Su trabajo en conflictos armados de todo el mundo fotografiando a las víctimas de las minas antipersona, con las que mantiene una estrecha relación, es especialmente conocido. Gervasio Sánchez no solo plasma a través de las imágenes aquello que ve, sino que se ha convertido en una de las voces más vehementes a la hora de denunciar la inacción de los gobiernos y el lobby de la industria armamentística para acabar con las supurantes guerras abiertas en el siglo XXI. El descarnado enfrentamiento entre Israel y Palestina es un ejemplo.

Presenta en Bilbao un libro que reúne 25 años de trabajo.

—Es la continuación de un proyecto que empecé en 1995 y que en 1997 presenté como Vidas minadas. Es un trabajo que he hecho en países de todo el mundo y hay 11 protagonistas a los que sigo desde el principio.

Este libro está compuesto no por 114 fotos, sino por las historias que hay detrás. ¿Cómo las ha elegido?

—Los protagonistas me eligieron a mí. A Sokheurm Man, un muchacho de 13 años a punto de perder una pierna, me lo encontré en un hospital de Camboya. Estuve presente cuando se la cortaron. Ahora tiene 41 años y tiene dos hijos. En el caso de Adis Smajic, lo mismo. Había sobrevivido al cerco de Sarajevo durante cuatro años y una mina casi lo mata cuando, supuestamente, ya se había acabado la guerra. Lo encontré entre la vida y la muerte.

Ese contacto le da pie a confirmar que sus vidas están inevitablemente ligadas a la tragedia que vivieron.

—Mantengo relación con todas las víctimas. Los más jóvenes van camino de 26 o 27 años. En algunos casos han tenido más suerte que en otros. Sus vidas han mejorado a pesar de que las minas les supusieron una amputación o la pérdida de un ojo. Los que menos problemas han tenido han sido los que tenían las amputaciones más cortas, más pequeñas.

Muestra de esa estrecha relación es, por ejemplo, que la mozambiqueña Sofia Elface Fumo llamara Gervasio a su quinto hijo.

—Sofia ha sido muchas veces la protagonista de las portadas de mis libros. En 1997 la fotografié con 13 años, cuando una mina la dejó sin las dos piernas, y ahora, con 41, tiene cinco hijos. Sorprendentemente al quinto le puso mi nombre. Fue muy emotivo. Estuve presente cuando lo tuvo. De hecho he visto más partos de Sofia que de mi propia pareja.

“Nunca me he querido convertir en un ladrón de sufrimientos ajenos”, afirma. ¿Es necesario retratar el dolor desde el respeto?

—Sí, es impepinable. Este tipo de proyectos funcionan porque dedicas años, respetando los tiempos que viven las víctimas, con su permiso. En este último libro hay imágenes de 2009 que no se han visto hasta ahora. A estas alturas de mi vida sería absurdo intentar sacar provecho de personas que son como mi gran familia alrededor del mundo. Para mí lo importante es tratar con respeto las circunstancias trágicas que sufrieron para recordar a todo el mundo que una mina es para toda la vida. Si te mata mueres y dejas una historia inconclusa, pero si te hiere las heridas son para siempre.

Recientemente advertía de los peligros que acechaban a los ucranianos con las minas. El empleo de estas armas letales sigue vigente.

—Hay un acuerdo internacional para la prohibición de minas antipersona de 1997. Todos los países de la Unión Europea (UE) dejaron de fabricar minas antipersona; pero fue por motivos económicos, porque países como China o la India fabricaban minas tan baratas que no podían competir. Sin embargo, sigue habiendo 60 países del mundo, grandes potencias como Estados Unidos, China, Rusia o la India, que no han firmado el tratado. Y países que lo han firmado, como Ucrania, siguen usándolas en este momento en la guerra contra Rusia. Este último año he visto muchos proyectiles sin explosionar que van a ser un problema serio en Ucrania.

Critica la hipocresía de quienes gritan cuando están en la oposición y, posteriormente, se pliegan al guion oficial en cuanto alcanzan el poder. ¿Eso hace que en 2023 sea tan impensable corear ‘No a la guerra’?

—Todos somos pacifistas hasta que llegamos al poder. El Gobierno de Sánchez con Podemos ha sido el Gobierno más izquierdista de España, pero en 2020 autorizó 22.500 millones de euros en armas. Los de Podemos argumentan que ellos no tienen influencia en el Ministerio de Industria, pero si están en un gobierno son tan responsables de los triunfos como de los fracasos. Desde hace un montón de años estamos en la Champions League de armas.

El recrudecimiento del conflicto entre Palestina e Israel ha hecho que el uso de las armas aumente.

—El 7 de octubre Hamás lanzó sus operaciones terroristas en Israel. Nos quedamos conmocionados por los civiles asesinados por Hamás y por la venganza de Israel. El lunes siguiente las empresas armamentísticas triunfaban al aumentar sus beneficios un 10% en las Bolsas. Por eso no finalizan las guerras.

¿Cómo ve este conflicto?

