Después de presenciar los siete partidos que el Athletic ha jugado este verano, parece obligado realizar un esfuerzo mental para mirar lo que está por venir con el ánimo y el semblante que reclama una temporada especial, marcada por el regreso a la Champions tras once años de ausencia. Establecer una correspondencia entre las expectativas que genera tomar parte en el principal torneo internacional de clubes y la impresión resultante del comportamiento del equipo en las últimas semanas provoca una especie de cortocircuito. Más vale pensar que, con frecuencia, cuanto sucede en pretemporada no necesariamente condiciona lo que acontece una vez abordado el calendario oficial.

Esta reflexión aplicable en el ámbito individual es asimismo extensiva a los conjuntos. Cuántos jugadores lucen en época estival y luego apenas cuentan para el técnico de turno y a la inversa. Bueno, pues algo similar ocurre con las plantillas, aquellas que parecen no arrancar se sienten cómodas con puntos en juego y al revés, las que venían pegando fuerte se desvanecen con su nombre impreso en las quinielas. La cuestión en el caso del Athletic va de que, se quiera o no, ya está abocado a imitar la pauta de los que emiten síntomas preocupantes y despiertan del letargo veraniego en el momento oportuno. Hasta la fecha, sus prestaciones han defraudado ampliamente, por lo que solo resta confiar en que reaccione de inmediato, en concreto el domingo a partir de las 19:30 en San Mamés.

A lo mejor el escenario se convierte en el factor determinante que obra la transformación del alicaído grupo dirigido por Ernesto Valverde. En ocasiones, comparecer delante de la afición, sobre la hierba en que ha acumulado la mayoría de sus éxitos recientes, basta para que salte la chispa y todo vaya rodado. Esto, que de momento no deja de ser un deseo y una probabilidad, no puede descartarse a pesar de que a fecha de hoy los síntomas recabados no aconsejen precisamente embarcarse en hipótesis con final feliz.

La dureza de la pretemporada a la que aludió Ernesto Valverde nada más terminado el partido con el Arsenal a nadie le ha pasado desapercibida. Quienes se identifican con el equipo y han querido o podido seguir sus evoluciones en este período destinado a la preparación se habrán quedado sin palabras para describir lo que ha pasado por delante de sus ojos en los siete encuentros amistosos celebrados. Porque si el desarrollo de los últimos ha causado decepción, qué decir de los primeros, incluido el del estreno, el único que se ganó, pese a que fuese una auténtica castaña. “Mentalidad, empuje y espíritu”, características que el propio entrenador reconoció haber echado en falta, son señas de identidad que, por las razones que sea, no han asomado en el desempeño del Athletic o han surgido de modo muy esporádico, sin la continuidad precisa.

Se parte de que la plantilla habrá trabajado como corresponde al período en que nos hallamos. El día a día de Lezama se habrá desarrollado como siempre, enfocando las sesiones a ir adquiriendo paulatinamente el tono físico adecuado. Idéntica dedicación e interés habrá merecido el cuidado de los aspectos tácticos, en muchos casos de sobra conocidos por los futbolistas. Pero a la hora de la verdad, con un rival enfrente, lo objetivo es que el equipo no ha carburado. El sudor y el tiempo invertidos no ha cundido ni por asomo. Más que el impacto de estadísticas tan elocuentes como seis derrotas consecutivas o quince goles recibidos, hay que detenerse en las sensaciones que han emanado del bloque.

Estando los hombres mezclados, actuando en bloque los teóricos titulares o siendo protagonistas quienes suelen partir del banquillo, ninguna de las fórmulas ha deparado un rendimiento satisfactorio. La imagen colectiva se ha resentido en cada oportunidad, la totalidad de los ensayos se ha consumido sin que fuese posible percibir el tono competitivo que este Athletic posee. Esto es lo realmente mosqueante: sabiendo cómo se las gasta, volvemos a lo de “mentalidad, empuje y espíritu” y siendo innegable que lleva dos años funcionando a pleno rendimiento, de repente se cae como un suflé ante cualquier oposición.

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Qué duda cabe de que no procede comparar al Racing con el Liverpool o el PSV, ni al Alavés con el Arsenal, en esa lista se mezclan auténticos trasatlánticos con embarcaciones modestas. Sin embargo, la perplejidad del espectador ha ido tomando cuerpo de manera imparable a medida que se iban sucediendo los ensayos. Y así, con bastante pena y nula gloria, ha ido transcurriendo un tiempo que arrancó con auténticas bombas informativas, la renovación de Nico Williams y la suspensión de Yeray, para luego adentrarse en una rutina salpicada por las lesiones y la rumorología sobre el retorno de Laporte, remate inconcluso a una gestión muy discutible en el tema de los centrales. Pero lo que prevalece es la inesperada pobreza del fútbol rojiblanco.