En los exteriores del Palacio Euskalduna Itziar Arriaga predicaba, por lo bajinis,, que la canción Aguacero era la más hermosa de todo este trabajo, Cerodenero, que había escuchado en Durango, con el que Izaro (Izaro Andrés para las identificaciones...) arrancó ayer un 2024 en el que parece regresar a las raíces, a una música llena de contrastes: pop, folk, electrónica y músicas de raíz, matices en los que brotan pinceladas de poesía y metáforas. Izaro arrancó en el Palacio Euskaldunala la gira de presentación de Cerodenero, su último trabajo que parecía ser un disco gélido, frío, y que resultó ser capaz de calentar el alma de quienes la escucharon ayer. Un gentío hacía guardia para escucharla. Con expectación y esperanzas de que iban a disfrutar de nuevo. ¿Aguacero, decíamos? Empapó de emociones todo el patio de butacas.

Contó con su banda de costumbre, donde marca el compás Iker Lauroba. Y cuentan los programas de mano que se trata de un intenso viaje interior de Izaro, narrada con esa voz cálida de la cantante de Mallabia que tanto abriga. Comenzó con una inquietante intro llamada zero, con teclados, sin instrumentos, ni coordenadas, para partir en este viaje. Iparraldera era la canción de bienvenida a la expedición. Incluso en este despliegue de la gira ya hubo quien tarareaba las canciones. Se las sabían.

Izaro se acerca a Rihanna, Rosalía o Beyonce bailando las coreografías de Jaiotz Osa y sin perder ni un ápice de la alegría de sus pasados trabajos; Izaro canta de lo lindo. Es una mujer del siglo XXI que no pierde de vista sus raíces, su pasado. Pueden dar fe de todo cuanto les cuento Maitena Sarria y Nekane Mendizabal, compañeras de viaje de la Itziar con la que arrancaba esta crónica; Estibaliz Izurieta, Olatz Gorostiaga y Alazne Unanue, acompañando a las jóvenes Libe López, Paule Ajuriagogeaskoa, Nikole Ajuriagogeaskoa y Naia Irusta; Mikel Ballesteros y Nerea Santos, seguidores impenitentes de la artista, Izaskun Olabarria, Aitor Bengoetxea, Mario González, Idoia Muro, Aitziber Mujika, Gotzone Zarate y un buen puñado de gente que aguardaba, expectante, los minutos previos a que se abriese la puerta.

No lo escuché en directo y por eso flota en el aire la incertidumbre. ¿Cómo sonaría Limoindo, un tema pop, con congas? Sospecho que de maravilla. Quienes habían oído ya el disco, que era muchos, sabían que cuenta con esa voz que atrapa, un piano que vuela, el coro Akelarre con el arreglo de Xabier Mendez y la Orquesta Sinfónica de Bratislava con arreglo de Pascal Gaigne. Hablaban sin callar de sus bellezas. El disco se abrocha con otra preciosidad: Todas las horas que quedan.

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Volvamos a la tarde de ayer, la de carne y hueso. De ella disfrutaron Joseba Martínez, Koldo Ugarte, Miren Alonso; la familia formada por Mikel Martin, Ana Relaño, Sergio Martin y Eneko Martin; el grupo formado por Ixaro Akarregi, Mari Carmen Cantero, Maite Muñoz, Onintze Cantero, Alba Valdivielso y Julene Valdivielso, mujeres que llegaban repletas de felicidad; Idoia Larrakoetxea, Alicisa Mugarza, Irune Irazola, Itziar Markina y Beatriz Ugena entre otra mucha gente que ya conocían, en su inmensa mayoría, los trabajos pasados de Izaro.

Va acercándose las ocho de la tarde y poco antes ya están en los exteriores del Palacio Euskalduna Cristina Mendiguren, Ainhoa Gotxi, Itxaso Elexpuru, Karmele Goikoetxea, Xabier Urrutia, Maite Ojanguren, Joseba Bilbao, Miren Josune Etxebarria; Gloria García, una mujer de edad, feliz de verse rodeada de juventud, José María Olaizola, Jaime Muñoz y una multitud que abarrotó el patio de butacas y que disfrutó de lo lindo de esa voz que susurra, que se desliza, que acaricia. La voz de Izaro que ya suena entre las grandes, con fuerza y delicadeza. Que ya suena que lo rompe.