El tiempo de compensar y de recompensar ha llegado. Hay muchos modos de hacerlo, de devolver a la naturaleza su idiosincrasia, esa biodiversidad que la engrandece. Árboles se plantan en multitud de lugares en todo el planeta y casi siempre por el mismo motivo. Pero ayer, en pleno corazón de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, nació una novedosa fórmula de indemnizar a los ecosistemas. Se trata del bosque impredecible, un terreno de 125 hectáreas -unos 160 campos de fútbol- localizado en el núcleo de Ibarruri (Muxika) y próximo a los ríos Urzelai y Ginerratza, preparado para “disfrutar de la experiencia de plantar de manera colaborativa árboles autóctonos y así, de manera consciente, compensar la huella de carbono transformándola en una huella de vida”, expresaban Andi Ginés y Lander Jiménez, dos de los impulsores de esta iniciativa.

La primera piedra de este proyecto fue más que simbólica: la plantación de un retoño del Árbol de Gernika, otros 15 robles, cuatro castaños, tres arces y ocho abedules. En total, una treintena de cepellones devueltos a su hogar en una parcela gestionada por la Fundación Lurgaia, entidad empeñada en favorecer la conservación y la gestión del patrimonio natural “con la custodia de bosques en el territorio”, apostillaba Ginés. Hace apenas medio año en ese mismo terreno se levantaban pinos. Una plantación que ya ha sido aprovechada como recurso y que, tal y como subrayaba Jon Hidalgo en nombre de Lurgaia, “nunca más volverá a ver una explotación forestal de ningún tipo. Solo un uso lúdico y científico”.

Por ejemplo, apostillaba Hidalgo, a la izquierda de la parcela donde ayer arrancó este proyecto colaborativo y concienciador, se podría generar un recorrido interpretativo adaptado como el existente en el robledal de Orgi (Ultzama) con paneles indicadores de las especies que allí, un solar más llano próximo a la casa rural y restaurante Astei, sean replantadas en el futuro. Porque, como enfatizaba el portavoz de esta entidad conservacionista, “los bosques no tienen prisa. Más nos vale a nosotros porque de lo contrario vamos dados”. Hidalgo abogó por recuperar la fe en la naturaleza y dejarla hacer. “Nadie mejor que el bosque para hacer bosque” resumía, mientras en el valle resonaban las voces de Haizea Lorenzo y Nerea González -de Leioa Kantika Korala- encargadas de amenizar el acto.

Las primeras raíces de este bosque impredecible fueron plantadas por miembros de la Fundación ONCE. Su presidente, Rafael Ledesma, además de varios directivos de la organización en Euskadi enterraron castaños, arces, robles... Cada árbol será personalizado con el nombre de su padrino o madrina. “Devolver esto al medioambiente es un trabajo similar al que realiza la ONCE, que se aplica para que se respete la diversidad de las personas”, manifestó uno de los impulsores del proyecto.

Fue precisamente Ledesma -presidente del Consejo Territorial de la ONCE en Euskadi- quien firmó la frase de la mañana: “Somos la huella que dejamos”. Y no solo en el entorno natural. También en los corazones de las personas, como acertó a sumar Jiménez con posterioridad. “Hemos artificializado nuestras acciones sin darnos cuenta de que toda acción tiene un impacto en el medio ambiente y también en los corazones de las personas de nuestro alrededor”, apuntó. Una de las fórmulas para compensar ese desequilibrio vital es plantar árboles, pero que sean autóctonos para reanimar la famosa biodiversidad. Y es que, como ilustró Hidalgo, es verdad que en Bizkaia hay muchos árboles pero bosques, lo que se dice bosques, pocos. Hay plantaciones y explotaciones de pinos y eucaliptos, pero bosques... “Es un proyecto [impredecible.eus] con trasfondo social, humano y medioambiental que no sabemos dónde nos llevará pero que irá creciendo. Quien quiera puede venir y plantar”, animaba Ginés.