“Hasta el final, todo es rock’n’roll”, asegura en esta entrevista con DEIA Miguel Ríos, el pionero del género en el Estado, quien, a sus 79 años, ha publicado Rock&Ríos and Cía. 40 años después (Altafonte), una revisión en directo de su aclamado disco junto a músicos de M-Clan, Vetusta Morla o Love of Lesbian en una suerte de “celebración del rock español”. Y mientras se edita también un libro sobre su gira El rock de una noche de verano (Efe Eme), el granadino se prepara para su vuelta a la carretera, que pasará por el Bilbao Arena de Miribilla el 20 de octubre, con entradas ya a la venta. “Rock&Ríos fue un canto a la utopía y ahora lo recupero para alentar contra la distopía”, aclara este mito viviente.
Documentales, disco–libro de un actualizado ‘Rock & Ríos’, un libro sobre ‘El rock de una noche de verano’, la gira de otoño… Está más de actualidad que Rosalía.
Pero con resultados económicos diferentes (risas). No, cada uno está en lo que ha tocado y en la edad que tiene. Ella está bien, da esperanza a los jóvenes, la de la posibilidad de convertirse en músicos, y yo para los senectos también, la de pensar que hasta el final todo es rock’n’roll.
Dijo que se retiraba...
Sabía al volver que el calvario iba a ser largo, por bocazas (risas). Tenía la intención de dejarlo, me sentía amortizado y no me salían canciones. Tenía la posibilidad de trascenderme escribiendo mis memorias e, incluso, pensé en dedicarme a la literatura, que me gusta casi tanto como el rock’n’roll. Estuve casi cinco años dándole vueltas y escribiendo una novela. La idea era buena, pero la novela no. Y llegó la gira El gusto es nuestro tras varias colaboraciones y temas solidarios cuando noté el gusanillo. Al llamarme Víctor, Ana y Serrat me vi listo para saltar a la cancha. Y rodando y rodando… he llegado a estas malas costumbres.
Y se cumplió el tópico de que los viejos rockeros nunca mueren, como los Stones, Dylan y Springsteen.
Algunos dejaron un bello cadáver, y muchos a los 27 años, pero se decía que si superabas esa edad tenías asegurada la longevidad. ¿Qué pasa? Que ves que no te mueres, que te sigue gustando el rock y que la voz sigue estando en perfecta forma dentro de tu decrepitud (risas). Ese tópico se debe a que empezamos creyendo que el rock era una música juvenil, para ese sector de edad, y que no podríamos seguir cuando tuviéramos barriga. Luego se convirtió en la banda sonora y emocional de una vida, de los que empezamos. A mí me sigue emocionando el rock. Hablabas antes de Rosalía, una artista que me gusta y escucho, pero que no me emociona. No me da el pellizco eléctrico del rock y su filosofía. Así me eduqué y construí.
¿Recuerda el primer fogonazo?
Sí, fue en una tienda de discos que pusieron en unos grandes almacenes de Granada. Había mil joyas. Abrías el vinilo y sus efluvios ya te predisponían. Era como un golpe de pegamento que seguía al sacar el disco, ponerlo y oír Hound Dog de Elvis. Lo recuerdo como algo brutal.
¿Tiene ganas de volver a gritar ‘Bienvenidos’?
Sí, sí. La gira anterior, que no pasó por Euskadi, tocábamos en acústico, pero esa experiencia del 40º aniversario ha sido muy gozosa. Tenía mucho respeto a los aniversarios cuando me lo proponían. Esta vez pensé que si no lo hacía ahora, no lo haría nunca porque en el 45º aniversario ya no tendré esta voz, fijo. Lo que sí pensé es que necesitaba una reformulación y visualicé el Rock&Ríos como la fiesta del rock español. Hay mucha gente que me dice que fue el primer disco que oyó, que lo ponían sus padres. Y pensé: ¿por qué no hacerlo con los verdaderos hijos del rock? Bueno, y hasta con nietos.
¿El disco, revisitado ahora, se hace para ellos, para esas generaciones?
Lo hago para mí, como todos. Y para quienes quieran oírlo, claro. Pero sí comprobé que a esas generaciones les había influido mi disco. Al repasar posibles colaboradores pensaba en Santi, de Love of Lesbian, o Pucho, de Vetusta Morla, en Carlos Tarque, con quien ya había cantado, pero también en otra gente, como Annie B. Sweet, a quien su padre le ponía Nueva Ola para dormir, o Rebeca Jiménez, buena artista con mucha convicción en lo que hace. Aunque parezca que no, ella tiene éxito porque sigue ahí. Ha salido un disco muy orgánico, nada artificial. Lo grabamos el 11 y 12 de marzo del año pasado en el WiZink Center de Madrid.
¿Qué tenía ‘Rock&Ríos’ para convertirse en histórico? ¿El contexto ayudó?
