bilbao - Cuando la Vuelta asomó en Bilbao, se alteró el horario de la carrera porque el gentío acudía en masa a ver los toros. Para que los ciclistas fueran recibidos debidamente, entre aplausos, entusiasmo y jolgorio, se retrasó una hora la salida de la etapa, que pespuntaba en Santander. Aquello fue en 1935. En Bilbao se impuso el belga Gustav Deloor. Décadas después, en la capital vizcaina, los toros están de capote caído. Se vacían los tendidos. Vista Alegre pasea la mirada triste y cabizbaja mientras se encienden los ojos brillantes de la ciudad del futuro con las bicis eléctricas, que alumbran la movilidad en Bilbao. En la Gran Vía rueda la ciudad que respira en rojo y blanco. El Athletic siempre está presente. El manto que cubre Bizkaia. La carrera, que hoy saldrá de San Mamés, observa a un hombre que escucha una música indescifrable mientras pedalea con la zamarra del Athletic, como aquel equipo que tuvo el club el siglo pasado, en los locos años 20. A escasos metros de la megafonía que vocifera la fiesta del ciclismo, claquetea sus zapatos acharolados un obispo, o es lo que se deduce de su vestimenta, anillo y crucifijo. Pero puede no serlo. En cualquier caso, la ayuda divina, ya se sabe, siempre es necesaria. Más en un día que es un disparo.

Así suena Philippe Gilbert en días de rayos, truenos y centellas. El belga, un portento, un ciclista enorme, de culto -excampeón del mundo, cinco Monumentos en su vitrina además de etapas en el Giro, Tour y Vuelta- talló un triunfo hercúleo en Bilbao, que fue un festejo. Día de boda. Gilbert, el hombre de las clásicas, un monumento sobre la bici, mostró el material del que está hecho en una etapa con aspecto de clásica. “Los últimos 15 kilómetros me recordaban a las clásicas de las Ardenas. Me sentí muy bien”, dijo el belga, que se agitó en Arraiz para coronarse en Bilbao. Gilbert tomó el relevo de Deloor en un día apasionado, un arrebato maravilloso que cimbreó a Bizkaia y puso en pie a Bilbao, rebosante, exuberante, orgullosa la villa de recibir entre vítores a Gilbert.

Los ciclistas, atados a la locura, se desataron desde el Circuito de Navarra, en Los Arcos. Velocidad y vértigo. La fuga, que en días lánguidos se forma casi de pura inercia, fue un festival de anarquía y rock&roll. Durante un montón de kilómetros todo fueron ataques, amagos y contraataques. Así, de palo en palo, en medio del caos, circuló la carrera. A toda máquina. Las dos primeras horas de competición fueron un esprint, un desafío al récord de la hora. “Tuve que hacer 20 intentos para entrar en la fuga buena. Si no lo conseguías, necesitabas otros 8 kilómetros para volver a cabeza”, confesó Gilbert. Voló el pelotón, siempre con adelanto, hasta que el puzle se compuso con una fuga de gran calibre, dispuestos los forajidos a tricotar las arterías de Bizkaia con celeridad, sin distracciones. José Joaquín Rojas (Movistar), Manuele Boaro (Astana), Heinrich Haussler (Bahrain), Felix Grosschartner (Bora), Fran Ventoso (CCC), Philippe Gilbert, Tim Declercq (Deceuninck), Tosh van der Sande (Lotto), Tsgabu Grmay (Mitchelton), Willie Smit (Katusha), Nikias Arndt (Sunweb), John Degenkolb, Jacopo Mosca (Trek), Valerio Conti, Marco Marcato (Emirates), Alex Aranburu, Jonathan Lastra (Caja Rural), Fernando Barceló y Cyril Barthe (Euskadi-Murias) compartieron esfuerzo hasta que el encadenado de Urrutizmendi, el Vivero y el inédito Arraiz, las piedras engastadas en el desenlace, convirtieron Bilbao en un joyero de entusiasmo. Las Ardenas.

