Bilbao - ¡Frene! Un segundo de atención. El polvo del albero se suspende en el aire. Entre pálpitos, el mundo se para. Un rayo de sol. ¡Frene! Después de la fotografía, cuando el tiempo se acelera, golpes en el suelo anuncian patadas que rompen el piso. Estampida. La salida de toriles provoca que el corazón se agarre al pecho como un mejillón a una roca, asustado, nervioso, con brío, aceitado de adrenalina. Los músculos se aprietan. El cerebro se afina. El bombardeo asoma a dos centímetros de la jeta, que se tuerce. ¡Que viene! Y, de repente, todo se acelera? El pánico del matador. Iker Irribarria es un miura. Toro salvaje. Irribarria es ventarrón del sur, cálido, que ruge como una cascada de golpes y bien pronto se convierte en tormenta de entretiempo o en galerna. Irribarria es músculo y peligro. ¡Que viene! El corazón se acongoja porque intentar derrotarle es entrar a debatir en razones que cuestan, como el pleito corto, el trabajo de trinchera, de pómulos manchados y perneras llenas de barro hasta las rodillas, pero que no siempre se pueden hacer. La vibración del suelo muestra la sensación de que hay fuerzas que son imposibles de controlar. Agarra las entretelas al adversario, porque todo se complica al tener que jugar a contrapelo en un duelo más áspero que mil lijas. Iker Irribarria es el nuevo campeón del Manomanista. El de Aspe, puro músculo en una versión radical, ganó ayer en el Bizkaia de Bilbao su segunda txapela de la modalidad con solo 22 años ante Mikel Urrutikoetxea en una final estupenda (20-22). Irribarria también es marabunta.

El campeón de Zaratamo tuvo que lidiar en ese skyline, actuando ante armamento pesado. El vizcaino, experto en desactivar peligros, colega de McGyver, emperadores de la navaja suiza, tuvo las ideas claras, pero cayó en el intento. A Mikel le tocó ser un cazador de tormentas, bailar con la más fea. A la espera. Y el plan comenzó bien, pero acabó desnortándose por la estupenda oposición del zurdo de Arama, una fuerza de la naturaleza. Así, el rearme inopinado del puntillero, cuando el de Baiko estaba lanzado (12-7 y 15-10), se cimentó desde el saque. La corriente del río es incontrolable. Después, anunció batalla con el golpe, su mejor baza, y dos decisiones malas del zaratamoztarra en un contexto de puro delirio (18-18) rompieron una final del mano a mano bonita, debatida hasta el fin con pelos de punta y sensación de grandeza.

Porque la final, que no fue extraordinariamente larga, sí fue un dechado de desgaste y buen peloteo. Irribarria, manos de hierro, resucitó a mitad de tajo, encontrándose a sí mismo en el vistazo del espejo, regresando a su raíz, a su propia personalidad, diciendo: “Este soy yo”; y Urrutikoetxea asombró en su defensa de aire y a la hora de encontrar esquinas, haciendo hincapié en los problemas de desplazamiento del de Arama en el ancho. Sin embargo, los detalles, los flecos, fueron los que desnivelaron la balanza del lado del pelotari de Aspe, empresa que sigue acumulando trofeos en sus vitrinas.

Irribarria, sereno en los golpes de timón, no rompió la final por culpa de la oposición del de Baiko, pero su virtud estuvo en la supervivencia, en volver al trabajo a bote y recuperar el oxígeno. Y compuso un partido industrial y efectivo en la segunda mitad.

Urrutikoetxea, efectivo, superior en todo el primer tramo (hasta el 15-10), observó con rabia el cambio de perspectiva. Los yerros iniciales de Iker fueron el sustento de un trabajo magnífico del vizcaino. La seriedad de su hoja de ruta marcó la pauta en los primeros compases, en el que trató de entrar en el tú a tú con un poderosísimo contrincante. Firmaron tres igualadas para empezar a hablar: 2-2, 3-3 y 4-4. Después, Irribarria tomó la delantera con la zurda ya amartillada. Un buen saque le ayudó al tajo. Sin embargo, Urrutikoetxea, con una tacada de ocho tantos, se revolvió. El tembleque de piernas cambió de bando. Mikel cortó el cuero, buscó las esquinas, tejiendo una red a su contrincante, inerme sin pegada, errático. El vizcaino se colocó 12-7 y buscó la velocidad. En el debate, tenía todas las de perder.

Superior el de Baiko, tres tantos consecutivos de Iker, entre vaivenes, no rompieron la anatomía de su final. Se recompuso desde el 12-10 al 15-10. Dio dirección al cuero y sensatez.

La tortura del golpe Un gancho de Urrutikoetxea que besó las tablas cambió la tendencia. El Manomanista es bruto y no tiene piedad. Iker, hambriento como un pitbull, se lanzó al cambio. Enlazó dos saques por la pared muy complicados de restar y marcó una tunda con la izquierda. Igualados en un abrir y cerrar de ojos -el sotamano de Irribarria es un cañón-, Mikel tomó un respiro con un saque-remate de su rival que murió en el colchón y engordó su distancia con un zurdazo por la pared (17-15). El último regate al destino.

Porque no había forma de parar lo que venía por delante. Irribarria creció. La crecida trajo escombros. Y un epílogo azul, doloroso para el vizcaino, que se rompió las manos en defensa, terminando todo piel y huesos, con la certeza de haber hecho un buen partido. Si bien acertó Irribarria con el saque, Mikel trató de desatascar con una volea del seis para enmarcar (18-18). Un regalo en una dejada del de Baiko y un fallo con la derecha abrieron una brecha que goteaba y no terminó de cerrarse a pesar de que Urrutikoetxea siguió a lo suyo, agradeciendo una falta de saque de Irribarria con el 18-21. Pero el daño ya estaba hecho. El fulgor salvaje del zurdo era imparable. Cuando ruge la marabunta...