La gira Gracias, en la que Paloma San Basilio dice agur a sus seguidores tras medio siglo de carrera musical, llega este sábado a Bilbao, a Euskalduna, con la colaboración de DEIA. El recital incluirá algunas sorpresas y versiones, además de clásicos e himnos como Juntos. “No cantarla sería una traición al público”, asegura en esta entrevista la veterana cantante, que ha debutado la literatura con Uxoa (Harper Collins) y avanza que hará lo propio como actriz en el próximo montaje de Dulcinea.
La gira ‘Gracias’, coincide con sus 50 años de carrera.
Su nombre es muy explícito y no necesito aclarar en el escenario que el público ha sido una parte importante en estos 50 años aunque hay otras que también lo han sido. Ellos son lo primordial y es lo que he querido comunicar con este cierre de etapa, de conciertos y actuaciones. Cuando inicias una profesión de riesgo como esta nunca sabes adónde vas a llegar ni qué harás. Esta gira la inicié a finales de 2024 y no la concluiré hasta cantar en Miami, el 12 de abril de 2026. Me he encontrado con lo inesperado, con una sorpresa maravillosa.
Conciertos de agradecimiento, pero también de despedida, entonces.
Sí, el ciclo se cierra aquí. Y lo estamos haciendo de una manera estupenda.
¿Qué le queda si mira por el retrovisor? Son muchos años, muchas canciones, muchos conciertos…
No soy de acumular, ni siquiera tengo todos mis discos ni premios. Soy de vivir, y eso sí lo he acumulado en mi experiencia y evolución como ser humano. Ese es el mejor equipaje: no acumular, sino evolucionar y crecer.
Su carrera no está al alcance de muchos artistas.
Sí, ha sido muy rica y con mucha diversidad. He recorrido muchos países y creo que es un privilegio conocer nueva gente, comidas y paisajes. Siento orgullo, claro que sí, sobre todo de las elecciones que he hecho sobre un camino que merecía la pena recorrer a cambio de lo que obtienes. Eso hay que tenerlo siempre presente para no sucumbir y ser fiel a ti mismo. Hay que creer en ti, en el recorrido desde tus ideales y perspectiva, para no hacer demasiadas concesiones. Es bonito llegar aquí y sentir que eso ha sido así.
Habla de elecciones, ¿se ha equivocado mucho?
Pues sí, como todos. Forma parte del hecho de la libertad, de ser libre para elegir, que significa tomar una opción. Y no siempre es la ideal, ya que quien no se equivoca es el que no elige y se queda agarradito a una maroma por si acaso vienen aguas fuertes. A mí me gusta moverme y arriesgar; el error forma parte del acierto.
Y se aprende de ellos.
Ciertamente. Diría que son más equivocaciones que errores. Son actos vivenciales, de vivir, andar y aprender. Sobre todo en profesiones complejas como la mía, donde no existe una tabla que enseñe cómo hacerlo. Y a base de aprender, te equivocas menos… o de otra manera.
¿En el repertorio obligado están todos los clásicos?
Pues no (risas). Siempre hago lo inesperado. He optado por hacer un recorrido por músicas diversas, para dar gracias a autores que nos han acompañado, algunos coetáneos míos y otros más jóvenes. Me he dado el lujo de cantar temas que me gustan aunque no hicieran para mí, ya que busco ofrecer un concierto que sea una fiesta, que la gente comparta y se anime a cantar. Sí estarán mis grandes temas, pero no será un monográfico de mí misma. Me salgo del foco y el espectáculo visual y musical es también diferente, con sección de cuerdas incluida.
¿Qué canciones ajenas sorprenderán más?
Hay una de Alejandro Sanz, Cuando nadie me ve, que es de mis favoritas, y también Tacones rojos, de Sebastián Yatra. Me gusta jugar y lo hacemos todos, también el público. La de Yatra me la enseñaron mis nietos, yendo en el coche, y me encanta; y no digamos su versión con John Legend. Con las melodías, al igual que en el teatro, hay que traducirlas y pasarlas por ti. Por eso se repiten los clásicos y sobreviven, porque tienen miles de interpretaciones.