Era un ecosistema ideal para el fantástico belga, que descubrió el monte Arraiz, el puerto camuflado que observa la ciudad de reojo. De sus entrañas extrajo Gilbert un triunfo rotundo. Esas cuestas extraordinarias, que sesean, desgajaron a Grosschartner y Grmay, aniquilados por el empuje de Declercq. “Sin él, esta victoria no hubiera sido posible”, reconoció Gilbert. Las rampas imposibles que retaban al cielo fueron el trampolín para la gloria del belga en Bilbao. Gilbert, imantado a Declercq, al que llaman tractor por su capacidad de arrastre, atacó como si no hubiera mañana en el envalentonado Arraiz, un descubrimiento bello, cruel, duro y áspero; un puerto a palo seco, solo atenuado el esfuerzo por el abrazo innegociable de la afición, el alivio sobre el amasijo de piel y hueso de los ciclistas, enrollados en el dolor. El público acarició con cariño exaltado cada baldosa de una ascensión brutal. “Me recordaba a Flandes”, apuntó Gilbert. El belga se sentía en su hogar. Corrió en zapatillas de casa. En el puerto escondido de Bilbao no se tapó Gilbert, que cuando más elevaba los cuellos la ascensión, una pared almidonada, entendió que era su momento. Al ataque de Gilbert se graparon el valiente Fernando Barceló y el intrépido Alex Aranburu. Ambos, en su cogote. El belga de las mil victorias, del apabullante palmarés, abría la cremallera de una subida impresionante, festoneada por los ánimos, la banda sonora de un pueblo que venera el ciclismo. En su altar eleva a ciclistas como Gilbert. “Esas cuestas que generan dolor, me gustan”, describió.

enorme resistencia Aranburu, hijo de esa fuerza telúrica que mueve montañas, se sujetó al belga. También Barceló. No estaban dispuestos a claudicar. No al menos al primer disparo. Gilbert tuvo que recurrir al segundo round porque no pudo noquear el entusiasmo de Barceló y Aranburu en su arrancada. Así que cuando el puerto giro aún más, en otra vuelta de tuerca, en una rampa al 20% que devoraba voluntades y las escupía como huesos de aceituna, con Bilbao al fondo y la Torre Iberdrola como vigía, Gilbert, ondeando su orgullo en medio del bramar de la cuneta, tan efervescente como respetuosa, chasqueó otro latigazo. El belga de los ataques secos, de los puñetazos sobre la mesa, atascó a Barceló en paralelo a los viñedos que esperan la cosecha de txakoli. Un mal trago para el oscense. Un brindis para el belga. En las alturas de Bilbao, en una de sus esquinas, Gilbert dibujó la parábola perfecta. Despiezado Barceló, coronó Arraiz con el tiempo suficiente para manejar los entresijos del triunfo. Gestionó Gilbert cada segundo con el rigor de los contables de aspecto gris, tirantes y un lápiz apoyado sobre la oreja. Tipos fiables. Pocos como Gilbert en finales con semejante fisionomía.

Con una veintena de segundos en el zurrón, Gilbert ajustó el descenso a las circunstancias. Bastaba con que no se estampara buscando el skyline de Bilbao, que miraba a Arraiz desde el suelo. Aranburu y Barceló, mosqueteros en la cima, encolados en su descenso suicida, tiraron el reloj a la cuneta. Solo querían dar caza a Gilbert. La bajada fue una obsesión. Se descamisaron. Todo o nada. La captura de Moby Dick. Experimentado, repleto el currículo de victorias, Gilbert posaba la mirada sobre el retrovisor para controlar el desesperado intento de Aranburu y Barceló, coléricos. El dúo lijaba a Gilbert, pero no lo apresaba, siempre pendiente de lo que sucedía a su espalda. Más atrás, Primoz Roglic, el líder, bien parapetado por su equipo durante toda la jornada, controló la ascensión a Arraiz sin apuros tras la huella de Kuss y Bennett, sus porteadores. En la empalizada nadie de los favoritos se movió un centímetro. Hubo paz. Soler pastoreó al resto de jerarcas. Valverde, López, Quintana y Pogacar resolvieron el día sin daños. Gilbert, que rapeló con cautela, también evitó cualquier desliz en el entramado final. Era su máxima. El belga no quería perder en el descenso lo conquistado cuando Bilbao se concentraba en Arraiz, un muro despiadado bordado de naturaleza y una riada de aficionados. La marea que nunca baja. Marea viva. Aranburu y Barceló, por detrás, se desgañitaban en una persecución tremenda, al límite. Cada vez más cerca, pero no lo suficiente. “Barceló y yo hemos realizado un buen trabajo y nos hemos entendido bien, le hemos tenido ahí, pero sabemos quien era el rival. Nos ha ganado uno de los mejores del mundo en su especialidad”, disertó Aranburu, otra vez segundo. El belga, matemático, bordeó el Sagrado Corazón. Recibió su bendición. En la Gran Vía, un pasillo humano como el que le saludó en Arraiz, recibió con honores al belga. Gilbert hizo de Bilbao otro monumento que mira al Tour.