No todos los días se cumplen 725 años, y Bilbao lo celebra brillando más que nunca. La luz ha sido, una vez más, la gran protagonista de una noche en la que el arte toma las calles. Desde los arcos de la Catedral de Santiago hasta los reflejos sobre la ría, pasando por la explanada del Guggenheim, el parque de Doña Casilda y el paseo de Abandoibarra, la ciudad se transformó por completo. La Gau Zuria vivió este viernes su primera jornada con una impresionante respuesta del público. Miles de personas han participado en una cita que ya no es solo cultural: la celebración por el aniversario de la fundación de la Villa.

A partir de las diez de la noche, la oscuridad fue cediendo paso a un universo de luces, colores e instalaciones. La fachada del Teatro Arriaga, convertida en un fresco polícromo gracias a la técnica Chromolithe del artista Patrice Warrener, parecía latir con vida propia. A sus pies, el Arenal se convirtió en punto de partida de una ruta urbana que convertía calles en galerías al aire libre y edificios en lienzos vivos. Hasta pasada la medianoche, Bilbao ha sido una ciudad soñada.

Uno de los espacios más comentados fue el muelle Evaristo Churruca, donde El jardín de las delicias, una poética instalación con figuras creadas a partir de residuos marinos, cobraba vida a través de la voz lírica de Saioa Bañales. Más adelante, túneles como Bihotzak o Hirukiak ofrecían una experiencia visual hipnótica: luces que se encendían y apagaban al paso del público, creando un efecto de ritmo compartido entre espacio y visitantes.

Allí paseaban Joseba Blasco con sus hijos Mattin y Jon, atravesando con asombro el túnel de corazones. “Los niños alucinan con las luces y se lo pasan genial. El año pasado no pudimos venir, pero esta vez lo estamos disfrutando”, comentaban mientras compartían unos helados.

La Torre Iberdrola quiso sumarse al cumpleaños del botxo con una instalación site-specific que combinaba luz, escenografía y música en directo. En un hall normalmente dominado por el ritmo acelerado de oficinas y reuniones, el ambiente era más diverso que nunca. Los grupos de visitantes iban entrando por turnos, envueltos en una atmósfera liderada por la mezcla de luces e intrumentos de música clásica. “Este momento no se repite”, decía Iratxe Nieto, vecina de Santutxu. “Me gusta mucho la música clásica en directo, pero no lo voy a grabar. Prefiero guardarlo en la retina”.

Los más txikis, ilusionados

En el paseo del Arenal, El Árbol de la Vida sorprendía con una estructura holográfica que invitaba al espectador a entrar en su interior y observar cómo fluía su energía. Niños y adultos cruzaban la instalación con gran fascinación.

La ciudadanía respondió, una vez más, con civismo ejemplar. Sin empujones ni agobios, cuadrillas, familias y visitantes recorrían el itinerario con calma y respeto. Los hermanos Telmo y Oier Egiluz hacían cola junto a otros niños y niñas para montar en los columpios de luz de la instalación Impulse, una de las más demandadas. “Todos queremos jugar, pero vamos por turnos”, explicaban entre risas, bajo la mirada cómplice de sus padres.

Pero la Gau Zuria no se queda solo en lo visual. Muchas de las propuestas también invitan a la reflexión: sobre el paso del tiempo, el patrimonio industrial, la relación con la naturaleza o la vida urbana. Las obras, repartidas por todo el centro, lanzan preguntas sin palabras. Lo que se vive estos días en Bilbao no es solo arte en la calle: es una conversación silenciosa entre ciudad y futuro.

Y cuando la medianoche empezó a envolver los tejados, aún quedaban personas sentadas en bancos, en escalinatas, contemplando las instalaciones con la calma de quien no quiere que acabe la magia. Este sábado, Bilbao seguirá soplando velas. Y lo hará iluminada.