El Angliru –12,4 kilómetros al 9,8% de pendiente media, disparadas las rampas al cielo a partir del meridiano del puerto, donde se concentran muros por encima del 20 %– mide los límites del ser humano en su soledad.

Minúsculo y frágil ante esa mole que todo lo desnuda, hasta el alma. En sus entrañas se tasa la fortaleza de espíritu, la dignidad y el irrefrenable deseo de vivir.

El Angliru, la montaña, el icono de la Vuelta, el muro infernal alimentado de paredes y tallado por el recuerdo de sus campeones, desde el pionero Chava Jiménez, en 1999 hasta Roglic en 2023 pasando por Contador, que hizo huella en 2008 y 2017, es un suplicio, un altar en el que sacrificarlo todo para no perderlo.

Joao Almeida entendió la entrega, al límite, que exige el Angliru, una montaña cruda, salvaje, bestial, para poder inscribir su nombre. Se ganó la gloria en la décima ascensión. La suya fue de sobresaliente. Cum Laude.

Desde esa posición de humildad, el luso honró la ascensión y ofreció lo mejor de su repertorio en una exhibición formidable para imponerse en el vis a vis a Vingegaard, que se asomó al abismo, pero resistió ante Almeida, sublime el portugués, que mandó en la ascensión desde el suelo hasta el cielo tras atravesar el infierno.

"Esta es una victoria especial. Todavía no me lo creo. Hicimos una etapa increíble. Simplemente marqué mi ritmo desde abajo y lo hice lo mejor que pude”, dijo el portugués, que vio a Vingegaard superlativo.

"Me hubiera gustado ganar, pero Almeida estuvo fortísimo y no pude", concretó el líder. Fue un cohete el luso. Bota lume. Además de la victoria, el portugués alimentó su moral. Almeida fue el sherpa del danés, pero el líder nunca pudo superarle, sometido al empuje del luso, al asalto.

Empatados en la cima, emparejados en cada palmo del Angliru, la Vuelta es una asunto de dos, un debate en la intimidad. Vingegaard y Almeida se aislaron del resto. Pidcock, que asomó la cresta en Pike Bidea, claudicó. El coloso asturiano le sometió la alegría. Se empuñó la carrera, que cada dos días cuenta una victoria del implacable UAE. Suma seis. Otro laurel.

Sensacional Almeida

La corona se posó sobre Almeida, siempre con la iniciativa en una montaña sin fin. El luso presionó con todo al líder, pero Vingegaard, el rostro sin queja, no mostró grietas en la subida, aunque tampoco exuberancia. A ninguno le sobraron fuerzas, siempre en el extrarradio de la comodidad.

Tras la llegada, ambos se fundieron en un abrazo y las caretas se desprendieron. No había que fingir. Quedaron a la vista los surcos de una ascensión demencial tras un día a fuego donde ardió la hoguera de las vanidades.

El danés sigue mandando en la azotea de la carrera con 46 segundos de renta sobre Almeida, su único rival. A 2:18 surge Pidcock. Hindley, formidable tercero en el Angliru, rastrea al inglés. Pierde 3 minutos con Vingegaard. Gall cuenta una desventaja de 3:15.

Entre sus cuestas imposibles, indómitas, todos son el mismo, el ser humano frente a un coloso que zarandea los huesos como sonajeros, que despelleja el ánimo, una aduana de dolor, miseria y apenas un bocado de gloria para quien puede murmurar en su cima.

Una montaña infinita, que no acaba nunca, que abre la puerta a otra dimensión, un viaje a lo desconocido. No lo vio Ben O’Connor, segundo en la Vuelta del pasado curso. El australiano, que arrastraba problemas físicos derivados de una caída, abandonó.

Vuelta a España


Decimotercera etapa

1. Joao Almeida (UAE) 4h54:15

2. Jonas Vingegaard (Visma) m.t.

3. Jai Hindley (Red Bull) a 28’’

4. Sepp Kuss (Visma) a 30’’

5. Felix Gall (Decathlon) a 52’’

6. Giulio Pellizzari (Red Bull) a 1:11

7. Tom Pidcock (Q 36.5) a 1:16

32. Mikel Landa (Soudal) a 11:51

95. Markel Beloki (Education First) a 27:28

110. Xabier Mikel Azparren (Q 36.5) a 29:17


General

1. Jonas Vingegaard (Visma) 49h30:54

2. Joao Almeida (UAE) a 46’’

3. Tom Pidcock (Q 36.5) a 2:18

4. Jai Hindley (Red Bull) a 3:00

5. Felix Gall (Decathlon) a 3:15

6. Giulio Pellizzari (Red Bull) a 4:01

7. Matthew Riccitello (IPT) a 4:33

23. Mikel Landa (Soudal) a 33:36

40. Markel Beloki (Educ. First) a 1h03:54

141. Xabier Mikel Azparren (Q 36.5) a 2h42:35

El resto es desencanto y silencio. Una agonía extrema en pendientes que son montañas feroces en sí mismas. En esa aventura, prevalece la lucha por la supervivencia. Eso exige la mole asturiana.

