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Editorial

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Traficantes de desinformación

Los episodios violentos con los que la ultraderecha inglesa ha mostrado en los últimos días su voluntad de asentar su rechazo xenófobo se han alimentado de una estrategia organizada de desinformación y bulos

Una tragedia, un crimen de difícil o imposible explicación –como el cometido días atrás en Inglaterra, cuando un joven de 17 años asesinó a tres niñas– ha sido utilizado para proyectar en las calles del norte del país la capacidad de la ultraderecha de desestabilizar la convivencia. Una campaña de desinformación orientada a culpar y perseguir a inmigrantes musulmanes se hizo viral en redes sociales, especialmente en la del magnate Elon Musk, cuya política de descontrol de contenidos es ya más que una estrategia comercial y convierte a la red X en el terreno preferido para difundir mensajes de odio y bulos. En X campan desinformadores profesionales readmitidos tras haber recibido condenas por difamación y difusión de bulos con intención de fomentar el odio. Lo sucedido en Inglaterra en los últimos días dispara alarmas que ya venían sonando y que se apagan a los pocos días por la laxitud con la que los gestores de las redes, sus usuarios y la opinión pública en general sancionan la mentira. Los relatos difundidos en redes sociales son un entretenimiento más y un mecanismo de notoriedad que fomenta la reproducción de mensajes falsos, espectaculares o acordes con la percepción ideológica de cada cual. Con una fals retórica de libertad, se comunica sin criterios deontológicos de veracidad y protección de derechos. Los medios de comunicación que se obligan a ello no siempre reciben la valoración de la audiencia y pocas veces su disposición a reconocer su función, su valor y el coste de su servicio. Se prima la gratuidad y se consume sin la exigencia de veracidad. Sin espíritu crítico ni cualificación para valorar la autenticidad de lo que se consume y redifunde –o directamente con intención de obtener un rendimiento particular–, las redes de desinformación campan sin consecuencias a su cosecha de malware intelectual. La realidad hoy es que encaramos la existencia de redes organizadas de manipulacion de la opinión pública con éxito. Y en el origen de esa manipulación no solo hay una falta de ética y una voluntad de proyección ideológica sino la búsqueda de pingües beneficios económicos con una mercancía ilícita que explota debilidades. Es puro narcotráfico digital y la ciudadanía tiene derecho a defenderse de él con normas claras y una acción de los poderes públicos no ideologizada a su vez.