¿Cómo será el empleo del futuro? ¿Podremos vivir sin dar un palo al agua, mientras las máquinas trabajan por nosotros; o terminaremos semiesclavizados, sin derechos laborales que hoy consideramos fundamentales? ¿Qué se puede hacer para frenar la pérdida de garantías laborales que hoy en día muchos expertos ven en retroceso frente a una oleada de neoliberalismo? ¿Y las mujeres? ¿Podrán acceder al mercado laboral en igualdad de condiciones? ¿Conseguirán quitarse los trajes invisibles que lastran sus carreras profesionales o las abocan a empleos peor remunerados? ¿Qué debe hacer nuestra sociedad, las instituciones y los políticos para que en el futuro nuestros hijos e hijas puedan tener empleos decentes y/o dignos?

Estas y otras reflexiones afloraron este pasado miércoles en las jornadas organizadas por el Instituto Internacional de Sociología Jurídica de Oñati, con motivo del centenario de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Una pincelada: según este organismo, en el mundo existen unos 25 millones de personas víctimas de trabajos forzosos -un 64% con fines de explotación laboral-, pero la cifra subiría a 40 millones si se incluyen a 15 millones de mujeres llevadas a matrimonios forzosos y que este organismo considera, por tanto, en situación de semiesclavitud, indicó en Oñati el director de la OIT en el Estado, Joaquín Nieto.

“¿Ha llegado el futuro antes de tiempo a algunos países del Golfo Pérsico como Kuwait o Qatar?”, se pregunta con ironía Vincenzo Ferrari, profesor emérito de Filosofía y Sociología del Derecho de la Universidad de Milán.

Trabajo coercitivo

Ferrari ofreció una visión cruda e inquietante charla sobre la dinámica del mercado laboral en el mundo y, especialmente en su Italia natal, con casos reales que bien podrían trasladarse al resto de Europa. Tras el título El trabajo del futuro: entre utopías positivas y negativas, admitió su “frustración” como italiano, y reconoció que le asusta la deriva hacia la pérdida de derechos de los trabajadores.

En su opinión, uno de los problemas es que “el mercado global decide sus propias reglas ante las cuales el derecho tiende a someterse”, zanjó. Y quizá también las instituciones, impotentes ante el empuje de la economía neoliberal. ¿Es posible dar marcha atrás?

Ferrari dedicó su presentación a sus nietos de 5, 10 y 13 años, a quienes espera, lamentó, un futuro de “retroceso social, tras décadas de mejora en la sociedad del bienestar”. El profesor aprecia una “falta de respeto de derechos fundamentales del trabajo que tiende a extenderse” en un “espacio creciente de trabajo forzoso en el que surgen nuevas esclavitudes”.

La teoría de que en el futuro podremos vivir sin trabajar surgió ya a finales de los 60. Ferrari no las descarta aún. Él ha visto en Kuwait y Qatar “personas que viven sin trabajar. Simplemente dando órdenes a los que organizan el trabajo de los que trabajan”, en la mayoría de los casos, “sin acceso a los derechos mínimos conquistados durante años de lucha sindical”. Algo que llamó trabajo coercitivo. Un empleo que somete constantemente al empleado.

“Puede ser que prevalezca la primera utopía a largo plazo”, es decir, que podremos vivir sin trabajar, “pero ¿cuánto debemos esperar para esto?”, se preguntó.

Entre tanto, “el área de las nuevas esclavitudes parece alargarse, con fronteras indefinidas pero porosas”, señaló. Habló de distintos grados de coerción de los trabajadores en un mundo actual de escasez de trabajo remunerado. Trazó “una línea continua, no quebrada, en cuyo extremo está la esclavitud” y hacia donde caminamos, de forma imperceptible.

Habló de Mateo -no aclaró si es un personaje real o de ficción-, “un periodista italiano que trabaja en una pequeña editorial, a la que su empresa ofrece un contrato individual”, sin reconocerle su categoría y obligándole a “renunciar a sus derechos, una condición para la renovación” anual. Años después, le plantean “trabajar desde fuera, por su cuenta, pero controlado desde la editorial. Trabajo subordinado”. Y nuevamente tras muchos años, le conceden un contrato de su categoría, pero a tiempo parcial, obligándole a firmar cláusulas por las que renuncia a parte de sus derechos, asistido por un sindicalista. Cuando al final le reconocen la categoría de sus compañeros, estos lo eligen como representante sindical y la empresa le despide”, narró Ferrari.

“Por supuesto que Mateo no es un trabajador esclavo; lo hace porque quiere, y en un trabajo de prestigio hasta hace poco, pero es un trabajo coercitivo, porque no tiene ninguna oportunidad de sustraerse”.

También mencionó a los “cuellos blancos que ejecutan “cientos de órdenes diarias de bolsa, sin derecho a cometer errores”, y los “miles y miles de despidos en bancos”, en donde ha conocido “casos dramáticos”.

