Bilbao - Tras el shock y los lamentos, aún revolotea con fuerza, incómoda, la pregunta del porqué de la desaparición del Euskadi-Murias después de que el equipo, en sus cinco años de vida, completara punto por punto con el relato necesario para continuar en la cartografía ciclista. ¿Qué mas podría haber hecho el Euskadi-Murias para seducir a los inversores y seguir en pie? Nada. En realidad, su andadura no tiene tacha. Creció desde el credo del trabajo y de la humildad y desde ese suelo, a lomos de la determinación, accedió a cotas insospechadas. Tocó la gloria. En ese tránsito, ni la austeridad ni la escasez de recursos ante formaciones de mayor calibre frenaron a la muchachada de Jon Odriozola, el ideólogo del Euskadi-Murias, el hombre que soñó con el Tour.

Con todo, el fatídico desenlace de la estupenda aventura del Euskadi-Murias cuestiona un modelo que antes se presuponía infalible e incuestionable: la suma de una notable altura deportiva, el sustancial impacto mediático y el arraigo popular eran la Santísima Trinidad para una próspera existencia. Con eso bastaba y sobraba. Incluso con menos. Sin embargo, a la formación vasca no le alcanzó con la excelencia para prolongar su historia. Ese patrón ha caducado. Ni tan siquiera el éxito es suficiente. Nadie, salvo la constructora Murias, se embarcó en el proyecto con determinación en una tierra que adora el ciclismo, al menos desde la cuneta.

Agotada con el Euskatel-Euskadi la arquitectura del empuje institucional, cuya nítida apuesta de inversión en lo deportivo es la de atraer eventos de calado, salvo con clubes que sirven de escudo para las ciudades o los territorios históricos, la suerte del Euskadi-Murias estaba echada porque no pudieron atraer más dinero privado y en Murias no estaban en disposición de hacer crecer más el proyecto. El Euskadi-Murias, a pesar de su empeño, nunca encontró la bendición que pretendía. Esa clase de impulso que sirve como red para tejer relaciones con empresas que puedan sumarse a la aventura. Sin esos puentes, con cualquier ayuda pública fiscalizada, la financiación privada se convierte en una quimera. En el ciclismo actual, donde los equipos son en buena medida sucursales de países y el territorio de inversión de las grandes marcas de bicicletas, contar con un mecenas es harto complicado.

La fusión que no llegó En esa tesitura, y en el quinto año de vida después de haber desgastado los nudillos en las puertas de las empresas, el Euskadi-Murias intentó convencer a la Fundación Euskadi para una fusión de cara al futuro. Para un mero observador de la situación, la idea tenía sentido. La unión hace la fuerza. Ocurrió que los intereses de ambos no coincidían. En la Fundación Euskadi querían explorar su propio camino y declinaron la oferta. La petición pública del Euskadi-Murias, realizada en plena Itzulia, no tuvo mayor recorrido. En la Fundación Euskadi, que cuentan con el apoyo de Orbea, principal sustento, Etxeondo y Laboral Kutxa -este patrocinio centrado en la cantera y el equipo de féminas- decidieron continuar con su modelo.

Meses después, la certificación del final del Euskadi-Murias deja al proyecto presidido por Mikel Landa como el faro principal del ciclismo vasco. A la espera de la confirmación del ascenso de categoría, desde la Fundación Euskadi confeccionan la plantilla para la próxima campaña, que será la de su estreno como Continental Profesional, un escalón superior que el de la actualidad. Resuelto el respaldo económico necesario para afrontar el salto, se sabe que varios ciclistas del Euskadi-Murias aterrizarán en la formación naranja, que trabaja sin descanso para completar la plantilla durante estas semanas. Mikel Iturria, vencedor de la etapa de la Vuelta en Urdax, Mikel Aristi, Julen Irizar, Mikel Bizkarra y Gari Bravo rodarán en la Fundación Euskadi, el hilo conductor del porvenir del ciclismo vasco.