ESE a la ensoñación que supuso el ejercicio 2019-20 en forma de triunfal retorno a la Liga Endesa, el Bilbao Basket es plenamente consciente de su realidad dentro del complicado ecosistema de la élite del baloncesto español. Su limitado presupuesto y la pesada mochila económica del pasado le otorgan en el reparto de protagonistas el papel de perro flaco, de conjunto cuya meta se centra en evitar el abismo del descenso. Ocurre que estos equipos son más proclives a sufrir problemas y el conjunto vizcaino ha vivido un curso absolutamente a contracorriente como consecuencia de las lesiones, el covid-19, desaciertos en el mercado a la hora de suplir la marcha a última hora de jugadores vitales, problemas estructurales de la plantilla... Esa plaga de pulgas que suele cebarse en los perros flacos llevó con el gancho durante toda la campaña a los hombres de negro que, sin embargo, hicieron gala de un tremendo espíritu de lucha para no bajar los brazos en ningún momentoSu huida en la jornada final de un descenso que parecía inevitable rozó lo milagroso, pero llegó tras un ejercicio de resistencia digno de aplauso.

El andamiaje del conjunto vizcaino comenzó a resquebrajarse antes de que arrancara la temporada, concretamente a principios de julio, cuando Ben Lammers y Emir Sulejmanovic pagaron sus respectivas cláusulas de rescisión para cortar sus contratos y sus sustitutos, Aaron Jones y Kingsley Moses, no se adaptaron ni al equipo ni a la ACB al nivel que hubiera sido deseable. El Bilbao Basket, en un mercado repleto de incertidumbre por la pandemia, decidió moverse rápido y creía tener cerrado el equipo con las incorporaciones de Ludde Hakanson, Jaroslaw Zyskowski, Álex Reyes y Felipe Dos Anjos en lugar de Thomas Schreiner, Axel Bouteille, Sergio Rodríguez e Iván Cruz cuando el Alba Berlín convenció a Lammers para que diera el salto, exitoso según lo visto, a la Euroliga. Perder al pívot estadounidense entraba dentro de lo posible. Más sorprendente fue la salida un par de días después del balcánico rumbo a Tenerife. De golpe, el equipo perdió dos de los pilares principales de una estructura defensiva que quedó ya muy dañada, dos jugadores diferenciales en labores de retaguardia, como han demostrado en conjuntos de mayor rango. En Jones y Moses se buscó físico y explosividad, pero ninguno estuvo ni siquiera cerca de aportar la intimidación, movilidad y capacidad de cerrar huecos y acudir a las ayudas de Lammers ni la efervescencia, lucha y capacidad reboteadora de Sule. El Bilbao Basket arrancaba ya a contrapié. Y los problemas no habían hecho más que empezar.

Un áspero calendario para iniciar el curso -diez de sus primeros once rivales han acabado en el top-12 la liga regular- y un balance de 1-8 dibujaron de salida un panorama complicado. Para entonces, Tomeu Rigo, especialista defensivo en el perímetro, había dicho adiós a la temporada por una grave lesión de rodilla, Jones había salido del equipo, Moses seguiría pronto su mismo camino y habían llegado cedidos Jovan Kljajic (Gran Canaria) y Goran Huskic (Burgos), incorporándose poco después Regimantas Miniotas. La victoria en la cancha del Betis antes del primer parón por las ventanas FIBA tras una semana sin poder entrenar por el positivo por covid de Ludde Hakanson parecía apuntar un cambio de tendencia, pero nada más lejos de la realidad. Ondrej Balvin se lesionó su tobillo izquierdo jugando con la República Checa, Quentin Serron en la reanudación de la ACB (tendón rotuliano de la rodilla izquierda) y ambos dejarían a los hombres de negrodurante dos meses.

