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Getxo luce ya el mural que recoge estampas de Romo y Las Arenas

Giorgos Gkareth Christou y Lisbeth Montoya acaban la obra de la plaza de La Estación tras doce semanas

Getxo luce ya el mural que recoge estampas de Romo y Las ArenasM. H.

Los árboles, desnudos en invierno, que se ven desde la plaza Cervantes; unas buganvillas que colorean un monótono bloque de pisos grisáceo, las centenarias casas baratas, por supuesto; y también esas viviendas con azulejos de Las Arenas y hasta esos edificios de Romo York... Estas y más estampas del paisaje, de la vida, del ayer y la rutina de Romo y Las Arenas, que atraparon la atención artística de Giorgos Gkareth Christou y Lisbeth Montoya Ramallo, están ahora perpetuadas por ellos mismos en la fachada –en realidad es una medianera– que asoma a la plaza de La Estación de Las Arenas. Son las piezas de Auzotarren mosaikoa, la composición heredera del mural del Ajedrez, siempre en el recuerdo y también presente a modo de homenaje en esta nueva creación que ya está finalizada.

Vista general del mural en la plaza de La Estación de Las Arenas.

“Todos los días han sido de resolver problemas”, resopla, aunque con una sonrisa, Giorgos. “Estamos mejor preparados ahora como muralistas que cuando empezamos este proyecto”, admite este artista, con los cerca de 24 metros de pared hacia arriba a sus espaldas. Esa altura era el lienzo en blanco para ambos... Seis horas de media al día; seis días a la semana; doce semanas; y un mes entero, en global, de brazos cruzados, en vez de alzados, por el mal tiempo. Desde principios de febrero enfrentándose al desafío en el terreno. Antes, Giorgos y Lisbeth ya habían recorrido los barrios getxoztarras que escoltan esta plaza para hacer fotos, y después seleccionar aquellas que iban a convertirse en pintura a tamaño DIN A3 y 4, y luego, definitivamente, en ilustración gigante en vertical. “Proyectamos los dibujos en la pared y así empezamos a pintar”, apunta Lisbeth. “Había que hacer la proyección de noche, claro, pero como era febrero, anochecía pronto”, puntualiza. Los primeros contratiempos e incógnitas surgieron con la maquinaria a emplear para crear a más de 20 metros sobre el suelo. “Al final, optamos por una más pequeña, aunque nos quedábamos a 18 metros”, reconoce la artista. Por eso, el cielo de allí arribota está hecho con “un extensor de 6 metros”, como indica Lisbeth, que fue la que sacó músculo para dibujarlo, calmando con el paso del tiempo esa rigidez del cuerpo en respuesta al vértigo. Y es que una piensa que no tiene miedo a las alturas hasta que se ve en una de estas... “Fue la parte más costosa físicamente, pero es mi favorita porque me gusta fondear”, detalla. Y tres capas, ni más ni menos, lleva esa zona azulada y blanquecina.

Otro bache en el camino: las proyecciones no encajaban del todo con el espacio de la pared. Claro, no es un plano liso como un folio. “El soporte es lo más importante del mural; yo vi una superficie con mucha textura y desigual, al ser una medianera –la separación entre dos bloques, ya que se iba a construir otro pegado–. Pero era una pared bien arreglada”, incide Giorgos. Esa ondulación es la que complicó hacer los cálculos. Pero se solventan las dificultades sobre la marcha y punto. “Es fundamental hacer una buena medición previa, pero luego hay que tener flexibilidad”, destaca el autor. Lo que sí que debía estar milimétrico eran los cuadrados blancos. “Tienen la obligación de la perfección de la línea”, subraya Giorgos. Estos son, además, la evocación al originario mural del Ajedrez y los que ponen marco a pinceladas en blanco y negro –las únicas–. Están inspirados, por otro lado, en las modernas farolas de la renovada plaza de La Estación. Esta es una de las múltiples capturas de Romo y Las Arenas en este cuadro al aire libre. “El punto de partida eran las casas baratas”, confirma Lisbeth. En efecto, son santo y seña de Romo. No podían faltar. También son significativas esas viviendas antiguas con jardín que resultan de lo más acogedoras. Hay en varios sitios del barrio y sedujeron a la mirada de estos dos artistas. “Cogimos bastantes referencias porque nos llamó la atención lo urbano en contraposición a lo vegetal”, señala la creadora. “En la calle Amaia, que es mitad de Leioa, hay una casa antigua de la que hemos tomado las casetitas y ahí, además, es donde estaba uno de los gatos que aparecen; el otro estaba en Las Arenas, pero les hemos juntado”, aclara Lisbeth para continuar desmenuzando este collage. “En Las Arenas nos fijamos en las texturas de los edificios, hay muchos que tienen azulejos y nos pareció curioso también”, prosigue la muralista en este paseo estático desde el perfil exterior de los números 3 y 5 de la calle Ibaigane.

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Los dos creadores de la obra ‘Auzotarren mosaikoa’.

El material utilizado para todos estos trazos y colores es pintura mineral de silicato. “Nos interesaba, sobre todo, por su resistencia a la luz”, explica Giorgos. Así que el sol no devorará esta obra. “Llevo doce años haciendo murales y tengo trabajos que ya no existen porque eran de pintura acrílica”, desvela. Y, sobre todo, los autores han pintado con rodillo. “No solemos usar espray ninguno de los dos”, matiza Giorgos. Así que es una creación muy manual para retratar dos barrios.