El frenético baile funk de Jungle, entre lo orgánico y retro pero aderezado con una pizca de electrónica, calentó ayer el ambiente del Bilbao BBK Live en su última jornada, que cerraría Arcade Fire bien entrada la madrugada. Antes, otros británicos, Slowdive, dieron un concierto inolvidable e histórico de ensoñador shoegaze y dream pop.
La sombra de la música de baile de los 70 y 80 es muy alargada. El ejemplo más clarividente en el festival ha sido la actuación de Grace Jones, icono de las discos de la época. Y en aquel movimiento hedonista que vivía de noche bajo las bolas de estrellas destacaron bandas negras que hicieron dislocar caderas. Una de ellas fue Chic, con una rítmica inolvidable propulsada por Nile Rodgers y Bernard Edwards.
Su espíritu sobrevive en la filosofía de Jungle, proyecto creado por los chicos blancos Tom McFarland y Joshua Lloyd–Watson, y ahora un sexteto que, envuelto en bruma y espectaculares efectos de luces, anoche tocó, disfrutó y sudó con un repertorio que mamó de los 70 en los cuatro discos que repasaron en Bilbao. Nos convencieron desde el principio con la épica Busy Earnin’, donde se oyó “can’t get enough”. Y como no era suficiente, llegó el guiño rap de Candle Flame, el medio tiempo Dominoes, Back on 74, I’ve been in Love...
Su hitazo Casio –estás muerto si no te hace mover los pies– enfiló una recta final en la que sonaron Good Times y Keep Moving. De eso se trataba, de danzar sin parar con coros molones y en falsete, y la pulsión del funk de sentimiento soul. Ahora que Daft Punk ya no factura, nos queda Jungle. La pista quedó preparada y muy caliente para el desfogue total posterior con Arcade Fire.
La magia de Slowdive
Antes, cuando el monte vivía sus últimos momentos de luz solar, llegó el turno de Slowdive, grupo que debe su nombre a una canción de Siouxie & The Banshees y proyecto seminal que puso los cimientos en los años 90 para cientos de proyectos posteriores ligados al shoegaze y al dream pop, y cuya influencia y timón siguen vivos en 2024.
El británico Neil Halstead –músico de culto tanto al frente de Slowdive como en solitario y en Mojave 3, proyectos en los que ha mostrado un eclecticismo magistral– subió al monte y reinó ayer sobre nosotros, ayudado, como siempre, de la también cantante, guitarrista y teclista Rachel Goswell. En formato de quinteto y tan frescos como cuando eran unos jovenzuelos y nos entregaron joyas como Souvlaki, nos adentraron en la noche con un mantra de melodía, psicodelia y ensoñación preciosista y eléctrica que tardaremos en olvidar y que, seguro, se coronará entre lo mejor de esta 17ª edición del festival.
Halstead y su expareja sentimental, Rachel, compitieron durante una hora larga por embrujarnos con sus voces, que parecían llegar de galaxias lejanas, entre bandazos de shoegaze ortodoxo, enmarañado y saturado,con pinceladas de psicodelia y un dream pop henchido de melancolía que nos encogió el corazón y al que ayudaron unas proyecciones lisérgicas. Bucearon por su discografía entre la dulzura, la melancolía y el ruidismo, saltando de los himnos de culto del pasado, los de sus tres primeros discos, a los dos últimos, recientes e igual de sobresalientes.
De clásicos como Alison, Catch the Breeze, Souvlaki Space Station o Sugar for The Pill, a las más recientes, las de su disco de regreso de 2017 –caso de Star Roving– y el del año pasado, Everything is Alive, que les confirmó como un grupo vivo y aferrado al presente con un uso muy inteligente de la electrónica en temas que causaron impactos hipnóticos como Shanty, el muy pop Kisses con sus guitarras brillantes y su deuda con New Order (pose incluida del bajista) o Chain to a Cloud. Perfecta mezcla de legado y presente para un grupo mitico, una de las joyas escondidas del festival. Canciones para cerrar los ojos y huir/soñar con una estúpida sonrisa en la boca entre capas de guitarras, teclados y voces dulces mientras mutaban de tempo e intensidad. Un goce auténtico.