Txuria, el letrista y miembro en la sombra de Esne Beltza, había anticipado que Miribilla sería “una maravilla” en el agur del grupo euskaldun tras 18 años de carretera. No se equivocó, incluso se quedó corto. El Bilbao Arena y sus fogosos 8.000 asistentes vivieron una larga e intensa fiesta mestiza que se fue más allá de las dos horas y media, y que excedió de la música –pivotando entre el folk euskaldun y el ska, principalmente– y el compromiso esperados gracias a las múltiples sorpresas: canciones propias y versiones junto a invitados como Fermín Muguruza, La Mari, Amak, Gozategi, La Pegatina, Green Valley o Xiberoots, danzas vascas, bailes urbanos, irrintzis, bertsos o los joaldunak en una noche inolvidable.
Miribilla se quedó pequeño anoche en una jornada que sirvió para decir agur a Esne Beltza y que, al igual que sucedió hace unas semanas con Muguruza, es ya historia del Bilbao Arena… y la música euskaldun. La expectación de las grandes ocasiones se advertía en el ambiente tras la finalización del pase de Marte Lasarte, teloneros con miembros de Skakeitan, Belako y ETS que presentaron su atractivo debut: Ez da besterik.
Arracimados y nerviosos en grada y pista, el bombeo de los corazones se aceleró con la llamada de la alboka, un vídeo y la aparición del grupo cruzando la pista entre la percusión telúrica de los joaldunak antes de los bertsos de Txuria, con cantoso chándal bolivariano, sobre la unidad de Euskal Herria, la represión y la libertad, entre los bailes urbanos y acrobáticos de Txino y Naked. El noneto euskaldun, con su líder, trikitilari y cantante, Xabi Solano, al frente, apareció con las espaldas guardadas por Zigor Dz, mago de los scratches y samplers, y abrió una noche de sorpresas e invitados con los bailes de Kimuak mientras sonaba Bozgorailuetatik.
Esne Beltza siempre ha usado la música como “un arma” para la transformación personal y social. Y pronto se demostró con el citado “askatasun oihu bat” y su llamada a no dejar la lucha, que, casi fusionado con Argitzeraino, con Lova Lois al micrófono y al rapeado, evidenció, entre confetti, la otra pata sobre la que descansa su repertorio: su componente festivo y hedonista. La revolución a través del baile y la mecha para “encender la noche” ya en marcha, se activó aún más con Eskuekin, conexión entre Euskal Herria y México, entre las danzas vascas y las de Koroma, ataviada con la elástica del Athletic.
Rumba y denuncia
Una de cal y otra de arena. La rumba y la fiesta estaban ya buena cuando atacaron Hil zuten. denuncia cruda en clave de ska reggae que no incorporó el sampler del mando de la Ertzaintza que ordenó el despliegue que acabó con la muerte de Iñigo Cabacas. Encendido el pabellón, se advirtió ya la contundencia, solidez y conjunción del noneto, con el incombustible Jon Mari Beasain a la guitarra, los dos metales propulsando los sonidos más caribeños y el protagonismo al micrófono de la última reincorporación femenina. Todos a pie de escenario, con un piso superior para los bailarines y el corazón de su logo presidiendo en lo alto.

Esne Beltza, que superó ampliamente las dos horas y media de concierto, inició el repaso a su último disco con Gure dantzalekua, con La Pucci a la rumba y el rap. La banda retrasó Ez da ezetz, esa oda al sexo siempre consentido, y se lanzó, tipi tapa y didáctico, con el himno de Korrika Bagoaz, alentando al aprendizaje y uso del euskera a ritmo de ska frenético.
Invitados y sorpresas
El paseo jamaicano del grupo se tiñó de reggae con Lurraren, junto a Suai, y el dial ecléctico de los guipuzcoanos –mestizaje de folk euskadun, ska, rap, tex mex, rumba, rock, electrónica y pop– se convirtió en una radio rebelde que, sobre el teclado de la triki de Xabi y la ayuda del rap barakaldarra de 121 Crew en Sonidero, aunó con el pasaporte de la cumbia a Cuba, Catalunya, Galizia, Palestina, Euskal Herria, México, Chile, Venezuela...

Los guipuzcoanos, que demostraron siempre la sonrisa fraterna del trabajo entre colegas y la contundencia y empaste de los profesionales del ramo, aceleraron con el ska rock de Hona bostekoa y con Sueños de color, esa rumba irrefrenable en la que no se echó en falta la baja de última hora de El Canijo de Jerez. El arreón coincidió con algunas de las colaboraciones más esperadas, precedidas por una pancarta contra el Guggenheim en Urdaibai. Abrió fuego La Mari de Chambao, con paradas en su propio Pokito a poko y la reciente y compartida Behin eta berriz, esa rumba eléctrica en la que la andaluza se atrevió con el euskera y que Xabi dedicó a su aita fallecido.
Tras la preciosa melodía y cadencia sensual de Izar, le siguió Ander, del grupo Green Valley, con quien cantaron Esna y a la libertad y la desobediencia en Ardiherria. Sonrientes y orgullosos de que canciones como Gogoak, de sonidos country, con guiño a Nina Simone y aportación de un Flavio sentado, sean ya más del pueblo euskaldun que propias, como refrendó la grada, Solano dio una clase maestra desde el teclado de su triki junto al ahora dúo Gozategi, con quien compartió Pasodoble, en clave patchanka a lo Mano Negra y con recuerdo para Galindo “gatito lindo”, y el tema de los navarros Pakia bieyau, con todos de pie y dado palmas.
Junto a Bad Sound System bajaron las revoluciones con Zaunkaka, espejo de la música como “ama y taupada”, con un pabellón que respondió como una unidad ante el raggamuffin´de Guri kaiola, de Glaukoma. “Ze guapa zeuden” Miribilla ya por entonces, con el aroma exótico aportado por el rapero marroquí Moro en Astindu, a la que siguieron Sortzen, Revolution Piratak, con representación del colectivo donostiarra, y una Altxa eskuak de aires africanos enriquecido con las voces de Xiberoots y Lois que puso a bailar –con los “ay, ay, ay” de su estribillo en las gargantas inflamadas– a 8.000 personas manos al aire.
Con el grupo y el ambiente superándose a medida que avanzaba el reloj, llegó otra de las cumbres de la velada, la salida al escenario de los dos cantantes de La Pegatina, Rubén Sierra y Adriá Salas. Junto a Solano, el trío se tiró de cabeza a la ranchera hardcore con No tinc remei, con versos en catalán, y el himno de los de Moncada y Reixach Mari Carmen, que hizo explotar el pogo antes del final del concierto con un ejercicio de estilo del Dj dedicado a Mikel Laboa y un Gotti acelerado y con versos de orgullo euskaldun compartido con los miembros del grupo de danzas Zagi.
Doble bis
La banda regresó para protagonizar una larga y febril recta final de concierto donde la comunicación alcanzó cotas inimaginables en sus dos bises. Arrancaron el tiempo de prolongación con la folk Ahantzi, con Solano ayudado por su hermana Kris, que no pudo contener las lágrimas. Integrante de Amak, proyecto femenino con antiguas integrantes de Alaitz eta Maider, Maixa ta Ixiar y M-n Ezten, regaló al público Gona gorria.

A la hora de cerrar esta edición salía a escena Muguruza, que arrasó con Quién manda (hemen eta hor) y, sobre todo, con las no esperadas Gora herria y Sarri Sarri, precedentes de un final con todos, grupos e invitados, cantando Nahi dut. Como dijo Txuria, el agur es un ongi etorri.