—Llevo 41 años yendo a Israel y Palestina, desde que era estudiante de Periodismo en el 82. Los israelíes invadieron el sur del Líbano y permitieron la matanza de Sabra y Shatila. Los acuerdos de paz de Oslo que les obligaban a crear un estado Palestino se firmaron en 1994. ¿Qué se ha hecho? Nada. Cuando fui la primera vez a Israel no existía Hamás, de hecho no existía ni Hezbolá, o tenía muy poca influencia entre la población chiita libanesa. Israel mata desproporcionadamente desde el 48, con la Nakba, cuando más de 700.000 palestinos fueron expulsados de sus casas.

¿Cree que el ataque de Hamás ha facilitado la politización de un conflicto ya de por sí muy polarizado?

—Ahora cualquier cosa que ocurra se politiza porque no hay políticas de Estado. Lo que hace la UE con temas importantes es de vergüenza pero no ahora, sino desde los 90. Cinco guerras en Yugoslavia mientras la comunidad miraba a otro lado. Ahora todo el mundo se queja de Ucrania, pero su guerra empezó en 2014. Es un despropósito cómo actúan los gigantes económicos de la política internacional, tanto la UE como Estados Unidos o China, siempre a favor de sus intereses.

El bombardeo de imágenes parece que nos ha insensibilizado contra el dolor, ¿valen más los muertos de un bando que del otro?

—Hamás cometió actos terroristas, les guste o no a algunos sectores de la izquierda, e Israel está haciendo terrorismo de Estado. Y provocar la limpieza de un territorio es crimen de lesa humanidad. Así es como se deletrean las cosas. Es inaceptable que Hamás pasee a personas asesinadas como trofeos. Es un acto absolutamente criminal, violento y terrorista de Hamás, pero si lo hace Israel, también: lanza bombas contra la población civil y se inventa que está matando a jefes de Hamás.

Uno de los colectivos que más está sufriendo en este conflicto en la franja de Gaza es el de los niños.

—Es sorprendente que en Israel, donde hay personas que sufrieron un genocidio, algunos grupúsculos desvergonzados se diviertan con el dolor de las víctimas palestinas, en su mayoría civiles. Si hubiese un estado israelí decente en estos momentos, el Tribunal Supremo entraría a juzgar todo este tipo de comportamientos vergonzosos.

¿Ha habido un retroceso?

—En el 82, cuando se produjeron las masacres de Sabra y Shatila, hubo tal conmoción que el Tribunal Supremo israelí tuvo que abrir una investigación y acusar a su propio comandante de Defensa de ser el máximo responsable de autorizar que los maronitas asesinaran a los palestinos civiles. Se llamaba Ariel Sharon y tuvo que dimitir. Eso pasó hace 40 años. Ahora no pasa nada de esto. A Netanyahu no se le va a acusar por crímenes de guerra ni por terrorismo de Estado, se le va a acusar de corrupto, que es lo que es.

Hace unos meses hablaba de la censura en la guerra de Ucrania. ¿Qué hay de la guerra entre Palestina e Israel?

—Israel impide el trabajo de la prensa dentro de Gaza porque lo que está ocurriendo es gravísimo. Hay más de 30 periodistas palestinos asesinados. Muchos de esos periodistas trabajan para agencias internacionales como AFP, Reuters, CNN o BBC, que sabían que los israelíes iban a cerrar Gaza porque no querían testigos de lo que estaba pasando. Han preparado a palestinos para hacer periodismo de gran calidad para sus agencias. Y eso es lo que cabrea seriamente a Israel.

La precarización de muchos medios hace que sea complicado que haya enviados especiales. ¿Cómo se debe tratar la información que llega desde las agencias?

—Es complicado porque incluso periodistas que han sido enviados a Israel no pueden ir a Gaza. No es solo la precarización, también está la censura. Con buena prensa ocurre lo que ocurre; con mala prensa, taimada y con recortes vamos a estar en un mundo en el que los propagandistas, de un lado y de otro, los demagogos, van a ser los reyes del mercado.

El interés de las guerras en los medios no va más allá del mes. ¿Qué ocurre con la población civil cuando dejan de tener la atención de la prensa internacional?

—Imagínese lo que ocurrirá en Gaza, de por sí hacinada, con toda la población arrinconada. En el 82 vivían 600.000 personas; ahora, 2,4 millones. Los israelíes se van a quedar con el norte para asegurar que los cohetes de los palestinos no llegan a ciudades como Tel Aviv. La gente va a vivir en unas condiciones brutales habiendo sido expulsada de sus casas, con hospitales y escuelas destruidas y una violencia descarnada. Además, se va a multiplicar el odio hacia los israelíes.

¿Y con razón?

—Los israelíes pueden venderlo como les dé la gana, pero ellos han matado a palestinos cuando no existía Hamás, desde la Primera Intifada del 87, tiraban a matar a niños. Eso aceleró las resoluciones internacionales para conseguir el acuerdo de Oslo en el 94. Los israelíes algún día tendrán que explicar cuál ha sido su participación en la creación de Hamás, porque el fundamentalísimo islámico casi no existía entre los palestinos.