes enrolar en algo como hice yo con la lucha y más tarde con el fútbol, pero al final, la esencia es hacer cuando quiera algo que me gusta, y que ayude a nivel de salud, tanto física como mentalmente, y marcarme yo los retos”, confiesa. En definitiva, trata de “ser dueño de esa actividad”, de disfrutar, porque hasta el pasado junio, Koi se veía atenazado por el profesionalismo, que en ocasiones no permite disfrutar a pesar de la privilegiada posición. “Yo tengo la suerte de poder optar”, dice. Y quiere jugar a nivel amateur, un fútbol de andar por casa, de retos humildes, compaginables con su verdadero trabajo, aunque tratará de hacer mejor a quienes le rodean trasladando los conocimientos captados de las mentes profesionales que le han dirigido y formado. “Creo que podré ayudar más en esto que en el campo”, dice.

El domingo debutó de verdinegro y lo hizo de mediapunta, saltando al campo en la segunda mitad para colaborar en el triunfo ante Corazonistas (3-1), cuyos jugadores “se asombraron más que los del pueblo” al ver su presencia y sus voluntad de bajar al barro. Su presencia motiva. Lo percibe agradecido. “Con alguien que ha podido ser una referencia para ellos, entrenar juntos, de igual a igual, creo que les hará ilusión”, dice desde el balcón de la modestia. Es la historia de un profesional que aspiraba a ser amateur. El mundo al revés. Es el renacimiento de un tipo sencillo al que, sencillamente, le gusta el deporte.