Días después, el 6 de diciembre, llegaría uno de los momentos más críticos del curso en opinión del propio Álex Mumbrú: la derrota en Miribilla ante el Estudiantes (77-78) en un partido en el que el Bilbao Basket ganaba por un punto a trece segundos del final con dos tiros libres a su favor. Llegaron el vital John Jenkins y el fugaz Alade Aminu para suplir a los lesionados, pero en la enfermería entró también Hakanson por un problema de tobillo dejando a Jonathan Rousselle como único base, con Jaylon Brown como guardaespaldas de urgencia. La participación en la Basketball Champions League pasó sin pena ni gloria y sin poder utilizarse para la idea original (dar minutos a los menos habituales y foguear a los jóvenes) y hasta el segundo parón por las ventanas FIBA solo se sumarían dos triunfos más: en Fuenlabrada y en casa por la mínima ante un Acunsa GBC que en el ataque final tuvo tres tiros para ganar. Los problemas en retaguardia eran enormes, sobre todo en la defensa exterior uno contra uno haciendo que los rivales anotaran puntos en la pintura con extrema facilidad, las pérdidas de balón se disparaban y los cortocircuitos en los que el equipo se quedaba bloqueado eran ya marca de la casa. El Bilbao Basket llegó a ese parón como colista, con solo cuatro victorias en 22 partidos.

El parón de febrero

Sin embargo, Mumbrú centraba su optimismo en haber recuperado a los lesionados Balvin, Serron y Hakanson y en las dos semanas que tenía para trabajar con todo el equipo, incluido un Jenkins renovado hasta final de curso y al que había que meter en dinámica de equipo. Pero la alegría era incompleta, pues sus problemas en el tendón de Aquiles obligaban a tener entre algodones a Rousselle. La competición se retomó con éxitos ante GBC y Betis (la primera vez que se encadenaban victorias), pero se cayó en la cancha del Estudiantes, perdiendo un average que ahogaría a los de Mumbrú hasta el final, y no se compitió en casa ante el Manresa en el día de los hombres de rojiblanco, constatando que mientras sus rivales directos de la zona baja arañaban de vez en cuando victorias ante conjuntos de la zona noble al Bilbao Basket le resultaba imposible. Tras tres derrotas seguidas en Málaga, Tenerife y Valencia, donde los vizcainos llegaron a ganar por 21 puntos, y perder definitivamente a Rousselle -llegó Ioannis Athinaiou-, el Bilbao Basket era penúltimo, con el mismo balance que el colista Acunsa GBC (7-24), la salvación se alejaba y el covid ya había entrado en su vestuario.

La visita al cuadro taronja estuvo en duda hasta la víspera del partido al registrarse en la primera plantilla dos positivos, que finalmente se quedaron en uno (Miniotas). Pero en la siguiente semana se sumaron dos más (Arnoldas Kulboka y Balvin), se decretó la existencia de un brote y todos los componentes de la plantilla y el cuerpo técnico tuvieron que confinarse durante diez días en sus domicilios, quedando aplazados los tres siguientes encuentros. La situación era ya dantesca. Durante su periodo de inactividad, los rivales directos a los que tenían ganado el average sumaban triunfos y abrazaban la permanencia, el único que quedaba al alcance era el Estudiantes (a tres triunfos, cuatro si los colegiales ganaban su única cita pendiente) y el reestructurado calendario dibujaba un esprint final diabólico para un equipo que solo tenía tres días para reactivarse: cinco citas en doce días.

Con Balvin sufriendo secuelas de la enfermedad, llegó cedido Leonardo Totè. La vuelta a la competición se saldó con derrota ante el Gran Canaria, pero las victorias frente al Fuenlabrada y el Burgos, trabajada la primera y brillante la segunda, dieron esperanza. Caer en la cancha del Real Madrid dejó el futuro bilbaino en manos del Estudiantes, que no lo aprovechó. Ganar el último día al Joventut era sinónimo de salvación, ver para creer, y el resto es ya historia, una gran historia hollywoodiense de resistencia del perro flaco frente a una gigantesca plaga de pulgas.hollywoodiense

La dureza mental para verse todo el ejercicio con la soga al cuello y no bajar los brazos en ningún momento acabó rindiendo dividendos

La marcha de Sulejmanovic y Lammers, pilares defensivos, con la plantilla ya cerrada y el desacierto con sus sustitutos dañó la estructura grupal