El último episodio a archivar en la enciclopedia “Desdichas rojiblancas”, merece figurar en un tomo distinto al que reúne la mayoría de reveses, fracasos o contratiempos que se apilan en la memoria colectiva. El empate con el Betis, de ninguna manera es equiparable a la derrota con el Girona ni a los empates con el Mallorca, el Sevilla o el Getafe, por citar algunos resultados adversos de la presente temporada. En estos partidos quedó flotando una impresión negativa: la duda de que el Athletic mereciese algo más o el convencimiento de que no hizo lo suficiente para aspirar con legitimidad a la victoria.
Si se bucea en temporadas anteriores, fácilmente surge una colección de encuentros que terminaron en lamentaciones, reproches o perplejidad. Un buen puñado de actuaciones donde se recurrió al comodín de la mala suerte como forma de tapar carencias propias, sobre todo, o de minimizar los méritos del rival. En realidad, casi siempre eran días en que la impericia, especialmente en tareas ofensivas, emergía como un obstáculo insalvable que se trataba de maquillar apelando al gasto invertido por el equipo, al alto número de llegadas al área, al tesón, a la generosidad de los jugadores.
Nada de esto sería aplicable a lo presenciado este domingo en San Mamés. Carecería de sentido porque el comportamiento del Athletic se fundamentó en un juego vertiginoso, profundo e insistente, tal como refleja el volumen de oportunidades ciertas, objetivas. En general, culminadas con balones dirigidos a portería, o sea a la red o a la madera. Y varias más que acabaron con remates truncados porque salieron a menos de un metro de distancia de esa misma portería. No, no fue el típico guion plagado de centros defectuosos, una estrategia inoperante y decisiones erróneas en zonas delicadas, controles imprecisos o tiros a ninguna parte.
Frente al Betis, tampoco el balance defensivo podría esgrimirse como desencadenante del 1-1. Conceder tres llegadas en noventa minutos a un rival de entidad entra dentro de lo admisible, aunque dos de ellas quedasen en agua de borrajas gracias a la intuición y rapidez de movimientos de Agirrezabala. Hablamos de un compromiso difícil, que no podía ni imaginarse que tuviese un desarrollo siquiera parecido al que hubo el privilegio de asistir. Vamos, que el adversario no era ni manco ni cojo, pese a que a lo largo de tres cuartas partes del partido el Athletic exhibiese la capacidad y la inspiración suficientes para pasarle por encima, como si no fuese un competidor directo en la clasificación.
Por simplificar el asunto: tres remates repelidos por los postes no son lo mismo que tres penaltis mal ejecutados; once hombres delante vistiendo otra camiseta de principio a fin no es lo mismo que diez con otra camiseta durante casi ochenta minutos.
Lo procedente en situaciones como la que se comenta, cuando la ingratitud se empeña en cebarse con el equipo, debería tomarse como un accidente. Algo pasajero, asumible como una circunstancia más del fútbol, dado que el Athletic puso en práctica todo aquello que normalmente conduce al éxito. Los rojiblancos están en su derecho de sentirse orgullosos con dos puntos menos en su casillero. Justo al revés que hace diez días, después de sumar tres puntos a costa del Slavia Praga. Un recordatorio que viene al pelo para relativizar los vaivenes de la competición.
Y en ese ejercicio de extraer las conclusiones adecuadas, la prioridad sería poner en valor el regreso de una versión que se había extraviado. Eran ya varias citas sin carburar a satisfacción, ofreciendo síntomas acaso no preocupantes, pero sí un tanto desalentadores. El nivel de la respuesta colectiva se asemejó al ideal en términos de claridad, equilibrio, criterio con pelota, ritmo y constancia. Es posible que se acusase demasiado el desgaste, pero sucede cuando el trabajo invertido y la rentabilidad no van de la mano. En el plano individual, señalar la mejoría de un Djaló que intercaló detalles no vistos, y a ratos leyó correctamente lo que el partido demandaba. De Berenguer, poco que añadir: puso una muesca más en un curso al que le está sacando chispas. Otro que brilló fue Prados, con su despliegue y visión, la suya es una aportación que facilita mucho la labor del resto. Y lo de Sancet, pues valdría como exponente del infortunio coral: estuvo en un tris de salir a hombros y se fue cabizbajo.