OS niños que en la imagen pequeña de esta página chocan manos con los jugadores del Bilbao Basket, ni nadie en aquel momento, podían pensar que un año después iban a seguir sin poder ir a Miribilla a ver a su equipo. Entonces se pensaba que la clausura de los recintos deportivos iba a ser algo temporal, pero el domingo se cumplió un año desde que los hombres de negro sintieron por última vez el calor de su afición en un duelo ante el Obradoiro. El infierno sigue apagado por culpa de la eterna pandemia y, salvo en el partido de estreno de la Champions League al que acudieron un par de centenares de aficionados que apenas se hicieron notar, la imagen actual del Bilbao Arena es la que se vio ayer ante el Betis, la grande que ilustra estas páginas: unas gradas vacías, un puesta en escena que intenta disimular lo evidente y un silencio durante el juego solo roto por los gritos de los protagonistas, el roce de las zapatillas contra el parqué y el ruido metálico de aquellos lanzamientos que no entran por el aro.

Ahora toda esa gente que animaba, que silbaba, que vociferaba al unísono, que hacía sonar sus instrumentos, que compartía el amor por unos colores y por el deporte en vivo ha sido sustituida por personas de cartón y la televisión, dineros al margen, solo ejerce como mala alternativa al calor humano. Claro, no es lo mismo por más que se empeñe. En aquel partido de hace un año el Bilbao Basket celebró su novena victoria en once partidos como local de una campaña en la que viajaba subido a una ola. El domingo, los jugadores no pudieron compartir con nadie la incontenible alegría por lograr el tercer triunfo en doce encuentros en Miribilla, que puesto en una balanza tuvo una trascendencia mucho mayor que todos los acumulados antes de que el coronavirus despojara al deporte de toda su gracia.

Con todo, lo peor es no atisbar cuándo se podrá ver de nuevo 8.000 o 9.000 espectadores en ese recinto en el que los seguidores del Bilbao Basket han vivido de todo. La ACB sigue clamando ante las autoridades pertinentes, pero el tiempo corre muy rápido sin que se llegue una solución que satisfaga todos los intereses. Quedan seis partidos de liga regular en casa hasta que el 16 de mayo se cierre esta temporada y no será fácil que se abran las puertas antes de esa fecha. Si ocurre para la siguiente campaña, será un buen síntoma, aunque los eventos masivos cargan con una presunción de culpabilidad en la gestión de la pandemia y en el futuro podrían todavía limitarse los aforos y extremarse las precauciones.

Un paso muy importante

Por tanto, a los aficionados de la marea negra, que tampoco pueden esperar a sus ídolos a la salida del pabellón, solo les queda hacerse notar en la distancia, enviar su aliento de forma virtual, para que los jugadores no se sientan solos en la tarea de asegurar que si el futuro les vuelve a dejar reunirse, acercarse, tocarse, sea en la Liga Endesa. Para ello, el equipo de Álex Mumbrú dio el domingo un paso importantísimo, que le permitió engarzar dos victorias imprescindibles por primera vez en toda esta tortuosa temporada. Los hombres de negro ya tienen dos rivales por detrás y como suma los cuatro partidos ante el Real Betis y el Acunsa GBC, significa que los dos tendrían que ganar dos partidos más de aquí al final de curso para superarle.

El choque del domingo, sacado adelante con el sufrimiento propio de un equipo en apuros, ratifica el discurso de Mumbrú y tiene que servir para generar esa dinámica positiva que aún se echa en falta para empezar a disfrutar del juego. No es mala señal que en dos partidos jugados con el agua al cuello el Bilbao Basket haya anotado 97 y 86 puntos, bastantes más de su media habitual. El miedo no ha encogido los brazos y ahora las victorias deben alimentar aún más la confianza y la motivación para seguir compitiendo porque el infierno se encuentra apagado desde hace un año.

Quedan seis partidos en casa hasta el 16 de mayo y no será sencillo que el público regrese a Miribilla antes de esa fecha