Siguiendo esta línea, en dirección hacia la esclavitud, situó los inmigrantes regulares, “personas que trabajan doce y tres horas al día sin contrato formal”. Muchos de ellos “rumanos y polacos, tal vez con diplomas universitarios”, y con “miedo” a perder su trabajo y dejar de estar regularizados. Y finalmente los inmigrantes ilegales, “mantenidos artificialmente en su irregularidad”, trabajando por “tres euros la hora”, precisó.

¿A dónde iremos? “El enorme aumento demográfico me hace creer que la utopía negativa es la que va a prevalecer”, señaló. Ferrari no ve a corto plazo un cambio de dirección empresarial y aseguró que la situación “puede estallar en cualquier momento” en una economía liberal que ofrece “mayor protección a las economías independientes” a los que más tienen, que a las dependientes. A mayor nivel de solvencia económica, mayores garantías. ”, aseguró.

Corresponsabilidad

Margarita Isabel Ramos Quintana, catedrática de Derecho del Trabajo por la Universidad de la Laguna, en las Islas Canarias, y ex consejera de Empleo del Gobierno insular, también habló de las “nuevas esclavitudes del trabajo”, pero se centró en el caso de las mujeres, “que son algo más de la mitad de la población mundial”, recordó. En su conferencia aseguró que el camino hacia la igualdad está “lleno de obstáculos”, pero calificó una “buena hoja de ruta” la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible.

Para las mujeres, dijo Robles, “todo es más difícil, desde el acceso al empleo”, pasando por “las condiciones de trabajo una vez que los consiguen” y todo ello se traduce en “dificultades en la configuración de su carrera y la promoción profesional”.

“Atender a la familia, los cuidados del hogar, asociados a la mujer, continúan siendo uno de los factores más relevantes en la segregación”, añadió. Son “labores no retribuidas pese a su indudable valor social y económico y ello supone una “desventaja de partida”. Por contra, está la oportunidad de “aflorar miles de puestos de trabajo a los regímenes de cotización de la Seguridad Social”.

Ser mujer, añadió, “supone un 30% menos de posibilidades de incorporarse a las fuerzas de trabajo”. Aseguró que existe un marcado sector de género, con ocupaciones específicas, las más feminizadas, mal remuneradas. “Existe tanto segregación horizontal, por sectores, como vertical, por jerarquías”, añadió.

Para Ramos, “la digitalización de la economía y los avances tecnológicos, suponen una “oportunidad”, porque “la necesidad de empleos de fuerza física puede desaparecer, pero ya asoman sesgos de género en trabajos de la economía digital. Hay que detectarlos para huir de perpetuar roles de discriminación en las mujeres”, indicó.

También aseguró que los progresos en este campo son “lentos” y defendió la creación de “derechos laborales específicos de las mujeres para equiparar las desigualdades de partida”, pero lamentó sentencias que calificó de “preocupantes” y que ponen en cuestión “fundamentos jurídicos de la discriminación positiva”. Como el caso de un ayuntamiento alemán, donde a igualdad de méritos y puntuación, la justicia dio la razón al hombre porque la puntuación de la mujer había mejorado por medidas de discriminación positiva. “A nadie se le ocurre recurrir si el que obtiene la plaza es una persona con discapacidad y suma puntos por ello, pero sí en el caso de las mujeres”, que además tienen “mayor probabilidad de sufrir acoso laboral” y a menudo se enfrentan a “entornos de trabajo hostiles”. Ramos hizo un llamamiento a la negociación colectiva para establecer “sistemas de promoción profesional con cuotas y discriminación positiva”.

Además, la catedrática pidió pasar de la conciliación, “que se pensó para las mujeres”, a la corresponsabilidad, un impulso que “no se le puede confiar al derecho privado”, sino que hay que alentarlo con “políticas públicas que ofrezcan servicios y permitan una posición igualitaria en el punto de partida”, reclamó.

Políticas internacionales

“El reconocimiento de las personas en el trabajo y de sus trabajos” también es algo necesario, una asignatura pendiente si queremos aspirar a un “trabajo decente en el futuro”. En opinión del profesor Pierre Guibentif, experto en sociología jurídica del Instituto Universitario de Lisboa, para un trabajo decente es necesario lograr antes una “sociedad decente” o digna. ¿Y qué es una sociedad decente? “Pues una donde se exige decencia”, zanjó Guibentif.

El objetivo, aseguró, es “lograr una vida de subsistencia que permita la reproducción tanto de la sociedad humana como de sus entorno natural”. Es decir, que “imperen normas contra tendencias autodestructivas de la sociedad y contra el totalitarismo”, defendiendo “a los más débiles”.

Guibentif pide a la sociología jurídica que analice los efectos del capitalismo y la “tendencia a nuevas desigualdades que han sido favorecidas por el desarrollo” e insiste en que “hay que ir más allá contra la creciente precarización, una evolución que está progresivamente quitando a las personas y debilitando la esencia de la decencia”, contra lo que pide “cooperación entre organizaciones” y “políticas internacionales”.