El Gorbea es sin duda uno de los emblemas de Euskal Herria. Este monte y su entorno guardan cientos de tesoros. Son tesoros que nadie puede poseer pero que forman parte de miles y miles de euskaldunes desde que lo disfrutan por primera vez, hasta que se pierde en sus recuerdos, en su final. Y uno de esos tesoros que descansan en Gorbea es el Refugio de Arraba, o atendiendo a su nombre oficial, el Refugio Ángel Sopeña. Inaugurado en 1960, pertenece a la Federación Vizcaína de Montaña.
El refugio ha sido y sigue siendo un alivio para muchas personas que hacen una parada para calentarse y llenar el estómago en los días más fríos en el Gorbea. No hay que olvidar que durante todos estos años ha salvado incluso vidas, ya que como explica Iñaki García Uribe, estudioso incansable del Gorbea y todo lo que rodea a esta montaña durante treinta años y autor de cuatro libros, “las primeras ascensiones a la cruz no eran como ahora, y el tiempo se les podía echar encima en cualquier momento, por lo que era vital contar con este refugio”.
Esa fue una de las razones que llevaron a levantar la casa, una cuestión meramente de seguridad para quienes subían al monte. Según cuenta García Uribe, el mayor impulsor del refugio fue Ángel Sopeña, “un hombre que fue un montañero ilustre y trabajador incansable por la promoción del montañismo vasco”. Jesús de la Fuente, documentalista del montañismo vasco cuenta que la inauguración contó con la presencia de unas 3.000 personas. El de Arraba sustituía de alguna manera a un refugio anterior ubicado en Egiriñao, que “tuvo mucha importancia hasta pocos años antes, a pesar de que contaba con varios defectos como refugio”.
En Arratia se cuenta que muchos vecinos participaron en su construcción. De su diseño se encargó el arquitecto y presidente de la Federación Española de Montañismo Julián Delgado Úbeda, quien revolucionó de alguna manera el diseño de estos refugios de montaña en aquella época. Y es que dejó de lado los típicos refugios oscuros, con poca luz, dotando al de Arraba de muchas ventanas, amplitud y luminosidad. Además está protegido del viento norte por una ondulación en el terreno.
Cuando se construye, se hace cargo de su cuidado el pastor Basilio Etxebarria, que comienza a servir comidas y bebidas. El propio Ángel Sopeña será su delegado hasta 1966 en que pasará el control del mismo a la recientemente constituida Comisión de Refugios. Tal y como recuerda García Uribe, hace cientos de años, las campas que hoy en día hay en Arraba no eran tales. Y es que “estaban llenas de hayas y de cerdos”. La llegada de las ovejas al Gorbea “se produjo después, no hace tanto como la gente suele pensar”. Eran los últimos años de la grandeza de las ferrerías y todos esos árboles fueron talados como combustible para aquellos recios hornos. Fue también entonces “cuando se extinguieron aquellos txarris silvestres que poblaban esta zona del monte”, cuenta.
Los árboles guía Precisamente, la niebla ha sido uno de los grandes problemas en la zona. Muchos montañeros y montañeras han pasado apuros y para facilitar la llegada hasta el refugio, varias personas plantaron árboles a ambos lados del camino desde Arrabakoate a Aldape y al refugio para que, a pesar de la niebla, pudieran llegar sin dificultades. García Uribe recuerda que, “siendo un niño de diez años estuve ayudando a plantarlos, y mi aita fue uno de los montañeros de la Agrupación Nervión Ibaizabal que tomó parte”. Durante varios fines de semana plantaron esos árboles que ahora son ya capaces de dar sombra en los días de sol y servir de guía cuando la climatología no es buena. Antes de esto, tanto Ángel Sopeña como Basilio Etxebarria, ayudaban a quienes les costaba llegar hasta el refugio con sonidos; “un silbato, una txirula?”, haciendo las veces de faro, en este caso sonoro.
Caminando por las campas de Arraba, uno puede encontrarse con varios restos que no están ahí porque sí. Son los restos de un antiguo sanatorio de tuberculosos que funcionó desde finales del siglo XIX a principios del XX. Se creía que los aires del Gorbea ayudaban a curar a los enfermos de tuberculosis, pero “varios factores hicieron que desapareciera, y uno de ellos era la dificultad para llegar hasta allí, ya que el viaje no era muy cómodo y más aun estando enfermas esas personas”, cuenta García Uribe.
En estos momentos, el refugio es sobre todo un lugar de visita casi obligada cuando se asciende al Gorbea o se pasa el día en los alrededores, partiendo desde Pagomakurre. Tiene capacidad para 24 personas -literas- y se encuentra a 1.066 metros de altura. Del 1 de mayo al 1 de noviembre abre todos los días, y del 1 de noviembre al 1 de mayo, solo los fines de semana, desde el viernes a las 17.00 horas.