Los acordes del himno apenas se escuchaban en mitad de la estruendosa pitada que salía de unas gradas decepcionadas, muy molestas, por lo recién presenciado. Una reacción generalizada comprensible dado el paupérrimo rendimiento del Athletic, aunque la bronca tuviese diferentes destinatarios, entre ellos el árbitro, detalle este que pone de manifiesto hasta qué punto se incrustó en la afición el sentimiento de impotencia generado por el desarrollo del partido. El juez poco o nada tuvo que ver en la derrota, un desenlace propiciado por los méritos del Getafe en la versión más ambiciosa que se le recuerda. La cuadrilla de José Bordalás hizo que fuese imposible mencionar en clave positiva siquiera un aspecto del trabajo de los futbolistas de Ernesto Valverde.
Pese a que, dado el escaso filo en ataque de ambos contendientes, la opción del empate sin goles no dejó de flotar sobre San Mamés, terminó por imponer su ley el único equipo que demostró tener una idea que desarrollar, además de capacidad para ejecutarla. Cabe afirmar que se trató de una cuestión de lógica, previsible incluso. Según lo presenciado, el asunto estaba condenado a desembocar en el cero a cero o en lo que finalmente sucedió: que marcó el único equipo que funcionó como tal y exhibió un tesón admirable. El Athletic fue una triste caricatura de sí mismo, flojo en cualquiera de las facetas. Salió perdedor en un altísimo porcentaje de las disputas, no sacó la agresividad que exigía la tarde y, por supuesto, no propuso nada decente con balón, nada que sirviese siquiera para hacer dudar al Getafe.
Así que Valverde tendrá que ir pensando en qué teclas toca para variar el rumbo, la actuación de este sábado no es fruto de la casualidad o del típico mal día, no. Cierto que el equipo afrontaba su tercer compromiso de la semana y que podía acusarlo, pero cuando no se puede ser uno mismo jugando en casa contra un conjunto del nivel del madrileño, aunque sea a ratos, y ni se atisba una enmienda, ya sea con los cambios o porque al fin y al cabo el marcador mantiene el pulso en todo lo alto, salta a la vista que existe un problema de fondo. Algo que se viene intuyendo u observando desde que arrancó el calendario. El espectáculo de este sábado confirma que, en efecto, se asiste a un proceso que se va agravando, en vez de emitir síntomas esperanzadores.
Como si pretendiera que el equipo enlazase con la inercia ganadora del miércoles, Valverde prefirió reunir de salida a sus mejores bazas en ataque, además de los titulares en la media. Le interesaba hallar un resquicio en la estructura defensiva y cobrar ventaja antes de que el desgaste pudiese notarse en las piernas. El plan de nada valió. Se reveló un fiasco porque Bordalás ordenó a sus jugadores que fuesen atrevidos y le birlasen la iniciativa al anfitrión. Una idea a la que se aferraron como un solo hombre. Bajo la lluvia, el Getafe funcionó a las mil maravillas como bloque y no se limitó a sorprender en un primer momento a fin de evitar que el Athletic se lanzase hacia adelante como le gusta delante de su afición en la fase de tanteo.
En los primeros minutos se pensó que el Getafe no tardaría en replegar sus líneas, ceder metros, protegerse más y buscar el robo para tirar la contra. Pero no, fue justo al revés: perseveró en su valentía, se lanzó a presionar con fe más cerca de Simón que de Soria. De hecho, ejecutó esa tarea que privó al Athletic del mando con enorme concentración, agilidad, decisión y una coordinación modélica. Su puesta en escena resultó envidiable y agregó a las virtudes mencionadas, la constancia. Cabe afirmar que el primer tiempo en su totalidad discurrió en terreno rojiblanco.
Fue corriendo el cronómetro sin que el panorama experimentase alteraciones. La cosa dejó de tener gracia, causaba extrañeza ver al Athletic incapaz de al menos equipararse al Getafe en brega y casta y, por supuesto, incapaz de juntar tres pases para avanzar. Menos mal que no se contabilizó ni una situación comprometida para Simón, solo hubo dos o tres sobresaltos con balones que se tardó en despejar. Y encima, en los segundos previos al descanso, Sancet se sacó un chut cruzado en el área que obligó a Soria a un apurado despeje con un pie.
El balance ofensivo era nulo hasta esta jugada, lo cual dio que pensar: a ver si como los buenos, al Athletic le basta con un golpe para borrar el concienzudo trabajo del Getafe. Nada más salir del vestuario, Guruzeta a la media vuelta cerca anduvo de confirmar el augurio. Fueron dos espejismos, pues los madrileños no se bajaron del burro y siguieron siendo pesados, fieles a la consigna de su entrenador.
A la hora Valverde metió tres cambios de golpe, le está cogiendo gusto a una maniobra que fue en vano. El Athletic continuaba sometido al dictado del Getafe que, para más inri, iba paulatinamente asomando la cabeza arriba, apoyándose en los movimientos de Mayoral, buen socio para los magníficos Milla y Aramburu, pareja que colonizó con autoridad y criterio el centro del campo. Simón vivió un aprieto a centro venenoso de Liso, luego tuvo que salir del marco a los pies de Femenía, lanzado por Mayoral. Mal asunto, el Getafe iba decidido a por el triunfo. Había comprobado que enfrente no despertaban y cayó el tanto del ariete visitante, con pleno merecimiento.
El último tramo no deparó ni un miserable remate contra Soria. Para entonces todos estaban derrengados, pero unos tenían algo muy valioso que proteger y no iban a dejarse ir, mientras que los otros se sentían abocados a claudicar. No lo hicieron, pero emplearon el balón con unos argumentos tan inofensivos que únicamente rubricaron su condena a escuchar el único veredicto que la afición podía hacerles llegar.