Por supuesto, el contexto fue decisivo para convertirse en un fenómeno; y la suerte. Y que es un gran disco también, un prodigio grabado en un solo día, con instrumentistas fantásticos y yo con una energía acojonante y una voz con 40 años menos. Se publicó en una España que salía de una dictadura y de un gobierno de derechas en el que un ministro (Manuel Fraga) decía que la calle era suya. La gente quería que la calle fuera suya, y ahí apareció el disco.
Pues hoy, 40 años después, el horizonte político no pinta demasiado bien.
Pinta mucho peor, sí. Aquel disco era un canto a la utopía y el que publico ahora es un intento de alertar contra la distopía, que ya está aquí. Estamos viviendo un tiempo límite, volvemos a lo antiguo con una apariencia diferente, la de una ideología que pretende lo mismo que la previa a la democracia de una forma más sibilina. Busca dominar y ser hegemónica con las enseñanzas de Trump.
“Tenemos que reaccionar”, cantaba hace 40 años en ‘La frontera’.
Eso es. Es importante que el ciudadano haga la ciudad, que no se la impongan.
Hablaba antes de celebración, pero es también signo de resistencia social, política y musical en tiempos de reguetón y sonidos urbanos.
Sí, pero en lo musical es el signo de los tiempos. No quiero reaccionar como en mi casa o mi barrio cuando yo cantaba en inglés, idioma que ni yo mismo entendía. ¿Qué tienes en la boca?, me decían. Si hiciera esa extrapolación, sería mi pasado, no mi presente. Oigo cosas actuales y me parecen buenas, como Rosalía. Lo importante de este oficio es la emoción, el poder de electrificación de The River, de Springsteen, por ejemplo, de Neil Young o más cantantes más modernos como Eddie Vedder, de Pearl Jam. Es una suerte de encantamiento que no termina.
Pero que ha remitido musical, social y políticamente.
El reguetón está imponiendo el castellano como lengua franca hasta en Estados Unidos, pero veremos cuál será su influencia posterior. Hay que huir de ser el abuelo cebolleta y convivir, cada uno con nuestra edad y circunstancias, y siendo tolerante aunque no entienda a esta generación joven. Con Elvis me pasaba al revés, no entendía lo que cantaba, pero sabía que hablaba para mí, que era el elegido.
Algunos van por la pasta, pero el músico de verdad busca hacerse una carrera. Usted lleva 60 años en esto.
Es un sueño que nunca se sueña porque este oficio es tan cabrón que lo inmediato tiene más proyección. La lucha del día a día es tan grande que el futuro te coge en bragas (risas). Llevo 61 años haciendo discos, sí, pero mi potestad es mirar atrás y ver mi pasado aunque prefiero ejercer más la memoria que la nostalgia. Prefiero recordar cosas para bien, con sus dificultades, que el hecho recreativo en sí. Además, yo no he sido un cantante de éxito constante, he tenido cumbres y valles, y ambos me han formado como persona y creador. Sirvieron para aprenderme y poder relativizar.
¿Tiene algún himno favorito y canciones olvidadas que cree no lo merecieron?
Los hitos están muy claros, pero hay temas que abandoné por tocar los éxitos que merecieron mejor suerte, como En el parque o mis discos La encrucijada o Como si fuera la primera vez. A veces, en el mismo estudio ves la emoción que provoca una canción en la gente o cómo mueven el pie. Y también se producen sorpresas agradables.
Como sucedió con ‘Santa Lucía’.
Era claro que era una buena canción, pero no me quería encasillar como baladista. Por eso dudé de ella. Y su éxito, que hasta Rock&Ríos apenas me acompañó, fue increíble. Mi carrera ha sido más entretenida que la de otros instalados en el éxito constante (risas).
Y no hay que olvidar que ser pionero cuesta, que tiene un precio.
Mi pretensión actual es que vengan las cosas como sean. Antes era el factótum principal de las giras y me embarcaba en propuestas novedosas, pero ahora ya no tiro del carro. Lo más que hago es promoción, la defendía siempre Celia Cruz.
Con la gira de ‘El rock de una noche de verano’ le acusaron de convertir el rock en un circo.
Fueron unos conciertos muy angustiosos, como recoge Miguel Valle en el libro de Efe Eme. Fue una gira gloriosa hasta llegar a Madrid, con llenos en estadios como el de Zaragoza. Pero después, con la crítica de El País se acabó todo. En este país se digiere mal que alguien tenga éxito, alguien que está en tu órbita y ha sido tu amigo. No lo asimiló bien la crítica, que en aquellos años tenía mucho poder, a la que hacíamos caso y padecíamos. No fue una cuestión de gustos ni siquiera profesional, de si cantaba bien o los músicos molaban o no, sino de opinión ideológica. Fue porque teníamos un patrocinador. ¡Como si a su periódico no lo sostuvieran los anunciantes!