UNO se imagina a Urkiola, con un batín, sentada sobre una butaca con orejeras raídas, un punto decrépita contando al que quiere escuchar su vida fantástica. Existe en la derrota, en lo que fue y no es porque la vida va por un lado y uno camina por otro, no solo nostalgia, también recuerdo, amor y autoestima. Urkiola, cima venerada por la afición vasca, competición de renombre, evoca el pasado y cierta edad de la inocencia. En Urkiola ganaron Julio Jiménez, Delgado, Chiappucci, Rominger, Lejarreta, Mayo, Chava o Igor Antón, el último ciclista que se encumbró en la subida a Urkiola. Fue en 2009. Quince años después, Urkiola asoma en la Itzulia, pero su relevancia es menor, el reflejo de su decadencia. “Siempre tendrá el nombre y lo que fue. Pero ahora Urkiola, (un puerto de apenas 6 kilómetros pero con una pendiente superior al 9% de desnivel) con el asfalto nuevo, y tal y como ruedan los ciclistas ahora no es un puerto para hacer diferencias. En realidad da un poco de pena esa perspectiva. Los tiempos han cambiado”, diserta Javi Bodegas, profesor y uno de los hombres que más memoria histórica tiene sobre el ciclismo.

La carrera, promovida en su origen por la Sociedad Ciclista Bilbaína, se puso en pie en 1931. Ricardo Montero fue el primer morador de la montaña vizcaina, insertada en el Durangaldea. El santuario de Urkiola, donde antaño se daban vueltas a una piedra mágica para encontrar pareja, cuidaba de una carrera que comenzó con el sugerente nombre de Critérium del mejor trepador. En su bautismo, la competición consistía en una subida en frío. Ese modelo de carrera también vertebraba la Subida a Santo Domingo en Bilbao o la que se disputaba en Francia, buscando la cima de Mont Faron. 

“Los ciclistas llegaban en tren con sus bicis desde Bilbao. Salían de la estación de Atxuri y se bajaban en Durango para competir. Aunque la carrera salía desde Mañaria. Desde allí, para arriba. Por aquel entonces la meta estaba situada al lado del restaurante. Aún no se llegaba la santuario”, recuerda Javi Bodegas. Promotor de Urtekaria, Bodegas subraya que en la primera edición la subida no empezó a la hora. “Se retrasó el tren, así que la carrera arrancó más tarde”. Tras el traqueteo en el tren, el zarandeo de la montaña. La subida a la montaña vizcaina imantó a muchos aficionados. “El ciclismo siempre ha tenido mucho tirón en Euskadi. Está muy unido al pueblo y la carrera funcionó desde el principio”, destaca Bodegas. Sin embargo, la Subida a Urkiola tuvo un inicio intermitente. Entre 1932 y 1935 no se disputó. Se corrió en 1936, ya con la S.C. Duranguesa en la organización. Después llegó la Guerra Civil, el alzamiento franquista. Los tubos de las bicis eran cañones. El horror de la guerra lo impregnó todo. La muerte, la miseria. La posguerra arrancó la carrera del mapa durante un cuarto de siglo. Urkiola se subió a la bicicleta en 1961, en plena dictadura de Franco. Una distracción para matar el hambre, para entretener la mente. Julio Jiménez, el relojero de Ávila, voló. Un escalador de época. Esa fue la segunda era de la competición, que recoge los 60. No se trataba ya de una subida en frío, era una clásica. Entre 1970 –ese año no pudo disputarse la prueba por culpa de una fuerte nevada– y 1983 la Subida a Urkiola no tuvo eco. Se quedó muda.

Época dorada

Reapareció en 1984, cuando se inauguró “la edad de oro de la carrera”, subraya Bodegas. “Es cuando se internacionalizó la prueba. Fueron los mejores años, en los que Euskal Telebista apostó por retransmitir la prueba. A la Subida a Urkiola venían algunos de los mejores ciclistas del mundo”. Es en ese arco temporal cuando lograron el laurel Marino Lejarreta, en su primera participación, en 1987, Andrew Hampsten, Tony Rominger o Pedro Delgado. “Eran grandes figuras”. Txakurzulo se convirtió en un lugar de peregrinación para presenciar la ascensión, que enfatizó a los escaladores puros como Chava Jiménez o Iban Mayo. El de Igorre conquistó la cumbre en 2006. Fue su última victoria vestido con el maillot del Euskaltel-Euskadi. Otro maillot naranja cerró la historia de Urkiola. Igor Antón, en 2009 levantó los brazos en una prueba que abrillantó el palmarés de Piepoli, cuatro veces ganador en Urkiola.

“La carrera nació con la idea de que los hijos del pueblo, ciclistas que pueden ser tus vecinos y que andan bien, sin ser figuras, son también protagonistas. Esa clase de carreras movían mucho a la gente. La Subida a Urkiola, el Gran Premio de Llodio o la Klasika de Primavera respondían a ese concepto, pero el nuevo modelo de ciclismo, más global y elitista se las ha comido. Desde mi punto de vista es una gran pérdida para el ciclismo vasco”, reflexiona Bodegas sobre una carrera que “tuvo peso y brillo en el calendario”. En la Itzulia será un lugar de paso. Una estación de servicio de la memoria en la que hace apenas quince años conoció la pasión y la gloria. Las historias de Urkiola.