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Rincones perdidos en la memoria

Tres vidas en un ‘cuerpo’ en el centro de Bilbao

Esta historia comienza con la expansión y ensanche de Bilbao, con la creación del chalet de Tomás de Urquijo que sobrevivió hasta el último tercio del siglo XX. Le siguió el edificio Mapfre y ahora un moderno palacio de Justicia

Tres vidas en un ‘cuerpo’ en el centro de Bilbao

Esta historia comienza en el último tercio del siglo XIX, aquel tiempo en el que Bilbao se encontraba en plena expansión. Les hablo de 1879, un año en el que la ciudad se encontraba en un proceso de transformación tras la última Guerra Carlista, impulsando el desarrollo industrial a lo largo de la ría. Eran días de trabajo duro y fastuosas celebraciones. ¿Quieren algún ejemplo? Pongamos por caso, la historia de la fiesta veneciana en la que se representó la boda del Dux con el mar Adriático. Al anochecer los personajes que representaban al dux y a su séquito se subieron a doce góndolas adornadas con farolillos y a un bucentauro (galera que llevaba en la proa un centauro montado sobre un buey) a las que se unieron otras embarcaciones con los representantes de los nobles venecianos, embajadores turcos y griegos y músicos. Bajaron a la ría, cuyas márgenes estaban iluminadas con miles de faroles y desembarcaron en Uribitarte, donde terminó el espectáculo con fuegos artificiales y la suelta de un globo aerostático. Para animar a participar en semejante regocijo (es así como se llamaban aquel tipo de fiestas en Bilbao por aquellas fechas....) se dio un gran premio a la góndola popular más fastuosa.

A principios de diciembre de 1879, cuando los últimos gritos de las guerras carlistas parecían haber quedado en el recuerdo de la mayoría de los bilbainos, desde el rotativo El Noticiero Bilbaíno se daba la bienvenida al último mes del año, que con sus festividades navideñas y gabonzares, llenas de encanto e ilusiones, despertó en niños y ancianos el presentimiento de la proximidad de estas celebraciones. De hecho, el 21 de diciembre de ese año, el bullicio navideño alcanzó su máximo apogeo. Las salas de baile, como La Amistad, solicitaron a la autoridad civil permiso para ampliar su horario durante las fiestas. Al mismo tiempo, la actividad era notable en los patios de comidas y mercados, con gran competencia y abundancia de carne, en particular en la plaza del mercado de la Rivera.

Casi al tiempo, se inauguraba en Bilbao un chalet inicialmente construido por José María Gurtubay y Guillermo Maguregui en la esquina de las calles Henao e Ibáñez de Bilbao hacia la plaza del Ensanche (La zona del actual Edificio Mapfre que pasará a ser sede judicial). Pero recién construida la casa fue adquirida por Tomás Urquijo Aguirre, fundador y presidente de la Compañía Anónima de Navegación, gerente de la Cía. Marítima del Nervión, y copropietario de la mina de caolín Urquijo, Castillo y Cia además de participar en la Compañía del Gran Hotel Carlton entre otros negocios. Implicado en la política y en lo social fue también Alcalde de Getxo en 1912, presidente de la Cámara de Comercio y de la Sociedad Bilbaina en 1934-1935

Casado con Piedad Izaguirre Zuazo, fue hombre altruista y preocupado por la enseñanza orientada a la industria (lo que hoy llamaríamos formación profesional), promovió el Instituto de Enseñanza Profesional y la Escuela Industrial, y benefactor, perteneció a la Junta de Caridad del Hospital Civil y donó en 1928 a la orden salesiana el colegio de Deusto que construyó en sus propios terrenos. El palacete fue heredado, de su tía Piedad, por Félix Fernández-Valdés Izaguirre y de ahí pasó a la familia Zubiaga hasta su derribo en 1972. Ahí se acababa la primera de sus tres vidas.

El edificio que conocimos como Mapfre inició su gestación en 1972, cuando la ciudad aún vibraba con las últimas réplicas del desarrollo industrial y el Ensanche se consolidaba como el eje de la vida económica bilbaína. Fue diseñado por Julián Larrea Basterra, un arquitecto que supo leer la necesidad de rigor y dignidad que demandaba aquella época: un edificio de oficinas sobrio, funcional, con una fachada que mira a tres calles – Ibáñez, Henao y la plaza del Ensanche – como quien escucha tres cuerdas de un laúd urbano.

Con sus ocho plantas sobre rasante, planta baja y ático, más cuatro sótanos que guardan el silencio del subsuelo, el edificio no quiere ser un estruendo visual sino un compañero discreto del paisaje arquitectónico de la ciudad. Su geometría rectilínea y su presencia sobria lo emparentan con la arquitectura funcional de la segunda mitad del siglo XX, donde cada línea recta tenía la vocación de servir, no de ostentar. Su primera vida fue la de sede del Banco de Bilbao, un símbolo del poder financiero en una ciudad que cerraba el ciclo de la modernización. Años después, la aseguradora Mapfre lo convirtió en su sede en Bilbao, como quien toma un barco veterano para navegar nuevas rutas económicas.

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Como cualquier ser que envejece con dignidad, el edificio ha sido objeto de cuidados y reformas: en 1991 pasó por una remodelación integral, como quien renueva el alma sin cambiar el cuerpo; en 2007 se actualizaron ascensores y baños, los pequeños gestos de confort que hablan de la humanidad de la arquitectura; y en 2011 se modernizó la climatización, para sostener el eco invisible de la vida interior contra el soplo de los inviernos cantábricos.

Sin embargo, los edificios, como las ciudades, no están destinados a dormir. En los últimos años, el Gobierno vasco ha adquirido el edificio a Mapfre por 41 millones de euros, con el ambicioso propósito de convertirlo en el nuevo Palacio de Justicia de Bilbao. Este traspaso significa reimaginar la función de un volumen urbano, transformar cubículos de oficinas en salas de justicia, pasillos de papeleo en corredores de equidad y diálogo.