El cierre de la París-Niza era un día corto como un suspiro, como una calada de un cigarrillo de urgencia, y jadeante como un caballo desbocado que desata pasiones. En la Costa Azul, el refugio de los descapotables que garabatean el asueto por carreteras diseñadas para conducir con un sombrero y gafas de sol antes de mirar al mar, asomaron las cotas, el relieve aserrado que sirvió para coronar al campeón de la Carrera del Sol: Tadej Pogacar. ¿Quién si no? El Col d'Èze, el epítome del último día, marcó la frontera. La diferencia entre el esloveno y el resto es un viaje lunar. Pogacar orbita en otro planeta. No es la tierra.

En el puerto que todo lo definió, Simon Yates tiró de los recuerdos, que en ocasiones, son un buen comienzo. No si está Pogacar. El esloveno, el hombre que viene del futuro, no necesitó rememorar nada porque vive en Mónaco y conocía cada palmo de la subida aunque no tenía pasado en la París-Niza. Le dio igual.

Pogacar, ambición, capacidad, pulsión e impulso, atacó sentado. Una nueva modalidad. A ritmo ahogó a todos el esloveno, un gigante que corre contra la historia. De momento solo rivaliza consigo mismo. Corre hacia la eternidad Pogacar.

Cuando el esloveno se desplegó, uno por uno, sus rivales se miraron y agacharon la cabeza. Elevaron los hombros. Resignados. Es inteligente rendirse ante la evidencia. Saber plegarse con elegancia. Solo los ignorantes discutirían a Pogacar. La idiotez puede ser infinita, pero las fuerzas, no. Yates, Gaudu, Jorgenson y Vingegaard asumieron la derrota sin un mal gesto.

Ataque en lo más duro

La realidad tiende a arrancarle poesía a la esperanza. Vingegaard, que viajaba a rueda de Pogacar, dimitió de inmediato en cuanto el esloveno, agresivo, valiente y con actitud de campeonísimo, aceleró en la rampa más dura, al 16%, cuando aún restaban 19 kilómetros para desembarcar al lado del paseo marítimo y el embarcadero de los yates lujosos y los veleros de ensueño.

Pogacar pudo observarlos con detenimiento en su marcha triunfal por la bella Niza. Solo, vestido de amarillo de líder, el color del Tour. La mejor postal posible. El esloveno era una hipérbole paseando su superioridad por Niza, donde llegó con 33 segundos de ventaja sobre sus perseguidores: Vingegaard, Gaudu, Yates y Jorgenson.

Se coronó con 53 segundos respecto al francés y con 1:39 sobre el danés en la general de la carrera. Pogacar saludó su triunfo haciendo una reverencia ante la ovación de los aficionados. No era para menos.

Pogacar, muy por encima

El esloveno que no conoce límites, el muchacho que acumula récords y agota adjetivos, se desató en El Col d'Èze. No tenía necesidad. No importa. "Se suele decir que el ataque es la mejor defensa. He entrenado mucho por aquí, sabía perfectamente cómo estaban mis piernas. Sabía qué podía hacer, a qué ritmo podía ir, y he calculado bastante bien”, dijo.

Pero Pogacar corre sin calculadora. Le gusta competir. Atacar. Es su manera de entender el ciclismo, de ensalzar el espectáculo. El esloveno venera la mística de las carreras y regala momentos para la memoria. Quiso vencer como lo hacen los grandes.

Él lo es. El mejor ciclista de este tiempo. Un loco maravilloso que honró la prueba francesa y alimentó las pasiones de los aficionados, hiperestimulados ante un ciclista único. Un torbellino que todo se llevó por delante a pesar de las vistas maravillosas, que invitaban al solaz y al deleite. No hay paz para Pogacar, que no hace prisioneros.

Mensaje para Vingegaard

Al resto, competidores excelsos, se les cayeron las hojas cuando Pogacar movió el árbol. Sus rivales eran apenas ramas desnudas ante la exuberancia de Pogacar, floreciente a poca más de una semana de la primavera.

Al danés, superado en lo físico, las termitas de la impotencia le comieron la moral. Le enviaron al diván. Más plomo en los bolsillos. Otro mensaje de Pogacar a la línea de flotación de Vingegaard. Carga de profundidad.

Es imbatible en marzo Pogacar, que acumula 9 victorias (clásica de Jaén, Vuelta a Anadalucía con tres etapas y la París-Niza, también con tres triunfos parciales) desde que comenzó el curso para totalizar 55 triunfos en su carrera deportiva. Un disparate. Con apenas 24 años, el esloveno es un ser inalcanzable, un ciclista de época.

Citados para el duelo del Tour

Pogacar, el hambriento, es El Caníbal de este siglo. Insaciable. La esperanza para Vingegaard es julio, cuando cruzarán de nuevo sus destinos. En cualquier caso si el danés quiere sostenerla la mirada al esloveno, tendrá que crecer. En la Carrera del Sol, Pogacar fue brillo y Vingegaard sombra, pero la Grande Boucle que arranca en Bilbao es un escenario diferente.

Quién sabe qué sucederá entonces. Queda lejos el Tour, en julio, pero en el ensayo general de la París-Niza parece que la silueta de Pogacar asoma también otra vez en el horizonte de París, de los Campos Elíseos. Con su colosal actuación en la Carrera del Sol dio la impresión de conquistar la París-Niza-París. El futuro dirá. De allí viene Pogacar.