“Tal vez el Angliru es la subida más dura del mundo”, decía Vingegaard, que se destapó allí en su primera Vuelta, escoltó a Roglic en la segunda y pretendía sobresalir en su tercera incursión al más allá. No pudo conquistarla.

Pidcock se desvanece

En el Angliru es imposible esconderse, escapar a su mirada inquisitorial cuando despliega su mesa de autopsias. “Creo que me viene bien la subida, pero luego lo veremos. Sin duda, creo que estos grandes porcentajes se me adaptarán mejor que otros puertos más llevaderos que hemos tenido hasta ahora”, anunció Pidcock, que en Pike Bidea fue capaz de desconectar a Vingegaard, pero ante la montaña asturiana se quedó sin habla y sin respuesta.

En ese viaje al tuétano y a los 21 gramos del alma, todo sucede a cámara lenta, recreándose la crueldad. Ciclistas congelados en el tiempo, en el sufrimiento extremo. El Angliru es un sepulturero.

Arranca la vida entre los pálpitos de desniveles abrumadores. El horror en una subida implacable. Un ejercicio de introspección en el dolor. Una tortura psicológica.

En Asturias prosiguieron las protestas en contra del genocidio de Israel y se paró la carrera unos instantes. Efe

En el Angliru no se trata de subir, el empeño es no caerse, tan inclinada la montaña, un rascacielos. En ese muro construido con los piedras del averno, se balbucea, se sube a gatas, con el alma quebrada y las piernas cojas por la termitas del padecimiento.

Una mole de dolor, una montaña cruel, una carretera que cuelga del cielo pero que en realidad es una caída a los infiernos. Un puerto salvaje. Descorazonador.

Al corazón de las tinieblas, incluso al sol, entre el verde hipnótico, la exuberancia de la foresta y los prados, el cielo limpio, luminoso el día, se llegó después de la Mozqueta, donde la fuga, menguante, mandaba en un día loco, en volandas.

Vingegaard descontaba los kilómetros a lomos de su carruaje amarillo. En el descenso, el danés marcó de cerca a Marc Soler. No quería sorpresas. El Alto del Cordal, dejó en por delante a Jungels, Cepeda y Vinokurov. Jay Vine, el hombre que vino del rodillo, se puso al frente del pelotón para darle velocidad. Ayuso había descabalgado.

Aceleración del UAE

Se imponía en el horizonte el pantagruélico Angliru, despiadado, un Saturno que devora a sus hijos. Unos activistas en favor de la causa palestina y contra el genocidio de Israel frenaron unos instantes la carrera, donde se retrata Netanyahu, que arenga a un equipo non grato.

“Nunca dejaremos de llevar el nombre de Israel”, dijo el propietario del equipo, amigo íntimo de Netanyahu, el primer ministro que perpetra un exterminio a ojos del mundo en Gaza.

Se deshilachó Cepeda. Respiraban aún Jungels y Vinokurov. Por detrás, Vine desbrozaba el camino, encolados Almeida, Vingegaard, Pidcock, Jorgenson, Kuss, Hindley, Ciccone. Una docena.

Apóstoles hacia el calvario. Se quedó solo Jungels. La montaña está construida sobre piedras del averno, aliviado al comienzo por la sombra fresca de los árboles formidables.

Jonas Vingegaard continúa en el liderato. Efe

Ciccone no tardó en desprenderse cuando Grossschartner pastoreó la ascensión. También cedió Jorgenson. Se deshojaban las esperanzas. Cuentas de un rosario. Brotó enfurecido el Angliru con una rampa que se plegaba sobre sí misma. Una pared. Almeida, Vingegaard, Kuss y Hindley seguían en pie. Pidcock se desplomó con el primer gancho al mentón.

Vingegaard resiste

Ambicioso, el portugués se mostró agresivo. Su apuesta fue intimidadora y clara: todo por la causa. Ritmo marcial y mirada depredadora. Se quedaron a solas Almeida y Vingegaard. El portugués, delante. Embestía con furia. En su espalda, el líder, enmascarado. Juegos mentales entre ambos. Del retrovisor colgaban los pasos de Kuss y Hindley, que avanzó.

Más atrás, boqueaba Pidcock. Valiente, desencadenado el portugués, quería ahogar al danés entre las arengas de la afición, un pasillo de honor para un duelo cerrado entre ambos.

En la Cueña las Cabres, una garganta del 23% de desnivel, se congeló la carrera, tan lentos los ciclistas en territorio de cabras.

La niebla, el manto ceniciento, convirtió el puerto en una final fantasmagórico. Una danza maldita, a espasmos. Solo quedaron los espectros. Rostros que envejecían, cuerpos que se retorcían, hasta que la escoba del sol barrió la niebla. Almeida ilumina el Angliru.