San Mamés acogió una cita condicionada por el duro calendario que gestiona el Athletic. No es casual que el empate llegase a los tres días de haber visitado el Olímpico de Roma. La sucesión de encuentros con una frecuencia tan elevada pasa factura. No es solo el desgaste mental y físico de los jugadores lo que rebaja las posibilidades de éxito, la necesidad de efectuar cambios asoma como otro factor clave. El empeño de los jugadores no está en cuestión, pero cualquier bloque acusa el baile constante de nombres en la pizarra y, en esta oportunidad, coincidía que el amplio capítulo de bajas afectaba de lleno a la sala de máquinas. Sumando los que faltaban al estado de los que tuvieron minutos, no es de extrañar que el Athletic tuviese problemas para gobernar un choque que, pese a lo apuntado, pudo haber solucionado.
El Athletic alcanzó el intermedio en ventaja, gracias a la pericia del novato Jauregizar, pero concedió demasiado en defensa a lo largo de toda la sobremesa. El Sevilla, al que sometió en varias fases, se reveló como un oponente irregular que apuró sus opciones y nunca dio síntomas de resignación. Con gente muy física en todas sus líneas, a la postre halló su recompensa en un lance que centrará la inmensa mayoría de las conversaciones y análisis. Cuando el partido moría, Agirrezabala, muy acertado hasta entonces, incurrió en un error evitable que impulsó al Sevilla y condenó a los suyos. Es defendible que el desenlace podría haber sido muy distinto por cuanto sucedió antes del fatídico minuto 84, pero ese tipo de situaciones imprevistas son parte del juego y suelen contabilizar.
El enésimo retoque masivo de la alineación (siete novedades) se notó desde el mismo inicio frente a un Sevilla que saltó con la consigna de proponer y buscar área. Durante casi veinte minutos estuvo bregando el equipo de Valverde para hacerse con el control. Su presión no surtía efecto, era notoria la existencia de desajustes posicionales que permitió al rival, en pocos toques, conectar con sus piezas ofensivas. Dicha descolocación provocaba además excesivos errores en las entregas. Nuñez se multiplicaba en esa fase de incertidumbre: cortaba, despejaba, iba a todo como un tiro. La ansiedad por normalizar la situación, que también exteriorizaba la grada, hacía mella en los rojiblancos, de lo que se benefició el cuadro visitante para firmar un par de incursiones muy peligrosas.
La segunda resuelta por Agirrezabala ante el disparo a bocajarro de Peque fue anulada por fuera de juego, pero previamente el mismo jugador estuvo cerca de marcar, al anticiparse a Paredes y tocar con sutileza un centro a media altura de Barco. La pelota se escapó muy próxima al segundo palo. Esa sensación de precariedad dejó de importunar en torno al minuto veinte. Costó, pero el Athletic mejoró en el acoso al poseedor de la pelota y a los posibles receptores. Así, los robos en campo rival se convirtieron en una tónica hasta el descanso.
Por fin llegó un aviso serio para Nyland, nacido en un pase al espacio trazado por De Marcos, que Nico Williams no supo precisar para que su hermano culminase en boca de gol. Todavía dispuso el Sevilla de un acercamiento más, de nuevo invalidado por la posición de Ihenacho; sin embargo, era obvio que el partido adquiría tono casero. Jauregizar lo refrendó con un remate que trató de colocar, en vez de tirar a romper, cuando le cayó el balón de un rechace producto de la acumulación de personal en una falta templada por Berenguer. Casi seguido, Iñaki Williams estuvo en un tris de doblar el castigo, Nyland cometió un grave fallo en la entrega a un central y el propio portero logró interceptar al límite lo que parecía un gol cantado.
El segundo acto fue de locos y quizás por eso, aunque fuera en la fase en que el Athletic gozaba del mando y acariciaba la sentencia, desembocó en la acción que transformó de arriba abajo el panorama. Cierto que el Sevilla salió del descanso con la intención de recuperar la iniciativa y el Athletic optó por ceder unos metros pensando en exprimir la contra. Lukebakio, con una rosca que escupió la madera, fue quien más se acercó al gol, si bien el mayor incordio llevó el nombre del potente Ejuke. El gol fue merodeando ambas porterías, Berenguer y Guruzeta protagonizaron sendos remates venenosos, pero también Agirrezabala tuvo trabajo por culpa de Ejuke.
Los cambios otorgaron mayor consistencia al Athletic y todo hacía presumir un final apretado, pero favorable, hasta que Peio Canales lanzó un globo desde la línea divisoria y Agirrezabala no quiso recogerlo con las manos. Trató de frenar el comprometido envío con el pecho, pero el balón se le fue largo y Mateo tocó para regatear al portero, que llegó a tocar e interrumpir la finta pero, al mismo tiempo, derribó al delantero en el borde de la frontal. Para Soto Grado el lance no admitía dudas: falta de Agirrezabala y tarjeta roja. Restaban cinco minutos para el 90, a los que se añadieron seis más, que luego fueron casi ocho.
Ese tiempo extra, inaugurado con Padilla estirándose a fondo para frenar un golpe franco violentísimo de Gudelj y con todo el equipo hundido en el área, fue un suplicio. Yuri, de manera inverosímil, abortó en boca de gol el empate de Lukebakio, pero segundos después, Ejuke penetraba hasta la cocina, su envío lo cortaba de cabeza Nuñez, el larguero devolvió la pelota y esta golpeó en el cuerpo de Padilla para, ahora sí, colarse en la red. Aún se asistió a la réplica de Guruzeta, tras pifia de Nianzou, y a la última incursión de Ejuke, sendos lances resueltos por los porteros.
El accidentado y trepidante colofón, que conllevó la pérdida de dos puntos, premiaba el carácter del Sevilla y fue menos generoso con un Athletic esforzado y no demasiado fino que pudiendo haber asegurado el triunfo, en última instancia, se vio lastrado por una jugada desafortunada que, vistas las repeticiones, se prestaba a la discusión.