¿Y qué pasaría si no cantara ‘Juntos’?
No podría hacerlo, sería una traición, una falta de respeto al público. Ellos son los que eligen las canciones, que acaban siendo, como los poemas, de la gente, de quien las quiere. Yo salgo, lanzo una moneda al aire y la gente elije. Hay algunos que dicen estar hartos de cantar una canción determinada; yo les respondo que se hubieran quedado en su casa. Yo no me canso de Juntos, es una pequeña gran canción que se puede cantar de mil maneras. En mi disco de música electrónica le di un concepto casi sinfónico y ahora la hacemos a ritmo de rock´n´roll.
Esa canción podría ponerse en el Congreso ante la situación de división que vivimos. Y no solo aquí, en todo el mundo, como se ve en Estados Unidos.
Sí, trata de la necesidad de compartir, de no creer que tener más es mejor. Si compartes un bocadillo con alguien a quien quieres lo puedes disfrutar a tope. En la canción está también el hecho de trasgredir las normas. Yo es que no puedo más con que nos digan qué tenemos que hacer. Igual es por la edad, pero estoy cada día más rebelde. En la canción se cruzan semáforos en rojo, se suben al autobús y vete tú a saber si lo pagan… Habla de libertad y de no estar siempre sometidos a la estructura social que nos imponen. Es una canción de libertad y de optimismo, por eso se ha convertido en un himno para varias generaciones. Suena en bodas, bautizos, en colegios los finales de curso...
Deja la canción y se pasa al teatro.
Sí, a partir de noviembre me meto en una aventura teatral maravillosa que no sé adónde me va a llevar, ni me importa. El teatro es un lugar donde siempre soñé estar porque me gusta ponerme en la piel de distintas personas, y el personaje que haré, el de Dulcinea, es maravilloso porque no existe, es todo invención.
Al no ser un personaje real no existen asideros en los que agarrarse ¿no?
Ya, pero Juan Carlos Rubio me ha ofrecido unos cuantos. Él ha escrito la obra, con muchas referencias cervantinas y a Unamuno; ha hilvanado todo el concepto, que acaba siendo como una muñeca rusa. Me muevo entre Dulcinea y yo misma en un juego teatral muy apasionante.
Creo que algo sí que cantará en la obra.
Sí, tiene seis canciones hechas especialmente para ella; una, Mi querido Don Quijote, es preciosa y la ha escrito Ivana, mi hija, que forma parte de mi grupo de directo al ser responsable de los coros.
Don Quijote, el gran soñador.
Hay que soñar siempre, por favor. Si nos quitan los sueños, nos quitan las alas. Cómo aferrarnos sin ellos a este mundo, que sí, tiene cosas maravillosas y soy optimista, pero otras que te avergüenzan como especie. Soñar es como crear un universo paralelo.
Si abandona los escenarios, le quedará la literatura. Es pasar de cantar, la celebración compartida, al refugio interior.
Sí, escribir en un gustazo, un viaje hacia el interior para buscar una historia y dejarla que crezca. Es apasionante aunque no tengo ni idea de qué haré. Ahora, disfrutaré del teatro, creceré y ya veremos qué pasa. No tengo la sensación de buscar un objetivo. Solo quiero vivir y seguir descubriendo, no conformarme. Y seguiré leyendo y escribiendo, claro, algo que es un refugio, ese espacio tuyo, pequeño y, a la vez, inmenso, ya que el libro es compañero de viaje. Abre muchos espacios, te lleva a países no conocidos. Leer y escribir son viajes en libertad que yo hago sentada y con mi café con leche.
Creo que se va a trasladar a vivir al Baztan.
Sí, estoy muy feliz. Tengo allí un caserío, el que sale en la portada del libro Uxoa. Viviré entre ovejas y vacas, de las que ya soy íntima amiga (risas). Es un caserío del siglo XVII que estaba destruido, una auténtica joya.