Fariba Sheikhan (Gernika, 1988) vuelve a casa para presentar Matices, un inquietante thriller psicológico que combina drama, comedia y suspense en un entorno tan íntimo como visualmente potente. Lo hace con la misma naturalidad y cercanía que mostraba cuando, de niña, soñaba con aparecer en Goenkale. Aunque hace tiempo que hizo las maletas para formarse como actriz y trabajar por todo el mundo, regresa puntualmente a sus raíces con la ilusión intacta.
¿Qué tal le sienta volver a casa?
Siempre es bonito volver. Aprovecho para reencontrarme con esa parte de mí que sigue muy conectada al pueblo: estar con la kuadrilla, comer en familia, cargar pilas...
Ha vivido en lugares como Londres, Madrid, Sevilla, Irán… ¿Cómo han influido esos viajes en su identidad?
Siempre me ha gustado viajar y conocer otras culturas. Me considero un poco nómada, disfruto sintiéndome parte de distintos lugares. Volver a Euskadi siempre es una alegría, aunque Gernika tira mucho, Bilbao también se siente como casa.
¿Cómo le llegó el proyecto de Matices?
Me lo ofrecieron hace dos años y desde el principio me pareció especial. La serie trata de seis pacientes que se reúnen en una apartada bodega para completar el tratamiento de un reconocido psiquiatra. Es una historia intensa, con personajes muy marcados emocionalmente, pero también con humor y belleza visual. Se rodó en bodegas y espacios naturales que aportan muchísimo a la atmósfera.
Su personaje se llama Fariba. ¿Fue idea suya?
No, pero me encantó. Me parece un guiño bonito. El personaje y yo compartimos ciertas características: somos observadoras e intuitivas. Hay puntos de conexión, pero también muchas diferencias.
Cada capítulo se centra en un personaje distinto con una gran carga emocional. ¿Cómo fue asumir un rol así?
Muy enriquecedor. Todos los personajes arrastran heridas profundas, así que trabajé con coaches para construir bien ese recorrido interno. Fue un rodaje intenso, pero muy humano.
¿Le cuesta desprenderse de personajes tan emocionales?
Curiosamente, no. Me cuesta más entrar que salir. Una vez terminamos, sé soltar. Pero para entrar necesito un proceso: entender quién es, cómo se mueve, cómo respira, qué energía tiene. Todo eso lo trabajo con tiempo y cuidado.
¿Qué aspectos le conectan con el personaje?
Soy muy de miradas. Creo que ahí se dice todo. Es mi sentido más acentuado. Mantengo mucho la mirada, incluso en silencio. También presto atención al tono de voz, al ritmo… todo cuenta para construir un personaje.
¿Qué momento del rodaje recuerda con especial cariño?
La escena de la ceremonia fue muy potente. Ha sido como descubrir una canción de Miles Davis. Estábamos todos los actores juntos, muy conectados. Se creó una red muy bonita de apoyo entre nosotros.
La fotografía de la serie llama mucho la atención.
Es impresionante. Miguel Roldán ha hecho un trabajo precioso. La dirección, la música, el guion… todo suma. La serie tiene una estética muy cuidada.
¿Cómo fue el salto de Gernika al mundo de la interpretación?
Desde pequeña sabía que quería actuar. Estudié en Sevilla, viví en Málaga, en Londres, estuve un tiempo en Irán... y ahora estoy en Madrid. La vida me ha llevado lejos, pero siempre he tenido claro que la casa es algo que se lleva dentro.
¿Dónde le gustaría trabajar próximamente?
Tengo muchas ganas de rodar en Francia o Italia. Me gusta el cine europeo. También me atrae Japón. He grabado en Atenas, y la experiencia fue maravillosa. Sigo abierta a lo que venga.
¿Cómo ve la escena local desde fuera?
Está creciendo. Se están generando más oportunidades y se nota una voluntad de hacer cosas. Aunque Madrid sigue siendo el gran centro, en Euskadi hay mucho talento.
La interpretación es un mundo inestable. ¿Cómo gestiona esa incertidumbre?
Con trabajo interno. Formarme, seguir aprendiendo, conectar con lo que hago aunque no siempre se traduzca en trabajo inmediato. Y, sobre todo, rodeándome de personas que me sostienen: amistades, familia, afectos. Eso es lo que me da estabilidad.
¿Qué le ha enseñado la profesión?
Que no hay certezas. Es un mundo volátil, con idas y venidas. Pero también lleno de aprendizajes. La formación es lo más importante.
¿Qué le gustaría que sintiera el público al ver Matices?
Que se dejen llevar por la estética, por las emociones y por la historias de cada personaje. Es una serie muy sensorial, muy cuidada. Tiene alma, y eso se nota.
¿Cómo ha sido crecer entre el euskera y el farsi (lengua de Irán)?
Muy enriquecedor. Mi ama y mi aita se conocieron en un bar irlandés en Londres. Ella lo tuvo claro desde el principio: lo iba a querer. En casa tenemos una mezcla muy bonita. El euskera y el farsi conviven con naturalidad.
¿Qué papel tiene el euskera en su vida?
Importantísimo. Siempre lo hablo en mi entorno. Y me hizo muchísima ilusión que Broncano lo hablara también. Me dijo que lo había aprendido por su cuenta, y lo hace muy bien. Es bonito ver el euskera sobre el mapa. También me gusta mucho la palabra sukaldea. Une sua (el fuego) y aldea (la comunidad). Me recuerda a la calidez que evoca el hogar.
¿Qué viene ahora al estrenar Matices?
Seguir trabajando y formándome. Ahora que tengo cierta estabilidad, me encantaría hacer un personaje de época, o incluso una comedia romántica.