Un empate en casa frente al último de la clasificación malamente colma las apetencias y necesidades del Athletic, pero puntuar no deja de ser un paso adelante después de encadenar tres actuaciones con derrota. El Girona fue capaz de lo que nadie hubiese imaginado al tomar la delantera en San Mamés y luego, con tesón y una aportación estelar de su portero, aguantó el empuje de un Athletic que elevó el ritmo y la agresividad sin que le alcanzase para voltear el resultado. Por descontado que las tablas no le solucionan la vida a ninguno de los contendientes, pero cabe suponer que desde la perspectiva del cuadro catalán, dada su apuradísima situación, el valor del gol firmado por Ounahi en semejante escenario será superlativo. En comparación al menos, en el otro bando no hará la misma gracia el firmado por Jauregizar, pues la victoria se antojaba indispensable en la presente coyuntura.

No obstante, ese regusto agridulce quizás, no quita para que la igualada merezca consideración. Mejor no pensar en el efecto que hubiese tenido un nuevo revés de los hombres de Valverde. Y sin embargo se pudo temer por ello, dado que el Girona acertó enseguida y se manejó como si no estuviese sometido al tremendo agobio que planea sobre Míchel y su vestuario. Mostró una soltura impropia de una víctima propiciatoria en varias fases y en el cómputo global funcionó con bastante decoro. Esto sería aplicable al Athletic si no fuera porque todo el empeño que invirtió obtuvo un pálido reflejo en su fútbol durante una importante ración de minutos. No solo con la alineación de salida, que incluyó seis novedades respecto a la cita previa, tampoco después de que el entrenador tirase por la calle del medio, al ordenar cuatro sustituciones de golpe en el descanso, supo el grupo sostener la intensidad y el nivel de creatividad. Alternó errores con aportaciones eficaces en proporciones similares, nada que no se haya presenciado desde mediados de agosto.

Cierto que a ratos apareció el Athletic que enardece. No fue únicamente en el instante en que Jauregizar subió a morder, le robó la cartera a Bryan y clavó en la red un chut imposible para el portero. Se sucedieron minutos para la esperanza y aún hubo margen para varios chispazos a medida que se aproximaba la conclusión. Gazzaniga estuvo providencial para los suyos en un saque de esquina que Paredes cabeceó a bocajarro y cuatro minutos más tarde volvió a poner el candado a su portería con una gran salida para erigirse ganador en un mano a mano con Berenguer.

Este par de lances y un complicado empalme de Guruzeta que se marchó alto condensaron la totalidad del veneno que inoculó el Athletic a sus arremetidas. El resto de los intentos no merece reseña pues, aunque sirviesen para dar la impresión de que existía la posibilidad de marcar y el Girona anduviese apuradillo por momentos, pero no tanto como para resultar convincente. 

La versión del equipo experimentó un alza, pero el desenlace no debe estimarse fruto del infortunio o de la casualidad. Saltó al césped el Athletic dispuesto a desplegar un acoso constante sobre el área catalana, no dejó que pasase ni un segundo para hacer su declaración de intenciones: tomó el balón, ocupo el terreno del rival y empezó a buscar vías por las que progresar. La respuesta fue un correcto ejercicio de basculación de la estructura montada por Míchel: todos colaboraron para dejar en nada las intenciones locales. Pero lo peor no fue eso, sino que de repente el Girona sacó una contra profunda y generó peligro. El remate de Vanat acarició la madera. Pocos segundos después, segundo avance de Ounahi, que intervino en la anterior acción y en todas las que hubo en los dominios de Simón. El marroquí clavó la pelota en una escuadra tras recibir en ventaja de Bryan. 

Enmudeció San Mamés, que asistía incrédulo a una fase de apenas unos minutos en que el Girona perfectamente pudo haber incrementado su ventaja, pues tal era el despiste de un Athletic que parecía hundido, sorprendido por lo que sucedía. Hubo que esperar un rato más para que se retomase el guion del inicio: posesión interminable ante un conjunto bien organizado que concedió muy poquito, en especial a los hombres más avanzados que escogió Valverde y, sobre todo a Sancet, quien halló serios problemas para recibir y girarse.

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Este detalle explica de forma parcial la escasa producción rematadora, pero no basta con señalar a uno o algunos hombres. Para entender la impotencia rojiblanca sería de justicia repartir las responsabilidades: las bandas fueron un erial, ni el capitán ni Serrano desbordaron a sus pares ni recibieron los apoyos pertinentes de los laterales para romper por los costados. Fue la pareja de centrales la que asumió la dirección y si no se rompen líneas con las combinaciones, no hay manera de desequilibrar una tela de araña formada por diez elementos que demostraron concentración e inteligencia para tener bajo control a un colectivo voluntarioso e igualmente tenso, en exceso.

El primer período culminó con un par de sustos en el área de Simón que seguramente terminaron de convencer a Valverde de que era urgente revolucionar el asunto. La fórmula de tirar de titulares trajo unos minutos que evidenciaron debilidades en las filas catalanas, pero al cuarto de hora el Athletic ya no mostraba la soltura inicial. Jauregizar se fue apagando, Galarreta tomó el relevo y dejó detalles notables, pero en conjunto prevalecieron los defectos apuntados en jornadas anteriores. Y, para qué engañarse, si Sancet y Williams flojean, que no son los únicos, llegar al gol se convierte en una empresa muy ardua. Pasan las jornadas y no se aprecian síntomas que anuncien un salto cualitativo. Tiene pinta de que la tónica no va experimentar una mejora sustancial en el corto plazo, menos con el calendario que asoma.